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Conflictos urbanos, municipalismo e innovación social

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Conversacion con José Luis Fernández Casadevante, Kois, sociólogo, miembro de la cooperativa GARUA, que nos han hecho en FUHEM Esocial. 

Nuria del Viso (NV): La ciudad se ve aquejada por la segmentación del espacio y la fragmentación social, entre otros problemas, tendencias que se han agudizado en las últimas tres décadas de políticas neoliberales. ¿Cuáles son actualmente las principales cuestiones y los principales ejes de conflicto en la ciudad? ¿Os atrevéis a diferenciarlos según su distinta naturaleza?

José Luis Fernández Casadevante, Kois (JLFC): Lefebvre solía afirmar que la ciudad es la sociedad inscrita en el suelo, una metáfora que me gusta porque evidencia que sus edificios, calles, plazas y parques materializan deseos y estilos de vida, conflictos de intereses y equilibrios de fuerzas en disputa. Al mirar la ciudad obtenemos únicamente un fotograma de lo que con el paso del tiempo se nos revela como una película. La agudización de las conflictividades urbanas se daría de forma simultánea en tres ejes interconectados. El aumento de la desigualdad social y los desequilibrios territoriales, barrios donde se concentran los procesos de empobrecimiento y precariedad (paro, desahucios, pobreza energética, etc.), agravadas por los recortes en los servicios públicos (educación, sanidad y servicios sociales). Un autoritarismo de mercado, que debilita la ciudad como espacio de derechos y confiere al sector privado un mayor protagonismo a la hora de definir las estrategias de transformación de la ciudad (privatizaciones, áreas de inversión, mercantilización de las zonas verdes o del espacio público). Y, por último, esbozos de lo que sería una incipiente contienda ecológica, aunque no se nombre en estos términos. Las luchas por la remunicipalización del agua, los incipientes debates sobre los modelos urbanos de movilidad y alimentación, las demandas de justicia ambiental (en el caso de Madrid todas las infraestructuras contaminantes y tóxicas se concentran en barrios del sur y este de la ciudad). Estas líneas de conflicto han sido profundizadas durante los últimos años por lo que se podríamos denominar como “urbanismo de la austeridad”.

Rubén Martínez Moreno (RMM): En una investigación del Instituto de Gobierno y Políticas Públicas (IGOP) en la que he participado titulada “Barris i Crisi” (Barrios y Crisis) hemos intentado analizar los impactos de la crisis en Cataluña. En ese trabajo, hacemos una cartografía de prácticas sociales que intentan responder a los efectos de la crisis y un análisis de las dinámicas de segregación urbana durante los últimos 10 años. En esta investigación, queda claro que la renta urbana actúa como factor de segregación social, dotando de mayor libertad de elección en el uso del espacio a ciertos grupos sociales pudientes a la vez que actúa como dispositivo de control sobre la movilidad residencial y la agencia de las comunidades más desfavorecidas. Esto ha producido una distribución territorial desigual de los impactos sociales de la crisis. O, dicho de otra manera, la crisis no solo afecta más a unas personas que a otras, sino que se ha incrementado la distancia entre los barrios donde viven grupos sociales con más recursos y los barrios más desfavorecidos. El capitalismo urbano necesita ese tipo de desigualdad territorial para crear campos rentables de producción y absorción de excedentes de capital. La producción de espacio urbano a partir de la mercantilización y la especulación sobre el suelo es una de las principales formas para asegurar ese tipo de territorio fracturado. En ciudades como Barcelona o Madrid, la urbanización se ha usado continuamente para eludir procesos de desvalorización (crisis) y ampliar el circuito de acumulación sobre el territorio. Esa lógica de máquina de crecimiento urbana –que se camufla bajo el chantaje de “sin crecimiento económico no puede haber políticas sociales”– ha producido grandes coaliciones entre élites locales y globales. En definitiva, tenemos ciudades que integran la desigualdad y la producción de periferias en el proyecto urbano, crean espacios no democráticos de decisión directa a manos de holdings financieros y supeditan las políticas sociales al crecimiento y a compensar los impactos que ese mismo modelo urbano produce. Esto supone un ataque directo sobre las condiciones de vida urbana, sobre quién y cómo puede o no subsistir en la ciudad. Eliminar este círculo vicioso formado por elites, especulación sobre el territorio y políticas sociales compensatorias es lo que creo está abriendo y va abrir los principales ejes de conflicto en la ciudad.

