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Pragmatismo en la incertidumbre

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Artículo originalmente publicado en Nativa.cat

germanentes

«Cambia el chip, no se puede pedir todo. Sé pragmático, visualiza objetivos concretos»

No es un libro de autoayuda ni la dieta de los siete días, es el fondo de un mensaje que crece en las instituciones públicas. Como un progenitor que quiere controlar los deseos infantiles de abrazar las nubes, estas instituciones han dado con una fórmula que creen calmará los ánimos.

Eso expresan algunas de las tendencias en las políticas públicas de Barcelona. Todas contienen un tono similar: el cambio vendrá si centráis vuestros esfuerzos en cosas pequeñas. Ahí sí nos entenderemos. Cosas «pequeñas» como la gestión comunitaria de algunos equipamientos en desuso, la cesión temporal de solares urbanos para prácticas ciudadanas o el apoyo a emprendedores sociales que respondan a demandas que antes se asistían desde la administración.

Es la versión frustrada del refrán popular: a grandes males, pequeñas soluciones. O la frase mítica del Capitán Lechuga: los pequeños cambios son poderosos. Acostumbrados como estamos en Barcelona a las formas de instrumentalización institucional, esto promete camuflar algo turbio y perverso, el típico regate institucional donde ceder un poco puede ayudar a equilibrar el conflicto social. Pero en todo esto también se masca una dosis alta de candidez institucional. Porque nada es pequeño si se anida en procesos que tienen largo recorrido. Porque el pragmatismo tiene muchas tonalidades y en este contexto los objetivos concretos pueden escalar de manera vertiginosa.

Miremos tres ejemplos de políticas públicas en Barcelona que buscan ese pragmatismo y el mensaje que llevan detrás. Acciones públicas con mensajes de los que existe plena conciencia y que, más que una instrumentalización unidireccional, prometen incrementar el pulso de fuerte cambio social en el territorio urbano.

Primera acción: repensar lo público.

Hace poco, el Ayuntamiento de Barcelona junto al think tank Citymart.com, lanzó el Barcelona Open Challenge. Esta llamada para emprendedores quiere dar «soluciones innovadoras a seis retos diferentes para transformar el espacio público y los servicios de la ciudad». La propuesta está dentro del programa de crecimiento económico lanzado por CIU bajo el plan Barcelona Growth. Con este programa se argumenta que las ciudades van a «invertir menos recursos públicos y a obtener más efectos en la sociedad, creando comunidades más sostenibles, con más resiliencia y participación

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Innovar desobedeciendo

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texto originalmente publicado en la columna «lotería de palabras» de Nativa.cat

 

Innovar desobedeciendo. No puedo dejar de imaginar lo contento que estaría el economista austríaco Schumpeter si levantara la cabeza y leyera eso. Puede sonar delirante, pero creedme que pienso en su gesto socarrón mientras grita: “Exacto, hace casi un siglo ya dije que el emprendedor introduce novedades disruptivas en el mercado para innovar!” o cosas que oímos a diario pero que también son de cosecha schumpeteriana: “Veo que por fin has entendido la teoría de los ciclos económicos; solo se sale de una crisis con una mentalidad empresarial innovadora!”. Llegados a este punto en el que Schumpeter se pondría un poco pesado, habría que matizar. Pues al decir “innovar desobedeciendo” no me refiero a infringir las normas de planificación o a saltarse los manuales que aseguran contener la fórmula del maná empresarial. Al decir desobedecer, querido Schumpeter, me refiero a desobediencia civil, a acciones no violentas que se enfrentan a la ley. Al decir “innovar desobedeciendo” me refiero a provocar o conducir innovaciones sociales y políticas a través de estrategias que desobedecen o se enfrentan a las normas de un sistema económico y político incapaz de repensarse. Una vez dicho esto, cuesta imaginar la cara que pondría Schumpeter.

Pero insinuar que en la desobediencia civil hay un camino para la innovación social no es del todo innovador, ni siquiera novedad. Tenemos múltiples ejemplos históricos de procesos de desobediencia civil que han servido para conquistar derechos sociales, para reescribir leyes que eran excluyentes y para reformular pactos sociales. Decía Hannah Arendt en su libro “La crisis de la república” (1972) que la desobediencia civil surge cuando un significativo número de ciudadanos y ciudadanas ha llegado a convencerse de que, o bien ya no funcionan los canales normales de cambio y de que sus quejas no será oídas, o bien porque el Gobierno persiste en modos de acción cuya legalidad y constitucionalidad quedan abiertas a graves dudas.

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