


Los commons son un fenómeno complejo y a la vez complicado. Complejo porque depende de varios elementos que hay que tener en cuenta a la vez; complicado porque parece haber un exceso de definiciones o de acercamientos diferentes que expanden su significado. En la última reunión general del Laboratorio del Procomún de Medialab Prado (febrero 2012) Juan Freire abría la sesión comentando que “lo que hace interesante al procomún es esa incapacidad para ser definido” citando la entrevista en el blog código abierto a Antonio Lafuente. Si bien estoy de acuerdo con muchas cosas que se comentaron durante la sesión, la verdad es que me cuesta un poco celebrar que algo esté poco definido. Bien visto, si así fuera, me pasaría todo el día de fiesta ya que de indefiniciones sin duda andamos bien servidos. Pero temo que el problema sea el inverso, que más bien se está vaciando «procomún» de significado –por saturación–y que hay ciertas nociones, al parecer algo incómodas, que no acaban de relacionarse con el concepto. Como ya adelanta el título de este post, me refiero a conceptos como el de comunidad y, especialmente, el de propiedad.
Entraré un poco a lo bruto. Desde mi punto de vista, la falta de definición no hace especialmente interesante al procomún y, de hecho, no es algo que lo caracterice. Pensar el procomún como «experiencia» o como «ausencia» (ambas usadas en la sesión de Medialab Prado) son buenos acercamientos poéticos, pero añaden a su vez filtros borrosos que no nos permiten ver lo evidente. Por otro lado, se mezcla procomún con otras ideas de tono más esotérico como «lo común» o «el común» que estiran tanto el concepto que acercan su significado al «todo vale». Como le he oído decir varias veces a Marga Padilla «Cuando todo vale, nada importa«. No podría estar más de acuerdo. Si bien el error puede generar conocimiento, eso no es sinónimo de que la confusión sea algo más que..confusión.
Tal vez, para analizar un fenómeno social, éste ha de ser observable y debe no solo contar con alguna definición, sino que es conveniente encontrar aquellas variables que nos permitan reconocerlo. Suena obvio pensar que si algo es algo es gracias a diferenciarlo de cualquier otra cosa. Estaremos de acuerdo que un poco de concreción es, como mínimo, deseable. Es cierto que hay conceptos poliformes, polisémicos y poligoneros, pero me ilusiona pensar que cuantos menos, mejor.
1. Procomún y propiedad
Es probable que el tema no sea el procomún en sí mismo o cómo podemos rellenarlo de significado. Creo recordar que «procomún» era la consecuencia, no el objetivo. Es decir, que frente a la ineficacia de lo público/estatal y la voracidad de lo privado/mercantil –ambas esferas cada vez más alejadas de formularse bajo principios de justicia social– el procomún (su marco conceptual, histórico y político) parecía responder necesidades sociales y situar modelos de gestión más eficaces para generar beneficio colectivo. Es más, la propiedad bajo régimen comunitario fue y es a día de hoy una fórmula que asegura medios de existencia y producción para segmentos sociales que, en la lógica del capitalismo tardío, padecen procesos de desposesión. Propiedad bajo régimen comunal; justamente la propiedad, ese concepto que una y otra vez entra en el tablero pero que nos permitimos eludir. Desde mi punto de vista, el procomún ha de servirnos para repensar la propiedad, tan marcada por un rumbo que parece incuestionable. Difícil nos lo ponemos si decimos que “el procomún es lo que es de todos pero no es de nadie”. En el rincón oscuro y caliente que deja esa frase descansa plácidamente la propiedad.
En esa misma sesión del Laboratorio del Procomún, Eduardo Serrano de la Casa Invisible de Málaga añadió cierta concreción respecto a la estrecha relación entre propiedad y procomún. Comentando las actuales necesidades de La Invisible, Eduardo añadía que: “Necesitamos dotar de un estatuto jurídico al procomún (…) Es necesario un desarrollo protojurídico alimentado por la jurisprudencia y, si bien no leyes (trascendentes), sí necesitamos normas (inmanentes)”.
