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Independencia ideal, libertad material

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Artículo originalmente publicado en El Diagonal

No soy indepe. Y no por una cuestión emocional o identitaria, sino por una cuestión material. Reconozco sentir algo de vergüenza ajena cuando ser indepe viene justificado por sentirse “muy no sé cuantos”. ¿Un conjunto de emociones encontradas son el motivo para levantar una nueva arquitectura de instituciones que intenten determinar, facilitar o reprimir decisiones comunes? Por el mismo motivo, me da pereza máxima el argumento del unionismo patrio que se apoya en el sentirse “muy no sé qué”. ¿En serio?¿una emoción, un Estado?. No hago parodia. Hay posiciones fundadas en argumentos random como “hay algo en la historia de España a la que me siento ligado y forma parte de mi” (dijo el ilustrador Juanjo Sáez) o en no querer “que me hagan elegir entre Miró y Velázquez” (dijo el político Iceta). Chispeante.

Dejando atrás las guerras cultural-nacionales, mi principal problema es que nunca sé a qué libertad nos referimos cuando hablamos de la independencia de Catalunya. Sin ironía. No tengo ni idea. De ser un Estado, las dependencias de Catalunya serían como las de cualquier Estado europeo. Catalunya no es singular ni especial. ¿Lo es?. Casi diría que la intervención del aparato institucional catalán ha logrado erosionar algunas marcas de distinción catalanas. Más que hacerla especial, la han vulgarizado. Pienso, por ejemplo, en la insistente promoción institucional de una identidad cultural hegemónica muy particular que ha omitido el imaginario republicano y obrerista catalán. Las estructuras (culturales) del Estado (autonómico) ya han producido pérdidas de diversidad. Ni te cuento lo que harán unas “estructures d’Estat” que dependan de ese rumbo institucional.
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la cultura cuenta

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Artículo escrito con Marcelo Expósito, ambos como miembros de la Coordinadora del Eje Cultura de Guanyem Barcelona. Publicado originalmente en eldiario.es. 

«La cultura cuenta». Así lo afirmaba James D. Wolfensohn en 1999 cuando, siendo presidente del Banco Mundial, impulsó una concepción de las políticas culturales como recurso para el desarrollo económico. Desde entonces hasta ahora, hemos asistido a la creciente aplicación internacional de parámetros económicos neoliberales a la producción, distribución y consumo de bienes y servicios culturales. Pero antes del cambio de siglo, la cultura venía cumpliendo también una función dinamizadora en ciertos modelos neoliberales de desarrollo urbano y regional. En suma, hace varias décadas que la cultura ha venido sirviendo como instrumento para gobernar nuestras sociedades y para mercantilizar nuestras ciudades. No escasean los ejemplos cercanos. Ahí tenemos las diversas políticas culturales que después de la Transición Democrática sirvieron en España para construir un imaginario de modernización socialdemócrata, en Cataluña para reforzar un esencialismo identitario nacionalista y en Barcelona para rehacer la ciudad y hacer de ella una marca.

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