Archivo de la etiqueta: políticas públicas

La defensa de los bienes comunes y de instituciones público-comunitarias

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Texto  junto a Laia Forné publicado en la Revista Nous Horitzons

Los derechos son un campo de lucha. Todas las normas escritas (y no escritas) que constituyen la vida social se han construido históricamente a partir del choque entre multitud de intereses sociales. Intereses de clase, de género, coloniales; intereses codificados en relaciones de poder, privilegios y asimetrías. El Estado como forma de organización social y política se tiene que situar en esta dinámica histórica y social conflictiva, no como una herramienta o un objeto de estudio atemporal y sin territorio. Dicho de otra manera: el Estado como relación social, como expresión institucional de formas de dominación, emancipación o confrontación entre segmentos sociales con condiciones materiales y esquemas de vida diferentes [1]. Del mismo modo, el conjunto de reglas que determinan o influyen a la hora de tener acceso, hacer uso, gestionar o extraer beneficio de todo recurso derivado de la producción social no son otra cosa que un terreno en disputa.

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No hay participación sin redistribución del poder

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Texto junto a Mauro Castro a partir de trabajo conjunto con La Hidra Cooperativa. Originalmente publicado en El Diagonal

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1. Crítica a las políticas participativas

«Sería bueno volver a la democracia representativa, y no al asamblearismo, que ha dado más que notables manifestaciones de ser un profundo desastre». En un Pleno del Ajuntament de Barcelona, Carina Mejías, regidora de Ciudadanos, interpelaba con esa frase a Maria Rovira de las CUP. Con ese tipo de ironía fofa que no hiere pero irrita, Mejías aludía a la famosa asamblea que acabó en empate, donde la CUP decidía si investir a Artur Mas. Pero, sobre todo, pretendía defender la representación como la forma de hacer política más legítima y con menos costes.

Esa arrogancia de la democracia representativa fue lo que el 15M puso en crisis. Uno de los mandatos que produjimos en ese ciclo de movilizaciones fue la necesidad de superar esa representación, un mandato trasladado a esta fase institucional. Precisamente, porque esa representación ha mostrado claras evidencias de no contar con excesiva legitimidad social (solo hay que revisar los barómetros de opinión) ni supone menos costes (los casos de corrupción y de malversación de fondos públicos van en aumento). Eso, claro, no significa tener que decidirlo todo en asambleas. Es un punto de partida muy torpe. Se trata de garantizar mecanismos redistributivos del poder que vayan más allá de la delegación ciega a cargos representativos pero también más allá de la participación instrumental.

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La gestión comunitaria no es un parche

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Un comentario para las jornadas Cultura Viva y el énfasis que hemos puesto en la gestión comunitaria. Una reflexión más amplia se puede encontrar en el texto «Gestión comunitaria de la cultura» que preparamos Laia Forné y yo para abrir la sesión sobre este tema.

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El Ayuntamiento de Barcelona está diseñado para que nada cambie

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Artículo escrito para El Diagonal junto a Laia Forné Aguirre | Fundación de los Comunes

¿Qué hace que una revolución ocurra? La socióloga Theda Skocpol se enfrentó a esa pregunta hace más de 30 años. A partir del análisis comparado de las revoluciones francesa, soviética y china, intentó encontrar algunos patrones. La respuesta a aquella pregunta descomunal fue un estudio denso, larguísimo y que no ha perdido pizca de interés. Entre otras cosas, Skocpol diferenciaba entre una revolución social y una revolución política. La revolución política sería una toma repentina y eficaz del poder. La social, una transformación duradera, un cambio en las estructuras de las clases sociales y en el conjunto de la arquitectura institucional.

Las diferencias entre revolución política y social podrían ser las mismas que hay entre la llegada de una ‘candidatura ciudadana’ al Ayuntamiento de Barcelona y la riqueza de los movimientos municipalistas. El municipalismo no está formado por las competencias de un gobierno local sino por los poderes sociales y comunitarios que producen nueva institucionalidad. El municipalismo es la causa, es la potencia social que produce y cuida lo común; el gobierno local es la consecuencia, una codificación de las posibilidades abiertas por el ciclo de movilizaciones que hemos vivido. Y si bien no es útil pensarlas como realidades contrapuestas, las instituciones públicas parecen pensadas para que su relación con los movimientos ciudadanos sea desequilibrada y ortopédica. Incluso imposible. Seguir leyendo El Ayuntamiento de Barcelona está diseñado para que nada cambie

No diga ideología, diga ADN cultural

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Dejo la presentación «No diga ideología, diga ADN cultural» que hice en las jornadas ideología, política y gestión cultural organizadas por la Fundación Pedro García Cabrera y la Asociación de Profesionales de la Gestión Cultural de Tenerife.

