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Autogestión, el germen de las sociedades utópicas

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Texto incluido en el libro «Autogestión. Prácticas DIY» Proyecto de Antonio Ortega editado por la Fundación Joan Miró. 

La autogestión se sostiene sobre una doble ficción. Sobre todo, su noción más convencional, esa que describe los pasos a seguir para llevar a cabo con autonomía una producción social o cultural. La primera ficción es creer que realmente sea “auto”. La segunda, llamarlo “gestión”. “Auto-”, supone que es un ejercicio generado bajo condiciones no dependientes y que ocurre sin estar subordinado a factores o normas externas. La “-gestión” remite a un conjunto de trámites que se tienen que realizar para que aparezca la cosa, pero sin necesidad de producir mercancías o explotar recursos. En un proyecto autogestionado parece que se toman decisiones y se mueven recursos de un lugar a otro sin que eso suponga la inversión de capital en forma de dinero o trabajo.

¿Qué sostiene a esa doble ficción?. Una posible hipótesis es que, en el fondo, esa idea de autogestión es el germen que perdura de los proyectos utópicos modernos. Un anhelo atávico de los seres humanos que consigue perseverar de las maneras más insospechadas. Vista así, la autogestión sería la expresión cotidiana del deseo de vivir en sociedades formadas por sujetos libres y autónomos. Sociedades en las que no existen interdependencias entre individuos, en las que se han extinguido las formas de dominación ejercidas sobre clases subalternas, donde las relaciones de poder se han diluido y donde las instituciones que influyen en nuestro comportamiento son asombrosamente justas y equitativas. Sociedades donde el poder se ha distribuido horizontalmente de la noche a la mañana. Sociedades ideales que nunca han existido pero que siempre han estado presentes en nuestras ensoñaciones.

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Independencia ideal, libertad material

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Artículo originalmente publicado en El Diagonal

No soy indepe. Y no por una cuestión emocional o identitaria, sino por una cuestión material. Reconozco sentir algo de vergüenza ajena cuando ser indepe viene justificado por sentirse “muy no sé cuantos”. ¿Un conjunto de emociones encontradas son el motivo para levantar una nueva arquitectura de instituciones que intenten determinar, facilitar o reprimir decisiones comunes? Por el mismo motivo, me da pereza máxima el argumento del unionismo patrio que se apoya en el sentirse “muy no sé qué”. ¿En serio?¿una emoción, un Estado?. No hago parodia. Hay posiciones fundadas en argumentos random como “hay algo en la historia de España a la que me siento ligado y forma parte de mi” (dijo el ilustrador Juanjo Sáez) o en no querer “que me hagan elegir entre Miró y Velázquez” (dijo el político Iceta). Chispeante.

Dejando atrás las guerras cultural-nacionales, mi principal problema es que nunca sé a qué libertad nos referimos cuando hablamos de la independencia de Catalunya. Sin ironía. No tengo ni idea. De ser un Estado, las dependencias de Catalunya serían como las de cualquier Estado europeo. Catalunya no es singular ni especial. ¿Lo es?. Casi diría que la intervención del aparato institucional catalán ha logrado erosionar algunas marcas de distinción catalanas. Más que hacerla especial, la han vulgarizado. Pienso, por ejemplo, en la insistente promoción institucional de una identidad cultural hegemónica muy particular que ha omitido el imaginario republicano y obrerista catalán. Las estructuras (culturales) del Estado (autonómico) ya han producido pérdidas de diversidad. Ni te cuento lo que harán unas “estructures d’Estat” que dependan de ese rumbo institucional.
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