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La gestión comunitaria no es un parche

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ducttape

Un comentario para las jornadas Cultura Viva y el énfasis que hemos puesto en la gestión comunitaria. Una reflexión más amplia se puede encontrar en el texto «Gestión comunitaria de la cultura» que preparamos Laia Forné y yo para abrir la sesión sobre este tema.

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El siglo de la fraternidad

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Dejo aquí el texto publicado en el Cultura/s de La Vanguàrdia en el especial «El siglo de la fraternidad«. Una breve compilación donde comparto espacio y motivación junto a Ingrid Guardiola, Marina Garcés y Antoni Marí. El resto de las aportaciones, se pueden leer aquí (con versión en català de mi aportación).

Los bienes comunes, ¿una nueva ‘Gran Transformación’?
En el libro ‘La Gran Transformación: los orígenes políticos y económicos de nuestro tiempo’ (1944) Karl Polanyi realizó una dura crítica al liberalismo de mercado, una de las que más han perdurado. Polanyi nos recuerda que antes del siglo XIX, la sociedad no operaba como un accesorio del mercado. El mercado era un elemento secundario de la vida económica; el sistema económico estaba integrado en el sistema social.

El actual sistema de mercado como regulador social no surgió de manera natural ni tampoco vino provocado por una retirada de la acción estatal. Para producir una sociedad de mercado, o dicho de otra manera, para subordinar todos los propósitos humanos a la lógica de un impersonal mecanismo de mercado, fue necesaria una acción consciente y a menudo violenta del Estado. Como señalaba Polanyi «para que este proceso se organice a través de un mecanismo autoregulado de intercambio, el hombre y la naturaleza tendrán que ser atraídos a su órbita; tendrán que quedar sujetos a la oferta y la demanda, es decir, tendrán que ser tratados como mercancía, como bienes producidos para la venta». Vivencias y recursos que constituían un espacio de potencia social fueron convertidos en «mercancías ficticias»; el ser humano pasó a ser fuerza de trabajo para ser vendido al precio del salario, la naturaleza pasó a ser tierra para poder negociarse al precio de las rentas que produjera. Así se convirtió en producto de mercado lo que constituía la base de la vida comunitaria. La sustancia misma de la sociedad fue subordinada bajo la dirección de los precios del mercado. Esto es lo que Polanyi denomina, irónicamente, ‘La Gran Transformación’.

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La revolución del común

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Texto escrito para la web del CCCBLab sobre el ciclo «En comú» del Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona.

En común

El común, los comunes, la comunidad, el procomún, los bienes comunes, estos conceptos se han instalado de nuevo en nuestro imaginario y parece que están aquí para quedarse. Sin necesidad de escarbar demasiado sobre qué comparten o qué las diferencia, estas palabras conforman un lenguaje que entra en batalla con la dualidad de «lo público» y «lo privado», un escenario en plena asfixia, esclerótico, incapaz de responder al cambio de época que vivimos. Lo común nos desplaza a otra posición, un espacio desde el que señalar y actuar sobre la continua expropiación de recursos y modos de hacer que muchos creen que ya no nos pertenecen. Lo común recupera el hilo de las luchas que históricamente se han enfrentado a un régimen basado en la mercantilización del todo social; es un espacio de poder, de defensa, de reapropiación de la riqueza colectiva. Los abrazos fraternales entre lo público-estatal y lo privado-mercantil nos aplastan, ya va siendo hora de deshacer esta perversa historia de amor.

