artículo originalmente publicado en la revista digital Hansel i Gretel
Hace poco me invitaron a la Fundació Miró para participar en la presentación de un catálogo para una futura exposición comisariada por el artista Antonio Ortega. “Hacía mucho que no pisaba este suelo”, pensé. Y no me refería al suelo de la Miró, sino al suelo amplio del campo artístico. Trabajé durante años en este ámbito pero he ido distanciándome por problemas como el que me propongo explicar.
Siendo sincero, mi relación con el campo artístico es como el personaje de Carmen Maura en ‘Volver’ de Almodóvar o, más bien, como el de Al Pacino en ‘Atrapado por su pasado’ de Brian de Palma. Pero da igual si vuelvo desde la muerte o por la mafia, vayamos a lo importante.
El libro que se presentaba, titulado ‘Autogestión’, reúne aportaciones de varios autores y autoras, en forma de textos, fotos o dibujos. Mi aportación era un texto sobre la génesis política de la ‘autogestión’, sobre cómo esa utopía basada en sostener la propia práctica sin dependencias ni intervenciones externas ha formado parte de un abanico amplio de rutas políticas. Ya sean las más socialmente libertarias, las económicamente liberales o las reconocidas como anarcocapitalistas.
La idea básica de ese texto era que, en un proyecto autogestionado dentro del campo artístico, parece que se pueden tomar decisiones y mover recursos de un lugar a otro sin que eso suponga la inversión de capital o la explotación de la fuerza de trabajo, ya sea propia o ajena. Acudir a esa idea de autogestión corre el riesgo de ser el germen de sociedades utópicas, haciendo invisible la materialidad que hace posible producir o consumir algo. Y este es el nudo de la cuestión: quiénes pueden producir sin preocuparse por las condiciones materiales, ya sea en el campo artístico o en la China popular, son clases sociales favorecidas. Aquellas personas que o bien cuentan con redes de sustento (familiares, patrimoniales) para amortiguar posibles recaídas o quienes detentan una posición financiera y económica sólida. Dicho en corto, los hijos de las élites. Los demás, intentan sostener su práctica artística con el dinero que obtienen de espacios laborales “alimenticios” en los que “no se sienten realizados”. Empeñarse en disfrutar trabajando es un arma de doble filo.
La autogestión, entendida como solución y no como parte de un conflicto, se coloca como respuesta a dos de los problemas endémicos del campo artístico barcelonés. Por un lado, la falta de recursos para llevar a cabo proyectos artísticos. Por otro lado, la necesidad de construir un circuito de legitimación “alternativo” al ya diseñado por instituciones públicas y privadas. Es una respuesta cándida para dos problemas que pesan tanto como la capa terrestre.
Sobre cómo legitimarse uno mismo (o junto a tu grupo de afines) en una escena como la artística, el sociólogo francés Pierre Bourdieu ya dio algunas claves. Bourdieu decía que el capital más preciado por los agentes del campo artístico es el capital simbólico, es decir, aquel que se obtiene en forma de distinción social o, menos abstracto, a través de una nueva línea en el currículum individual donde aparezca la Fundació Miró. Pero la acumulación de capital simbólico tiene un problema severo: no da de comer. Esto lo padecen montones de artistas que acumulan capital simbólico a borbotones con el que, con perseverancia y trabajo precario, pueden llegar a conseguir premios y ser incluidos en catálogos de cazatendencias artísticas globales.
Conclusión: el capital simbólico produce más capital simbólico, pero la llegada del capital económico solo actúa como eterna promesa. Las leyes fundamentales del campo artístico pasan por no considerar que sus bases productoras tengan que ser retribuidas adecuadamente. Para qué, si ya se contentan con algunas dosis de reconocimiento. Esto tiene consecuencias claras. Quienes no cuentan con cobertura familiar o financiera, siguen buscando trabajo alimenticio como falsos autónomos o falsos becarios. Para ilustrar esto, un dato y una pregunta. En un estudio realizado en 2009 para la Asociación de Artistas Visuales de Cataluña el 63% de los artistas encuestados decían que su práctica artística les reportaba menos de un 25% de sus ingresos regulares. ¿Cuál sería hoy el resultado de un estudio similar?
