Texto junto a Mauro Castro a partir de trabajo conjunto con La Hidra Cooperativa. Originalmente publicado en El Diagonal
1. Crítica a las políticas participativas
«Sería bueno volver a la democracia representativa, y no al asamblearismo, que ha dado más que notables manifestaciones de ser un profundo desastre». En un Pleno del Ajuntament de Barcelona, Carina Mejías, regidora de Ciudadanos, interpelaba con esa frase a Maria Rovira de las CUP. Con ese tipo de ironía fofa que no hiere pero irrita, Mejías aludía a la famosa asamblea que acabó en empate, donde la CUP decidía si investir a Artur Mas. Pero, sobre todo, pretendía defender la representación como la forma de hacer política más legítima y con menos costes.
Esa arrogancia de la democracia representativa fue lo que el 15M puso en crisis. Uno de los mandatos que produjimos en ese ciclo de movilizaciones fue la necesidad de superar esa representación, un mandato trasladado a esta fase institucional. Precisamente, porque esa representación ha mostrado claras evidencias de no contar con excesiva legitimidad social (solo hay que revisar los barómetros de opinión) ni supone menos costes (los casos de corrupción y de malversación de fondos públicos van en aumento). Eso, claro, no significa tener que decidirlo todo en asambleas. Es un punto de partida muy torpe. Se trata de garantizar mecanismos redistributivos del poder que vayan más allá de la delegación ciega a cargos representativos pero también más allá de la participación instrumental.
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Artículo escrito para El Diagonal junto a Laia Forné Aguirre | Fundación de los Comunes
¿Qué hace que una revolución ocurra? La socióloga Theda Skocpol se enfrentó a esa pregunta hace más de 30 años. A partir del análisis comparado de las revoluciones francesa, soviética y china, intentó encontrar algunos patrones. La respuesta a aquella pregunta descomunal fue un estudio denso, larguísimo y que no ha perdido pizca de interés. Entre otras cosas, Skocpol diferenciaba entre una revolución social y una revolución política. La revolución política sería una toma repentina y eficaz del poder. La social, una transformación duradera, un cambio en las estructuras de las clases sociales y en el conjunto de la arquitectura institucional.
Las diferencias entre revolución política y social podrían ser las mismas que hay entre la llegada de una ‘candidatura ciudadana’ al Ayuntamiento de Barcelona y la riqueza de los movimientos municipalistas. El municipalismo no está formado por las competencias de un gobierno local sino por los poderes sociales y comunitarios que producen nueva institucionalidad. El municipalismo es la causa, es la potencia social que produce y cuida lo común; el gobierno local es la consecuencia, una codificación de las posibilidades abiertas por el ciclo de movilizaciones que hemos vivido. Y si bien no es útil pensarlas como realidades contrapuestas, las instituciones públicas parecen pensadas para que su relación con los movimientos ciudadanos sea desequilibrada y ortopédica. Incluso imposible. Seguir leyendo El Ayuntamiento de Barcelona está diseñado para que nada cambie →
Blog de Rubén Martínez Moreno