Es decir, protocolos legales, contexto jurídico, procesos para instituir otra manera de entender y gestionar la propiedad. Vías concretas que permitan pensar otro régimen de propiedad donde los/as comuneros/as puedan defender sus estatutos e ir ensamblando el modelo de gobernanza que haga sostenible el recurso que producen, difunden y que, en muchas ocasiones, es de acceso público (como es el caso de La Invisible). Con algunos matices, esta misma reivindicación nos puede servir para imaginar (o recuperar) esa otra forma de propiedad tanto para recursos materiales, inmateriales o directamente no-recursos (la democracia, por ejemplo). ¿Qué eran los commons históricos sino una forma de propiedad diferente? ¿Qué significa entender el software libre como un procomún sino es como un cambio en la concepción misma de la propiedad? Más anclados en el presente que en el pasado, miramos la propiedad de reojo.
De manera también clara y directa, la propiedad aparece como tema central en La Carta de los comunes del Observatorio Metropolitano de Madrid publicada por Traficantes de Sueños:
«Este libro singular actualiza una propuesta antigua: una forma de regulación y propiedad llamada comunal (…). La Carta de los Comunales desarrolla la puesta en práctica de esta gestión comunal adaptada a nuestro tiempo: normas para velar por la sostenibilidad de los bienes naturales; para asegurar que la ciudad y lo que ésta produce sea de todos; para que el trabajo de cuidado sea repartido y la salud, un valor no mercantilizable; para evitar la segregación en la escuela y garantizar que el conocimiento y sus aplicaciones pertenezcan a la sociedad entera. Recoge también los principios de los comunes antiguos: toda la comunidad debe participar y trabajar por la buena gestión y sostenibilidad de los recursos, ya que solo así todos podrán beneficiarse de sus frutos.»
En definitiva, el procomún no es solo un marco para reflexionar sobre otras formas de propiedad, es también la evidencia de que ya existen.
2. Procomún y comunidades
Le toca el turno a «comunidad». Una interesante definición de procomún –sintética pero compleja– y que debe su origen al trabajo de Elinor Ostrom, nos la recordaba Isidro López, del Observatorio Metropolitano de Madrid, a través de un tweet (con los límites que exige el medio): «Los commons son comunidades activas de gestión«. En la sesión del Laboratorio del Procomún, Joan Subirats argumentaba que esta concepción del procomún es problemática. Efectivamente, otorga excesivo protagonismo a la comunidad. La comunidad –decía Subirats– puede ser un organismo que homogeneiza a los actores que pueden gestionar un procomún. Incluso puede comportarse como un dispositivo excluyente que limita la diversidad y el acceso público al recurso. Cabría ver si esto siempre es un problema o si no es tanto la comunidad en sí (la relación dependiente y cooperativa entre diferentes sujetos) como las formas en las que ciertas comunidades tradicionales se han constituido como organismos cerrados. En cualquier caso, es un tema que ha de mantenernos alerta.
Partiendo de esa mini-definición del procomún que ofrecía Isidro (“Los commons son comunidades activas de gestión») añado algunas notas para ir concluyendo y situar más elementos que, unidos a su relación con la propiedad, creo hacen observable el procomún:
1. En esa definición se entiende el procomún como verbo, no como sustantivo. Cuando se habla de «comunidades activas» se subraya la necesidad de «poner en acción», es decir, la necesidad de «procomunizar» recursos, entornos, infraestructuras, tecnologías, etc. Dicho de otra manera, nada es procomún por naturaleza, nada es procomún para siempre. Hay que activarlo.
2. Se suele entender el procomún como el recurso (el software, el agua, el conocimiento). Esta definición que ahora manejamos pone énfasis en la comunidad. Sin comunidad, no hay procomún. Sin modelo de gobernanza, no hay procomún. Esa tríada (recurso, comunidad, modelo de gobernanza) es la que constituye el procomún. Esa articulación es la que genera beneficio colectivo y evita (o intenta limitar) los procesos de cercamiento y de privatización. Esos tres elementos son los que fundan una propiedad distinta, con derechos de uso y usufructo del recurso.