En ese sentido, es sorprendente la falta de análisis sobre la situación laboral y las condiciones materiales de quienes se reconocen dentro del campo artístico. Conocer la realidad en la que vives es el primer paso para hacer política, y no me refiero a formar parte de un partido, sino a diseñar herramientas para resolver problemas comunes. Pero apenas existen estudios desde la economía política de la cultura ni cifras que muestren cómo viven los artistas.
Y no menos importante, apenas se percibe como problema la falta de sindicación de unos agentes a quienes se les supone una capacidad natural para hacer crítica institucional. Los sindicatos obreros diseñaron su lucha a través de colectivizar un problema supuestamente individual (explotación laboral) y crearon sus propias instituciones para empoderarse. ¿Puede servir la autogestión en el campo artístico para conquistar derechos colectivos?
Las prácticas sindicales parten de entenderse interdependientes con una realidad económica y política para, a través de la solidaridad entre iguales, conquistar derechos. Esa fuerza es la que garantiza poder emanciparse y reducir los procesos de dominación y dependencia a su mínima expresión. Por contra, parece que los proyectos autogestionados que están apareciendo en el ámbito artístico tan solo buscan que sus miembros escalen en las instituciones ya existentes, mostrando la debilidad política de personas o colectivos demasiado cercanos a un campo reaccionario.
Igual es que se trata de un ámbito en el que apenas se mueve dinero y no hay nada a repartir. Tal vez sea que quienes trabajan en el arte en Barcelona no consideran que estén trabajando sino practicando un hobby. O tal vez es que las ansias (o la necesidad) individual por amasar reconocimiento en manos de un espectro institucional desgastado, no permiten percibir un problema colectivo. Y si no hay problema, no hay lucha. Y si no hay lucha, no hay sindicación. Y si no hay sindicación, no hay derechos.
Conducir mirando al firmamento puede acercarnos a la experiencia estética de lo sublime, pero si dejamos de mirar el suelo que pisamos, seguro que nos estrellaremos. No imagino un ejercicio creativo más profundo que construir un espacio para defender derechos colectivos. Y si de algo estoy convencido es que, a la escena artística barcelonesa, le sobra creatividad.
Sí, «la solidaridad entre iguales» nos podría permitir conquistar derechos pero no necesariamente ganar más dinero. El que los actores o los escritores se unan no tiene nada que ver con tener más público o más lectores y son estos los que pagan la entrada o compran los libros. Los artistas raramente piden más derechos, quieren más atención, más público, más medios… y la experiencia sindical de los trabajadores no es necesariamente trasladable.
Si esta sociedad le tiene que dar a cada escritor el número de lectores que se merece su buen oficio, a cada empresario el número de compradores que necesite su empresa para sobrevivir, a cada intelectual y profesor el número de cátedras que les permitan desarrollar su trabajo… todo explotaría en cien mil pedazos.
Ante esta realidad se puede optar por gritar más alto uniéndote a otros para que así finalmente te atiendan y los demás se ocupen de ti, quedando por debajo los que no tuvieron tanta suerte o no nacieron con una garganta tan fuerte como la tuya o bien puedes optar por asumir esta realidad mientras intentas preservar la sensatez, la coherencia contigo mismo y la honestidad. Yo tomé este segundo camino con lo que me convertí en un creador completamente desconocido e ignorado por todos que malvivirá en la pobreza toda la vida porque mi familia no tiene dinero y porque nunca se me pasó por la cabeza reclamar ningún derecho, opositar a ninguna plaza de profesor o crear ninguna empresa para empoderar a nadie. A cambio, logré hacer con mi vida lo que quería porque las condiciones socioeconómicas de un país como España lo permiten y porque lo que verdaderamente importa para el ser humano, afortunadamente, no depende ni dependerá jamás de ningún sindicato de escritores, ninguna empresa o ninguna beca.
