


Texto junto a Mauro Castro a partir de trabajo conjunto con La Hidra Cooperativa. Originalmente publicado en El Diagonal
1. Crítica a las políticas participativas
«Sería bueno volver a la democracia representativa, y no al asamblearismo, que ha dado más que notables manifestaciones de ser un profundo desastre». En un Pleno del Ajuntament de Barcelona, Carina Mejías, regidora de Ciudadanos, interpelaba con esa frase a Maria Rovira de las CUP. Con ese tipo de ironía fofa que no hiere pero irrita, Mejías aludía a la famosa asamblea que acabó en empate, donde la CUP decidía si investir a Artur Mas. Pero, sobre todo, pretendía defender la representación como la forma de hacer política más legítima y con menos costes.
Esa arrogancia de la democracia representativa fue lo que el 15M puso en crisis. Uno de los mandatos que produjimos en ese ciclo de movilizaciones fue la necesidad de superar esa representación, un mandato trasladado a esta fase institucional. Precisamente, porque esa representación ha mostrado claras evidencias de no contar con excesiva legitimidad social (solo hay que revisar los barómetros de opinión) ni supone menos costes (los casos de corrupción y de malversación de fondos públicos van en aumento). Eso, claro, no significa tener que decidirlo todo en asambleas. Es un punto de partida muy torpe. Se trata de garantizar mecanismos redistributivos del poder que vayan más allá de la delegación ciega a cargos representativos pero también más allá de la participación instrumental.
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