3. La propia comunidad ha de entenderse como un conglomerado de intereses recíprocos, afectos, cuidados e interdependencias. Si la comunidad no comparte un «sentimiento colectivo», si no comparte que su trabajo productivo y reproductivo estimula y es a la vez estimulado por el beneficio que produce el procomún, esta espiral virtuosa se rompe. De hecho, es interesante pensar en el free-rider (traducido como «polizón»), ese agente que se aprovecha del procomún maximizando sus beneficios sin participar en su gestión y regulación, como alguien carente de «lazos afectivos» con la comunidad. No se inserta en la comunidad pero, sobre todo, no se articula con sus vínculos afectivos porque su racionalidad le lleva a “quererse más a sí mismo” que a la comunidad.
4. El procomún existe cuando es sostenible, cuando perdura, cuando genera beneficio colectivo, pero, sobre todo, cuando su propiedad depende del modelo de gobernanza de la comunidad. Por eso Google no es procomún. Por eso Megaupload no era procomún. Tal vez generen beneficio colectivo –habría que matizar que entendemos por beneficio colectivo– pero es evidente a quién pertenece Google y a quién pertenecía Megaupload. No se puede sortear la pregunta fundamental: ¿quién impone las normas de uso, acceso y explotación del recurso?
Tal vez es cierto que no podemos considerar el procomún como una categoría cerrada pero eso no es sinónimo de que sea indefinida. Hay procesos o recursos que tienden hacia el procomún. Su estatuto de verbo –ese «poner en acción»– hace que usarlo como sustantivo o adjetivo sea más una cuestión formal que una realidad. Ciertos recursos y procesos pueden devenir procomún de la misma manera que pueden haber procesos de cercamiento o tendencias hacia el free-rideo en sus propios usuarios y usuarias. Pero no solo su naturaleza y los usos reales que derivan del procomún, también la emergencia actual reclama pensarlo como otra forma de entender la propiedad y como una acción que ha de venir empujada por comunidades activas. En ese mismo proceso se repiensan ambas nociones (propiedad y comunidad) alejándolas de aquellas más hegemónicas que han servido para naturalizar prácticas de exclusión social. Tal vez así, cuesta menos pensar que estamos viviendo un cambio de época. Uno deseable y emancipador.
Hola Rubén, me ha gustado mucho la introducción de tu post, yo también opino que la falta de definición no hace nada interesante nada y que nos sobra ganas de confundir (de marear la perdiz) y filtros poéticos.
Cuando pienso y escribo, cuando os leído a vosotros también, tengo la sensación de que la suma de recurso+comunidad+normas es un estupendo punto de partida y que de él su puede fácilmente llegar a definiciones y a acciones. Quizás, no deberíamos marear la perdiz, y empezar a construir cosas alrededor de ese trío. Algunas personas pueden pensar que es una simplificación, pero la creo necesaria. No olvidemos que una tarea urgente de los que creemos en él, en mi opinión, es comunicar el concepto de procomún, de dar a conocer las posibilidades que puede aportar en la política, la economía, etc. sino tenemos claro nosotros qué es el procomún difícilmente podemos explicarnos de forma que los demás nos entiendan y de alguna forma nos sigan.
En fin, un placer pasar por tu nueva casa en Internet.
Buenas Rubén!
Gracias por mover el avispero! Estoy contigo que es necesario situar en su justo contexto político-cultural la «propiedad» (y, más aún, sus formas jurídicas). Y que el procomun (a la Ostrom) es claramente una manera de hacerlo. Pero no estoy tan seguro que esto quiera decir que «pensar el procomun» signifique situarlo desde/con/ contra la propiedad.