Es más sencillo: el texto habla de cobrar dinero por el trabajo, no cobrar a través de méritos o prestigio. Y usar la energía para organizarse, no para acumular mérito. No sé lo que «le importa al ser humano», eso es una tarea divina que me supera 🙂
Si todo era tan sencillo, poder cobrar, ¿por qué usa expresiones como «circuito de legitimación “alternativo”»génesis política de la ‘autogestión’»…? Es parte de su estilo, lo sé y no pretendo cambiárselo pero creo que estará de acuerdo conmigo en que si los mensajes son simples estos se comunican mucho mejor con palabras igualmente simples (salvo que uno se quiera ocultar a la vista de todos, claro)
Llama la atención que diga que no sabe lo que le importa al ser humano pero luego en su vida pública haga tal cantidad de afirmaciones sobre lo que le importa a la sociedad. Es como intentar hablar sobre química molecular sin saber nada sobre los átomos ¿Cómo se puede decir algo verdaderamente significativo sobre lo que nos importa en conjunto si no se conoce lo que le importa a cada uno de ellos?
Por otro lado, usar la energía para organizarse es una muy buena idea pero si no se explica cómo implementarla quedará siempre colgada del cielo de las buenas intenciones. No es una buena señal por parte de quien dice que los asuntos divinos le superan. Usted no quiere que el mérito se acumule pero entiendo que no quiere borrarlo del mapa y que reine entonces la mediocridad. Pretende entonces hacer de él algo democrático y solidario y comparto con usted sus buenos deseos pero si no explica cómo piensa implantar ese comunismo de la fama y cómo se integraría en un mundo de la creación artística lleno de egos letraheridos y narcisismos elevados a la enésima potencia se está usted elevando otra vez hacia el cielo, el lugar desde el que se puede decir cualquier cosa sin quemarse nunca. ¿Subiría por ejemplo los impuestos a las obras de teatro que han tenido éxito para luego repartir el dinero entre colectivos de artistas que no interesan a nadie a pesar de que lo que hacen tiene valor cultural porque el no tener público no tiene relación directa con no tener talento? ¿Cómo cree que reaccionaría la gente si tiene que pagar por algo que no le interesa? Además, para implementar esto se necesitaría un buen número de funcionarios encargados de trazar la línea entre lo artístico y lo no artístico, ahí es nada la tarea.
Usted dice también que «Las prácticas sindicales parten de entenderse interdependientes con una realidad económica y política» y por supuesto estamos de acuerdo también pero aquí tampoco baja a la tierra a explicar qué relaciones debería mantener un hipotético sindicato de artistas con los que no se apuntaron en él. Tampoco habla sobre qué hacer con hechos como el que he mencionado: no hay público, consumidores… para la cantidad de artistas, empresarios… que pululan alrededor hoy en día.
Unirse te permite conseguir la fuerza del grupo pero pagando el precio de diluirse en lo personal. Tomar partido por la meritocracia te lleva a ser tremendamente injusto, tomarlo por la sindicación nos borra a cada uno del mapa. Es fácil imaginarse a un creador feliz compartiendo su mérito y sus ingresos con los demás para que así todo el mundo pueda ser artista, al menos en la parte alícuota que le corresponda, y después decir desde el cielo «hágase» (o mejor dicho, «háganlo, ustedes verán cómo») pero si se prestase más atención a lo individual creo que apreciaría mejor lo vacías que resultan ese tipo de afirmaciones.
Dicho todo esto, que no falte nunca un saludo, Rubén. Celebro que siga escribiendo por aquí. Su blog es una de mis referencias a la hora de saber por dónde va, o mejor dicho, en qué nube flota cierta sociología, hasta qué punto es denso el bosque de la izquierda y si en algún momento sería necesario perderse un rato en él o no. Espero y deseo que siga por aquí muchos años más y no lo abandone nunca.