Mi objetivo era explicar porqué usar «soluciones técnicas más eficaces» para responder problemas políticos ha servido para normalizar una forma de gobierno y gestión neoliberal.

La política cultura que se ha implementado en algunas ciudades ha jugado un papel crucial en esos procesos de gobernanza. Dicho en corto: los procesos de normalización y la política cultural son amigos que se conocen de toda la vida. La cultura ha servido para producir una idea de patrimonio, de gusto, de ciudad, de cohesión social. La cultura normaliza. En Barcelona, la cultura ha funcionado como dispositivo de consenso.

Y la pregunta que no está resuelta: ¿qué nuevas normas traen los nuevos valores? ¿qué nuevos procesos de normalización conlleva una gestión basada en el bien común?

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Artículo escrito con Marcelo Expósito, ambos como miembros de la Coordinadora del Eje Cultura de Guanyem Barcelona. Publicado originalmente en eldiario.es. 

«La cultura cuenta». Así lo afirmaba James D. Wolfensohn en 1999 cuando, siendo presidente del Banco Mundial, impulsó una concepción de las políticas culturales como recurso para el desarrollo económico. Desde entonces hasta ahora, hemos asistido a la creciente aplicación internacional de parámetros económicos neoliberales a la producción, distribución y consumo de bienes y servicios culturales. Pero antes del cambio de siglo, la cultura venía cumpliendo también una función dinamizadora en ciertos modelos neoliberales de desarrollo urbano y regional. En suma, hace varias décadas que la cultura ha venido sirviendo como instrumento para gobernar nuestras sociedades y para mercantilizar nuestras ciudades. No escasean los ejemplos cercanos. Ahí tenemos las diversas políticas culturales que después de la Transición Democrática sirvieron en España para construir un imaginario de modernización socialdemócrata, en Cataluña para reforzar un esencialismo identitario nacionalista y en Barcelona para rehacer la ciudad y hacer de ella una marca.

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Pragmatismo en la incertidumbre

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Artículo originalmente publicado en Nativa.cat

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«Cambia el chip, no se puede pedir todo. Sé pragmático, visualiza objetivos concretos»

No es un libro de autoayuda ni la dieta de los siete días, es el fondo de un mensaje que crece en las instituciones públicas. Como un progenitor que quiere controlar los deseos infantiles de abrazar las nubes, estas instituciones han dado con una fórmula que creen calmará los ánimos.

Eso expresan algunas de las tendencias en las políticas públicas de Barcelona. Todas contienen un tono similar: el cambio vendrá si centráis vuestros esfuerzos en cosas pequeñas. Ahí sí nos entenderemos. Cosas «pequeñas» como la gestión comunitaria de algunos equipamientos en desuso, la cesión temporal de solares urbanos para prácticas ciudadanas o el apoyo a emprendedores sociales que respondan a demandas que antes se asistían desde la administración.

Es la versión frustrada del refrán popular: a grandes males, pequeñas soluciones. O la frase mítica del Capitán Lechuga: los pequeños cambios son poderosos. Acostumbrados como estamos en Barcelona a las formas de instrumentalización institucional, esto promete camuflar algo turbio y perverso, el típico regate institucional donde ceder un poco puede ayudar a equilibrar el conflicto social. Pero en todo esto también se masca una dosis alta de candidez institucional. Porque nada es pequeño si se anida en procesos que tienen largo recorrido. Porque el pragmatismo tiene muchas tonalidades y en este contexto los objetivos concretos pueden escalar de manera vertiginosa.

Miremos tres ejemplos de políticas públicas en Barcelona que buscan ese pragmatismo y el mensaje que llevan detrás. Acciones públicas con mensajes de los que existe plena conciencia y que, más que una instrumentalización unidireccional, prometen incrementar el pulso de fuerte cambio social en el territorio urbano.

Primera acción: repensar lo público.

Hace poco, el Ayuntamiento de Barcelona junto al think tank Citymart.com, lanzó el Barcelona Open Challenge. Esta llamada para emprendedores quiere dar «soluciones innovadoras a seis retos diferentes para transformar el espacio público y los servicios de la ciudad». La propuesta está dentro del programa de crecimiento económico lanzado por CIU bajo el plan Barcelona Growth. Con este programa se argumenta que las ciudades van a «invertir menos recursos públicos y a obtener más efectos en la sociedad, creando comunidades más sostenibles, con más resiliencia y participación

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En una palabra: democracia

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Texto publicado en Nativa.cat.