En cierto modo, los debates que hoy se sostienen en torno al procomun vuelven a ensayar los debates que WIPO (World Intellectual Property Organization) sostuvo sobre «traditional knowledge (TK), genetic resources (GRs) & traditional cultural expressions (TCEs, o «expressions of folklore») en los 1990s (http://www.wipo.int/tk/en/). El debate sigue vive, claro. Pero a mi juicio una de las cosas que vinieron a quedar claras (gracias a las aportaciones de, ej. Rosemary Coombe, Darell Posey o Marilyn Strathern) es que hay «formas de conocimiento» (saberes) que simplemente no pueden ser pensadas como «conocimiento»; y por tanto respecto de las cuales la aplicación de una matriz de propiedad intelectual es totalmente inadecuada. Esos saberes cobran vida en rituales, ceremonias y prácticas culturales muy diversas. Si bien no «todo vale» como conocimiento, todo conocimiento se hace valer en su praxis. En fin, estoy seguro que no te es ajeno el argumento. A lo que voy es que esas prácticas no tienen *nada* que ver con la propiedad. Podemos, claro, re-interpretarlas como formas propietarias, volcarlas sobre el paradigma de la propiedad (y sus análogos: los recursos, la gestión, la gobernanza). De hecho la misma WIPO lo hizo, al inventarse términos – TK, GRs, TCEs – que jugaban a suplir o sustituir la propiedad intelectual – y ha sido muy criticada por ello.
Creo que los debates en torno al procomun se enriquecerían dialogando con esa literatura (ya hay gente que lo está haciendo: James Leach, Cori Hayden, Lawrence Liang)…
Gracias David, como sabes, en http://empresasdelprocomun.net hemos tomado esa base como hipótesis inicial para ordenar los procesos y prácticas económicas basadas en el procomún. Pensamos que es una buena interfaz para ordenar el conocimiento y poder transferir, comparar y analizar diferentes experiencias de ámbito variados (cultura, economía social, empresarialidad política, etc.). De momento, parece que aguanta la embestida!. Y sí, hablemos claro.
Alberto, gracias por la info, estupendísima como siempre. Algo he leído sobre el tema que comentas, en concreto los problemas de ajuste del patrimonio inmaterial a los protocolos que organismos como la UNESCO han propuesto. Las ideas que Carolina Botero y Jordi Claramonte comentaron en las presentaciones de la línea de investigación «licencias para vivir» en Medialab Prado creo son muy relevantes http://medialab-prado.es/article/licencias_para_vivir Todas las tensiones y las soluciones planteadas en, por ejemplo, comunidades indigenas es crucial. Y viendo eso, de hecho, volvemos una y otra vez a lo que es análogo a toda relación entre comunidad, recurso (material o inmaterial) y modelo de gobernanza . ¿Quién dictamina el acceso, los usos y las formas de explotación del recurso? ¿Con qué objetivos?. Eso, al fin y al cabo, es lo que determina quien es el propietario, cómo y bajo qué intereses se estipula el uso/sostenibilidad o el abuso/ erosión del rescurso. Tal y como comentaba Subirats en la sesión, partimos de una noción de la propiedad que proviene del derecho romano. Y, por otro lado, la teoría contractual de tendencias liberales tiene más peso en la actual concepción de la propiedad (privada) y sobre el papel que ésta toma en el actual modelo social. Por lo menos a nivel Europeo. A mi modo de ver, hay que entrar en ese debate y, no solo en la reflexión más abstracta, sino también hay que plantear protocolos legales (contextualizados en cada ámbito, claro) que respondan a esa forma de propiedad comunal. Ahí, perfiles como el gran Javier de la Cueva son nuestra clave ;). Pero vamos, estoy totalmente de acuerdo contigo en que la propiedad intelectual no nos sirve, o no tal y como está concebida y fundamentada. Por lo menos, no para las comunidades activas de gestión. De nuevo gracias por las referencias, las miraré con detalle!
Qué acertado, Rubén.
Lo que relaciona a una práctica con la propiedad (privada o colectiva) es el acceso/exclusión. Casi todo es apto de ser apropiado y los ejemplos de Alberto pueden ser, por desgracia, contingentes. Se trata, supongo, de establecer qué prácticas deben quedar fuera de los límites de la apropiación y, sobre aquellas que no, discutir qué modelos de propiedad (o relación recurso-comunidad-normas) es preferible. El procomún se sitúa dentro de los modelos de propiedad–sí y necesariamente–aunque haya prácticas que queden tanto fuera de ese como de otros tipos de propiedad. No hace falta liar las cosas más.