Decía que es más sencillo que «un mercado que sostiene tu oferta artística» y optar por la figura del artista bohemio y maldito. El texto habla de más cosas, o esa era la intención, no solo de cobrar por tu trabajo. Habla de un idealismo, que atraviesa a cualquiera, que es pensar que montando tu chiringuito ya haces política y ya te enfrentas al status quo. A veces las cosas son sencillas, pero son esas mismas las que temo que explicarlas de manera simple puede conducir a tópicos y a no revisar lo que otros y otras han dicho sobre eso. También creo que «alternativo» y «circuito de legimitimación» lo entiende, en su contexto, todo quisqui.
Mi visión de lo individual y lo colectivo no coincide con la tuya. Esa idea de que el sujeto individual se diluye y desaparece en lo colectivo es un principio liberal –de cierto liberalismo– que no comparto. No comparto porque no lo he vivido así nunca.
Por otro lado, en Barcelona hay dinero en el circuito artístico. Lo hay. Y hay gente que trabaja gratis (repito: trabaja gratis) para mantenerlo porque «le gusta lo que hace» y ya se siente remunerado por el mero hecho de estar dentro (o incluso cerca) de ese circuito. Creo que este trabajar gratis no es por libre elección, sino que las leyes fundamentales del campo artístico influyen en eso (esto ya lo explicó muy bien Bourdieu). No es más impuestos, o más público, o una demanda que no existe. Es cobrar por un trabajo que ya se hace y que ya genera riqueza –dinero contante y sonante– pero no se reparte. ¿Para qué repartirlo si quien hace curro gratis lo acepta?.
Ese proceso de sujeción al trabajo, de sentimiento de pertenencia a un espacio que no valora –monetariamente– lo que produces, considero que es un problema, no una virtud. Convertir esa atracción individual hacia un trabajo que no te remunera en un sujeto político que construye derechos colectivos es la misión de una práctica sindical. Como el que tiene una deuda, una hipoteca y se siente mal por no pagarla y acaba defendiendo el derecho a la vivienda.
La verdad es que tengo la sensación que hablamos de cosas diferentes, seguramente por sesgos de confirmación de uno y otro lado, pero gracias por el comentario. Y salud.
El texto habla sin duda de más cosas pero en su comentario solo mencionó lo de cobrar y el párrafo más largo de su nuevo comentario habla de lo mismo, cobrar un trabajo que ahora no se está pagando. Si su post se trataba de esto estamos por supuesto de acuerdo pero no creo que haya alguien en desacuerdo.
El mercado no sostiene a ninguna oferta artística, lo hace el público que elige qué leer, escuchar… y paga por ello. El mercado es tan solo el lugar de encuentro, un matadero verdaderamente cruel para los artistas (la mayor parte, por ejemplo, son ignorados aunque sus creaciones en muchos casos sean tan buenas como la de los elegidos; «publishing is the auction of the soul» decía E. Dickinson) inclinado totalmente a favor del público pero que no por eso ha impedido el enorme burbujeo que hay actualmente en el mundo del arte o que la gente siga apostando, una y otra vez, a ser escuchada o tenida en cuenta como creadores a pesar de que, como muy bien recuerda, no se les valora lo que producen. Sin duda alguna no hay ninguna virtud en esta situación pero, sin embargo, siguen adelante y ese comportamiento sí que tiene valor. No hay sesgo de confirmación en este caso, es simplemente que donde usted ve una carencia por parte de los demás yo veo a gente que no se queda de brazos cruzados esperando a que los demás sean buenos o virtuosos con ellos. Si de lo que se trata es de pedir, yo me pongo de su lado, Rubén, y pido todo lo que haya que pedir pero si de lo que se trata es de crear, los pedigüeños están de sobra.
Viendo las gradas de un partido de fútbol o una manifestación yo no veo a individuos sino a un grupo que se mueve y actúa como tal. Hablar de disolución de uno en otro no es una buena manera de decirlo porque siempre hay un yo disfrutando de lo colectivo en ese momento y nunca termina de desaparecer. Quizás la palabra comunión sea más adecuada aunque tampoco me termine de gustar. Es muy difícil definir o delimitar lo que realmente ocurre en esos momentos.
