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Cultura Viva o todo lo que pasa a pesar de las políticas culturales

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Escrito para las jornadas Cultura Viva

“Ninguna cultura ha sido creada por el pueblo, toda cultura ha sido creada para él.” Hace 40 años que Gaëtan Picon pronunció esta frase cumpliendo sus funciones para el Ministerio de Cultura francés. Un modelo de Ministerio, el de André Malraux, que a menudo ha sido señalado como excesivamente paternalista y corporativista. Esta idea de Gaëtan Picon, contrasta con otra que nació no hace tanto tiempo en un contexto colectivo: «La política cultural no es la cultura. Las instituciones públicas no hacen la cultura.» Estas eran las dos primeras frases que recogía el comunicado elaborado por la comisión de cultura del 15M en Barcelona, en mayo del 2011. Fuera de contexto pueden sonar como un haiku, pero el conjunto del comunicado dejaba claro que la apuesta era entender la cultura como un conjunto de procesos sociales vivos. Un conjunto de prácticas heterogéneas que no se agotan, ni siquiera empiezan, en las normas y estructuras institucionales. Malraux, ahora no toca.

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No diga ideología, diga ADN cultural

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Dejo la presentación «No diga ideología, diga ADN cultural» que hice en las jornadas ideología, política y gestión cultural organizadas por la Fundación Pedro García Cabrera y la Asociación de Profesionales de la Gestión Cultural de Tenerife.

Mi objetivo era explicar porqué usar «soluciones técnicas más eficaces» para responder problemas políticos ha servido para normalizar una forma de gobierno y gestión neoliberal.

La política cultura que se ha implementado en algunas ciudades ha jugado un papel crucial en esos procesos de gobernanza. Dicho en corto: los procesos de normalización y la política cultural son amigos que se conocen de toda la vida. La cultura ha servido para producir una idea de patrimonio, de gusto, de ciudad, de cohesión social. La cultura normaliza. En Barcelona, la cultura ha funcionado como dispositivo de consenso.

Y la pregunta que no está resuelta: ¿qué nuevas normas traen los nuevos valores? ¿qué nuevos procesos de normalización conlleva una gestión basada en el bien común?

la cultura cuenta

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Artículo escrito con Marcelo Expósito, ambos como miembros de la Coordinadora del Eje Cultura de Guanyem Barcelona. Publicado originalmente en eldiario.es. 

«La cultura cuenta». Así lo afirmaba James D. Wolfensohn en 1999 cuando, siendo presidente del Banco Mundial, impulsó una concepción de las políticas culturales como recurso para el desarrollo económico. Desde entonces hasta ahora, hemos asistido a la creciente aplicación internacional de parámetros económicos neoliberales a la producción, distribución y consumo de bienes y servicios culturales. Pero antes del cambio de siglo, la cultura venía cumpliendo también una función dinamizadora en ciertos modelos neoliberales de desarrollo urbano y regional. En suma, hace varias décadas que la cultura ha venido sirviendo como instrumento para gobernar nuestras sociedades y para mercantilizar nuestras ciudades. No escasean los ejemplos cercanos. Ahí tenemos las diversas políticas culturales que después de la Transición Democrática sirvieron en España para construir un imaginario de modernización socialdemócrata, en Cataluña para reforzar un esencialismo identitario nacionalista y en Barcelona para rehacer la ciudad y hacer de ella una marca.

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«Dejadnos hacer política con la cultura»

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Artículo publicado en eldiario.es

En 2008, un pequeño grupo de personas del sector cultural se manifestó delante del Teatre Kursaal de Manresa (Barcelona) durante la entrega de los Premis Nacionals de la Cultura de Catalunya. El entonces consejero de Cultura de la Generalitat, Joan Manuel Tresserras, hizo un gesto que dejó boquiabierto a todo el mundo. Acabada la ceremonia, bajó a hablar cara a cara con quienes le increpaban por elegir a dedo al director del Centro de Arte Santa Mónica, espacio ubicado al final de Las Ramblas de Barcelona.

Los manifestantes esgrimían que esos modos de hacer eran una forma de secuestrar el debate sobre la función pública de la cultura en la ciudad. El conseller aguantó estoicamente todas las interpelaciones y contestó una por una a todas las preguntas.

Dejando a un lado esa actitud sorprendente en un político, dispuesto a dar explicaciones de primera mano, lo relevante fue uno de sus argumentos clave. Para justificar su decisión, Tresserras fue directo a la rebaba de las políticas culturales. «Dejadnos hacer política», dijo. O lo que es lo mismo, ¿acaso no es legítimo que el conseller de Cultura haga política con la cultura? Se supone que alguien designado para pensar e implementar políticas de lo considerado “cultural” debería poder hacer justo eso.

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