«Escuchad una palabra que para mi y a partir de ahora para todos va a ser muy importante: baloncesto»

Pepu Hernández, el entonces seleccionador del equipo español, dijo esto cuando ganaron el Mundial del 2006. No sonaba ridículo, ni absurdo, ni ingenuo. Más allá de lo simpático que resulte el baloncesto, las selecciones o los mundiales, en esa frase asomaba algo potente. Lo que se decía era simple: «jugamos a esto, parece que lo hacemos bien, tal vez el baloncesto sí que importa». O más simple: «Hola, estamos aquí». Un toque de atención, un aviso, una alerta para aquellos que pensaban que toda esa energía simplemente no existía. Un gesto que se basa en una manera particular de subrayar lo obvio y que por eso se vuelve poderoso. Poderoso porque es una reivindicación tan sencilla y humilde como amenazante y empoderadora.

«Escuchad una palabra que para nosotrxs y a partir de ahora para todxs va a ser muy importante: democracia»

Esto dijo el #15M al transmitir una manera de entender la Democracia que ya no tiene marcha atrás. La Democracia ya no significa simplemente votar cada 4 años, sino autogobierno y control sobre el poder, bienestar y justicia social, derechos sociales e instituciones de garantía. También valores compartidos y prácticas directas de gestión de lo común, procesos de deliberación permanentes en todas las escalas de gobierno e instrumentos para rediseñar normas que se adapten a nuevos procesos sociales. La Democracia vuelve a tomar pleno sentido. Subrayando lo obvio dijimos: «Hola, estamos aquí.» Una reivindicación tan sencilla y humilde como amenazante y empoderadora. Hoy democracia ya no significa votar a un candidato ni es sinónimo de un tedioso espacio de rifirrafes entre partidos políticos que creen monopolizar las competencias técnicas para gobernarnos. Hoy la democracia es un cambio en las reglas de juego. Esa idea de democracia ya forma parte del sentido común, justo eso fue lo que ganamos.

Más democracia, una democracia genuina o una mayor profundización en los valores democráticos, supone entonces practicar algo constituido por diferentes dimensiones. La democracia es tanto una actividad cívica como un nuevo régimen; otra forma de sociedad emergente que inventa un modo de gobierno. Esos cambios en nuestra cultura democrática empiezan a perfilarse ya como un hecho, pero los cambios en las reglas del juego son todo un reto.

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Cultura de la Transición, ¿Qué hay de nuevo, viejo?

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Reseña sobre el libro «CT o Cultura de la transición» que escribí para Teknokultura | Vol 9, No 2 (2012)

El libro «CT o Cultura de la Transición» es un trabajo realizado a varias manos coordinado por el periodista Guillem Martínez. Su tesis principal, que se va alimentando en los diferentes artículos de manera más o menos afortunada, se podría resumir tal que así: durante los últimos 35 años se ha ido erigiendo un paradigma cultural hegemónico comandado en gran parte por el Estado español donde se ha desactivado la cultura crítica. Ese proceso es al que se denomina Cultura de la Transición (CT). En adelante, internaré afinar esa tesis según aparece en el libro y añadiré algunas aportaciones.

«CT o Cultura de la Transición» ha recibido elogios y críticas (en su mayoría positivas) de todo tipo. La red está plagada de resúmenes, referencias, reseñas y multitud de comentarios. De entre todo lo escrito resulta complicado hacer alguna aportación interesante o que, como mínimo, pueda ofrecer un nuevo punto de vista desde el que revisar sus ideas principales. Si como se defiende en el libro, la red puede ser –o ya está siendo– el espacio que supere o desborde la “lógica consensual” bajo la que se hace fuerte la CT, parece apropiado enlazar uno de los blogs donde se produjo una línea de comentarios interesante. En demasiadosuperavit.net, Jaron Rowan escribió una entrada titulada «Comentario sobre el libro CT o Cultura de la Transición«. Autores que participan en el libro como David García Arístegui o Isidro López, aportaron sus impresiones sobre las críticas de Rowan. Yo mismo lancé algunas ideas en el hilo de comentarios, las mismas que ahora, con algo más de tiempo y espacio, intentaré perfilar.

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