En cuanto a las expresiones que usa, usted y Pierre Bourdieu entenderán sin problemas por ejemplo «circuito de legitimación» pero es ser demasiado optimista, por no decir otra cosa, pensar que lo hace «todo quisqui». Buscando en google esa expresión se pueden encontrar por ejemplo esas tres palabras en un párrafo perfectamente incomprensible. Lleva razón en que ciertos conceptos requieren el uso de un lenguaje técnico o, si se quiere, enrevesado porque, como bien dice, de otro modo se caerá en tópicos o se perderá precisión pero también puede ocurrir lo contrario precisamente por eso. Igualar «lenguaje técnico» con «expresión precisa por encima de los tópicos» es algo que se podrá hacer o no según el autor, no simplemente por las palabras que este use. En general, creo que todo lo que usted escribe aquí se puede decir sin usar ese tipo de expresiones y, a veces, esas mismas palabras le hacen caer en un charlacanismo, con c, que estoy seguro nunca pretendió. Usted dice por ejemplo que la gente trabaja gratis en función de las leyes fundamentales del campo artístico y me remite a Bourdieu. Yo en mis comentarios no he mencionado nunca ninguna ley fundamental de ningún campo ni a ningún autor porque intento razonar patiendo desde más abajo, en una superficie en la que los dos estamos al mismo nivel. Los sesgos de confirmación suelen ser comunes en las personas que se ponen a pensar a partir de leyes fundamentales, sabios… no entre quienes usan fundamentalmente su inteligencia y la realidad que les rodea.
un saludo pues
Estupendo 🙂 Solo decir que citar a alguien no es acudir a ninguna autoridad, no es mirar arriba, es mirar a un lado y respetar el trabajo ya hecho por otros y otras para entender mejor nuestra propia realidad. Trabajo acumulado. Saberes en base a la experiencia. Leer más o menos, no es subir de nivel, es estimular la curiosidad dialogando con los pensamientos de otras personas. Si dejar de usar conocimientos producidos anteriormente es pensar desde abajo, debe ser que existe la ciencia infusa y que hay gente que viene a la Tierra en naves espaciales y caen aquí con 40 años ya cumplidos. Vamos, personas que han autoproducido todo lo que saben y no han mamado ideas y formas de mirar el mundo más o menos impuestas o inducidas. Que igual si, eh? que igual no estamos solos en el Universo y hay marcianos camuflados que…en fin. Saludos.
Bastant d’acord. El concepte de «cultura autogestionada» o fins i tot de «cultura desmercantilitzada» és problemàtic. A priori conceptes emancipadors; en la pràctica, poden acabar desplaçant el seu caràcter emancipador fins convertir-se en l’esperèntica justificació de l’explotació laboral. En sospito, n’oloro el flaire d’una concepció romàntica.
Em preocupen les crides a la «desmercantilització» o a la «desindustrialització» de la cultura. Abunden aquests discursos d’entre l’esquerra rupturista. Al meu parer, en comptes d’anar a allò fonamental en economia política de la cultura, a saber, la gestió del sistema productiu, proclamen una mena de neonaturalisme que acaba resultant en la justificació d’allò que a priori es vol denunciar, l’explotació.
Diria que aquestes proclames tenen a veure, encara, amb una certa concepció aureòlica de la cultura. Com diria Adorno, d’una cultura que es vol fora del sistema productiu fent valer el seu caràcter autònom, burgès i separat. Precisament aquesta falsa separació és el que permet desvincular-la falsament del factor capital, caient en la dimensió de la pura estètica, del pop art, del divertimento. Desapareix la cultura en tant que antítesi social de la societat.
Al meu parer, cal oposar que la cultura és mercaderia. Encara més: una mercaderia industrialitzada. I com és una mercaderia, genera capital. I com que genera capital, cal parlar sobre la seva generació, però també sobre la seva distribució.