Como apunta David Harvey, la historia del capitalismo es la historia de una continua desposesión, un régimen basado en los continuos cercamientos de la producción social. Sin esa continua acumulación por desposesión, sin los decretos, rumbos institucionales y tácticas para cercar y extraer renta de la producción social, el régimen de acumulación capitalista no podría mantenerse. Para sucumbir a esta lógica del «mercado como regulador social», ha sido necesario un continuo intervencionismo estatal, el diseño de instituciones robustas que han convertido la vida misma en mercancía. Recursos naturales y medioambientales, saberes, culturas, formas de vida, incluso todo tipo de proyectos de futuro son pasto del ciclo de acumulación del actual capitalismo financiero, un régimen que valoriza y especula con cualquier potencia social. El endeudamiento ciudadano y la dilapidación de otros modos de vida posibles, esa es la base genética de un modelo que se sirve de la desposesión para perpetuarse.

Conocemos los límites de un modelo social pensado desde la propiedad pública y la propiedad privada, ahora lo común se sitúa como nueva hipótesis política.

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Empresas del procomún sí, pero ¿qué hay de “lo público”?

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Making community software sustainable

Artículo publicado originalmente en eldiario.es

Los commons, en su origen histórico, eran tierras bajo régimen comunal gestionadas y explotadas por clases campesinas. Esos bienes comunes formaban parte del sustento vital de dichas comunidades y, a su vez, constituían otra forma de cultura productiva. Si desde su origen estos recursos formaban parte de cierta realidad económica podría sonar redundante hablar hoy de economía del bien común o de empresas del procomún pero, en realidad, lo que se empuja con este nuevo paradigma no solo es aquella misma cultura productiva sino hacer visible que la actual economía capitalista se funda y consolida con la depredación de dichos bienes.

Empresas que sobreviven gracias a la explotación privada de bienes comunes sin ningún tipo de regulación las hay a miles, por no decir que no existe empresa capitalista que no capture, explote o se alimente de ellos. Bien lo saben algunos expertos de la teoría del management, autores de toneladas de manuales que buscan favorecer la comodificación de saberes y conocimientos que circulan en el interior o exterior de las empresas. Lo que en otro momento se suponía «al margen» de la explotación económica siendo considerado como no-productivo, hoy se percibe como un recurso fundamental. Esto incluso podríamos considerarlo como la mera punta del iceberg, puesto que la captura de estas balsas de recursos inmateriales parece casi anecdótica si la comparamos con el uso y sobreexplotación de otro tipo de recursos como los naturales o medioambientales. Por tanto, el tema no es si los bienes comunes toman o no un papel en el modelo económico, el tema es bajo qué principios éticos nos relacionamos con ellos.

En ese sentido, lo que denominamos empresas del procomún no es una categoría que define un matrimonio de conveniencia, sino una realidad económica compleja donde estructuras empresariales se relacionan con bienes comunes, gestionándolos, produciéndolos y explotándolos pero –punto fundamental– sin erosionarlos, sobreexplotarlos o privatizarlos. Como comentábamos en un artículo anterior donde introducíamos las empresas del procomún, es importante ver que la supervivencia de estos recursos de base comunitaria depende de pactos, mecanismos de gobernanza y la habilidad de detectar y respetar las diferentes esferas de valor que emergen del procomún. Por otro lado, señalábamos que con el estudio de casos de empresas que se relacionan bajo principios éticos con el procomún no vamos a poder aportar soluciones ideales, pero sí un compendio de ejemplos y patrones de los que podemos aprender. Asumimos así que manejamos prácticas con una escala y una dimensión pequeña, en muchos casos local y que difícilmente puede replicarse o crear espacios económicos homogéneos en una escala mayor. Y justo aquí es donde empezamos a echar en falta “lo público” o, mejor dicho, muchas de las funciones que pensábamos cumplía.

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