Dejo la presentación «No diga ideología, diga ADN cultural» que hice en las jornadas ideología, política y gestión cultural organizadas por la Fundación Pedro García Cabrera y la Asociación de Profesionales de la Gestión Cultural de Tenerife.
Mi objetivo era explicar porqué usar «soluciones técnicas más eficaces» para responder problemas políticos ha servido para normalizar una forma de gobierno y gestión neoliberal.
La política cultura que se ha implementado en algunas ciudades ha jugado un papel crucial en esos procesos de gobernanza. Dicho en corto: los procesos de normalización y la política cultural son amigos que se conocen de toda la vida. La cultura ha servido para producir una idea de patrimonio, de gusto, de ciudad, de cohesión social. La cultura normaliza. En Barcelona, la cultura ha funcionado como dispositivo de consenso.
Y la pregunta que no está resuelta: ¿qué nuevas normas traen los nuevos valores? ¿qué nuevos procesos de normalización conlleva una gestión basada en el bien común?
Aquí dejo el vídeo con la charla en ZEMOS98 sobre poder y libertad basada en algunas películas y material audiovisual. Entre otras, Network, Amanece que no es poco, A few good men, El Manantial, Our Daily Bread, LEGO, The Century of the self, Mystique determinado y algunas piezas más. Se trata de un Código Fuente Audiovisual, lamentablemente el último del festival ZEMOS98 ya que ésta ha sido la última edición debido a la desatención de las instituciones públicas.
Nunca me había puesto tan nervioso días antes de hacer una charla, pero nunca había disfrutado tanto haciendo una. Los nervios se fueron al salir al escenario, pero sobre todo, al oir la presentación de mi querido Felipe. Un troleo amoroso mítico.
Acompaño las películas hablando del poder soberano, el poder disciplinar, las prácticas de gobierno basadas en la normalización, los procesos de liberación y, ya al final, del asalto institucional.
Para un resumen de los contenidos y las fuentes de este Código Fuente Audiovisual, recomiento este artículo de Marta Peirano en eldiario.es, muy bien documentado y más preciso que mi propia charla.
La película Braveheart narra la historia de William Wallace, rebelde escocés que luchó en la primera guerra de la independencia de Escocia. Braveheart relata la vida de una figura heroica sin la que parece imposible imaginar el proceso de liberación de las tierras escocesas frente al dominio de la corona inglesa. Pero más allá de ese relato que nos cuenta el momento de sublevación del líder de una comunidad oprimida, traigo Braveheart para señalar otro tema. Un tema que corre en paralelo a la épica de la película y que es un subtexto típico en las narrativas bélicas. Se trata de la idea de «poder» que contiene Braveheart. De esa noción de un poder soberano, en este caso el Rey de Inglaterra, que busca hacer obedecer a un sujeto rebelde, en este caso William Wallace. En resumen: la idea de un poder soberano que para gobernar al rebelde, tiene que matarlo.
Gobernar matando
Esa noción tradicional de poder soberano que busca la obediencia a través de la espada, establece la guerra como momento cumbre, momento en el que matar es sinónimo de gobernar. Y esto es lo que trasmite la película, es decir, un Rey que sabe que la perpetuación o la extensión de su poder se basa en hacer obedecer matando. Parecería entonces que Braveheart contiene esa idea de un poder cuyo mecanismo esencial es hacer morir. O tal vez no. Tal vez Braveheart habla de un poder algo más complejo, de un poder que desborda esa noción tradicional donde aniquilar al rebelde ya es suficiente para gobernarlo.
En el desenlace de Braveheart, William Wallace es capturado y condenado a muerte. Esta parte final narra justo el momento en el que Wallace va a ser decapitado en la plaza pública. Pero esta secuencia, además del empeño de Mel Gibson por provocarnos el llanto fácil, nos ofrece otras cosas. De hecho, si vemos ese final pensando que matar es gobernar y que en consecuencia liberarse es no morir, se dan dos paradojas: la paradoja del poder soberano y la paradoja del condenado. Seguir leyendo Gobernar al rebelde→
«La apuesta de todas esas empresas acerca de la locura, la enfermedad, la delincuencia, la sexualidad (…) es mostrar que el acoplamiento de una serie de prácticas-régimen de verdad forma un dispositivo de saber-poder que marca efectivamente en lo real lo inexistente, y lo somete en forma legítima a la división de lo verdadero y lo falso»
Michel Foucault en «Nacimiento de la biopolítica»
«Si encuentro al misógino que inventó los tacones lo mato»
Robin Williams en «Señora Doubtfire»
Adoro a Michel Foucault. Odio a Robin Williams. No resulta cómodo ponerme este yugo mientras escribo lo que sigue, pero no puedo dejar de pensar que si Foucault se reencarnara en cómico y redujera con bastante alegría su pensamiento sería algo parecido a Robin Williams. ¿Estoy diciendo que si Foucault hubiera sacado a la palestra sus dotes de clown y hubiera dejado a un lado su estilo afrancesado, habría encarnado a Peter Pan en «Hook»?. Parece que sí, tal vez digo eso. Bueno, no sé. Pero me parece evidente que en algunas de las películas protagonizadas por el cómico estadounidense Robin Williams, de hecho, las más conocidas, hay una carga foucaultiana. Por lo menos, una crítica institucional que una y otra vez toma tintes foucaultianos. Si me dais un rato, me explico.
La aparente imposibilidad de enfrentarse al poder: el Panoptismo y Rebelión a Bordo*
«Para hacer funcionar de acuerdo con la teoría pura de los derechos y las leyes, los juristas se imaginaban en el estado de naturaleza; para ver funcionar las disciplinas perfectas, los gobernantes soñaban con el estado de la peste».
Michel Foucault, Vigilar y Castigar (1979:202)
1. El Panoptismo y la sociedad disciplinaria
En el tercer capítulo del libro ‘Vigilar y Castigar. Nacimiento de la prisión’ (ed. Siglo XXI, 1979) Michel Foucault analizó lo que él mismo denominó sociedad disciplinaria a través de la figura arquitectónica del Panóptico de Bentham (imagen1). El relato sobre el Panoptismo es tal vez uno de los más conocidos de Foucault ya que expone de manera clara su idea sobre los dispositivos disciplinares, es decir, maniobras bajo las que aquel que detenta el poder somete a otros a normas, leyes y modos de comportamiento a través del castigo y la vigilancia. En la sección que dedica al Panoptismo, Foucault estudia primero los protocolos usados a finales del siglo XVIII para controlar el contagio de la peste en las ciudades. Finalmente, pasa a analizar el Panóptico, buscando comprender las transformaciones de los sistemas disciplinarios en los siglos XVII y XVIII, momento en el que se extienden los dispositivos de disciplina pasando de una disciplina de la excepción a una vigilancia generalizada. El Panoptismo «es el principio general de una nueva «anatomía política» cuyo objeto y fin no son la relación de soberanía sino las relaciones de disciplina» (1979:212). Y esos mecanismos disciplinares, claro está, naturalizan relaciones de poder. Foucault dedicará gran parte de su tarea arqueológica a rastrear cómo se conforman las diferentes «arquitecturas» disciplinares (escuelas, hospitales, psiquiátricos, cárceles) y los diferentes mecanismos que va creando esa red de dispositivos que ordenan, controlan, vigilan y normativizan el cuerpo social garantizando «una distribución infinitesimal de las relaciones de poder» (1979: 219).