Si es verdad, como dices, que en este tema «miramos la propiedad de reojo», mal vamos.
Aunque ya sea demasiado tarde quiero agradecer tu pedagógica claridad; y también las estupendas las aportaciones de lxs comentaristas. Coincido contigo en casi todo. Como mi aportación está fuera de tiempo, solo te diré que me parece crucial el tema de la comunidad, o mejor dicho de las 2 comunidades que el procomún vincula, la de los humanos y la de los no-humanos, en cierta manera ligadas por una «copertenencia» (¿sugiere esta palabra algo a la problemática de la «propiedad»?); el doble cuerpo de normas (interior a la comunidad humana y de ésta hacia la no-humana) es inmanente al uso y gestión del procomún por parte de los humanos (justo las comunidades activas de gestión), procede de esa relación, no de un dictado o ley exterior.
Creo, aunque no estoy seguro, que una de las propiedades fuertes del procomún es que no puede ser segmentado; simétricamente ocurre en la comunidad humana propietaria: no puede haber más que una democracia directa en eso).
Por otro lado los bienes inmateriales tienen propiedades muy diferentes a los materiales, eso deriva en 2 regímenes de procomún; en los de tipo material las características de su distribución son fuertemente tributarias de las distancias (y más lo van a ser con la crisis energética), etc. Ahí es donde veo un déficit que urge cubrir, lo que más me interesa ahora.
Bueno, bueno, interesante post.
Eduardo, nunca es tarde.
Rubén, podría estar de acuerdo contigo, pero creo que es más interesante estar en desacuerdo o al menos hacer algunas matizaciones.
Es cierto que lo indefinido y borroso puede ser pasto de los buitres, pero también lo es, que acotar algo que está siendo repensado, reapropiado, resignificado en tiempo real, puede ser una tarea que nos termine convirtiendo en ‘la policía del procomún’ o que nos haga perder oportunidades para conseguir eso que entiendo pretendemos, que es vivir de otra forma, utilizando como una especie de fundamentos lo común, libre y abierto.
La breve experiencia que tengo alrededor de todo esto, me dice que las cosas no están tan claras, que cada agente que se acerca tiene diferentes expectativas, intereses, conocimientos, formas de practicarlos… Eso, ahora mismo creo que es un muy rico caldo de cultivo. Además, en realidad, creo que definiciones como ‘lo que es de todos pero no es de nadie’, más allá del juego de palabras, nos habla bien a las claras de que hay cosas sobre las que la propiedad no puede-debe darse (si tenemos que reclamar legislar sobre ellas, es que la cosa está tan mal como ya sabemos que está).
Y, si bien puede ser cierto que cuando todo vale, nada importa, quizá el problema con el procomún no sea que vaya a terminar no sirviendo para nada; sino que ante la falta de referentes-propuestas-promesas-ideas, pretendamos que este viejo concepto nos valga para demasiadas cosas.
Así frente al miedo por el vaciado de significado que corre el procomún en la actualidad, prefiero apostar, no por su rellenado, sino por el DESBORDAMIENTO. Corramos el riesgo. Prefiero un bosque en el que perderme que una jaula de oro. Que esa base difusa se extienda y contamine y vayamos ocupándonos, según sea necesario, de actuar con más rigor, de normativizar, de reconducir, de adaptar contextualmente, de plantear aplicaciones específicas, etc.
Me parece interesante la triada recurso-comunidad-gobernanza, para aplicarla como sistema, pero también para analizarla por separado y no siempre necesariamente en relación al procomún. Porque es muy necesario aprender de otros ámbitos, de otros sistemas, recuperar ideas, rehacerlas nuestras y tratar de adaptarlas a nuestros intereses.
Para no entrar en todos los barrizales, voy a centrarme en el tema de la comunidad, no necesariamente vinculada al procomún. La pertinencia de recuperar lo comunitario tiene suficiente valor-urgencia en si misma. Es una cuestión que me encuentro allá donde voy, todo el mundo busca comunidades, porque nos hemos dado cuenta de que vivimos sol*s, que somos egoístas e individualistas, pero sabemos que nos necesitamos y en tiempos de crisis, quizá lo sentimos con más fuerza… Quizá no sea un deseo político articulado, sino mero pragmatismo, pero ahí está. Aprovechemos para tirar del hilo. Se trata de rescatar y repensar la idea de comunidad, de lo comunitario como forma de vivir que ya, o no hemos experimentado o hemos perdido la costumbre.
Podemos acercarnos a ello desde la idea de ‘comunidades activas de gestión’, desde la economía feminista o desde experiencias más pedestres. Me quedo con lo que dices en tu punto 3. al hablar de comunidad: ‘La propia comunidad ha de entenderse como un conglomerado de intereses recíprocos, afectos, cuidados, e interdependencias. De hecho, es interesante pensar en el free-rider (…) como alguien carente de «lazos afectivos» con la comunidad’.
Creo que todo eso que tiene que ver con los afectos y los cuidados, con lo reproductivo, desborda el procomún clásico o incluso mejor, lo lleva más allá. Como se propone para el próximo Zemos98, el copyLOVE es el principal procomún o en el que es más urgente que pongamos la atención si queremos subvertir el sistema. Atrevernos a poner la vida en el centro para dar un vuelco a un sistema que desprecia la vida. Constatar que la vida es siempre vida en común, en interdependencia y en ecodependencia. Y para que para tod*s sea sostenible vivirla, la responsabilidad sobre el cuidado de la misma ha de ir democratizándose, colectivizándose y des-feminizándose.
Para terminar, me quedo con el reto señalado por Amaia Pérez Orozco para afrontar la crisis multidimensional desde la economía feminista: ‘Qué entender por vida que merezca la pena ser vivida y cómo construir una responsabilidad colectiva en la generación de sus condiciones de posibilidad y de qué flujos materiales y de energía disponemos realmente para lograrlo’.
Al final, supongo que como suele pasarnos, estamos bastante de acuerdo, pero tenemos distintos métodos con los que nos sentimos más comod*s. Tenemos que jugar más a lo de cambiarnos de ropa y disfrazarnos de ‘el otro’. Yo un poco más riguroso, tu dejándote llevar más por la riada.
Un beso copyLOVE!!
Vamos a necesitar muuucha remezcla 😉
creo que hay por todas partes una necesidad muy grande de volver a la materia, a la que nos sostiene y alimenta, como una reconciliación
pero no solo la que se mide en átomos joules y bits, también la de los poderes del cuerpo, la de los afectos, cuidados, también la de los objetos virtuales (por ejemplo el 15M), insisto en la relevancia de esos bienes objetos del procomún y en que la relación con ellos sea lo que oriente sobre lo que es la noción de procomún
pero no creo que sea muy importante ahora demorarnos en las definiciones o en la falta de ellas, más me interesa encontrar experiencias constitutivas del procomún, partir de esos hallazgos-inventos, de esas maneras de hacer, de cómo iluminan y resuelven los problemas que a menudo ni siquiera sabemos exponer claramente
obviamente no como modelos ni soluciones listas-para-aplicar, sino como disparadores del pensamiento, estímulos para encontrar lo que interesa aquí-ahora
Eneko, has resumido perfectamente la idea principal del post, gracias!
Richi, un comentario casi más largo que la entrada, wow. No trato de construir ni sugerir un aparato de control ni un estado policial, más bien enfocar para poder apuntar. Para negociar o disputarse algo –más todavía si hablamos de propiedades– creo que es necesario situar bien los términos, no tanto por un gusto por las palabras, sino por la realidad que ellas expresan. Es incómodo debatir sobre abstracciones o a mi me lo parece, es una de esas virtudes defectuosas o defectos virtuosos. Una cosa que comentas: no sé cómo los afectos y cuidados «desbordan» el procomún clásico, ¿me lo explicas?..no sé cómo pensar el procomún (sea clásico o lo que sea) si no es con interdependencias, afectos, etc. entre los/as comuneros/as.
Eduardo, bienvenidísimo por aquí. Hasta donde sé, Ostrom se ha hecho preguntas similares sobre bienes materiales e inmateriales y sus diferentes naturalezas que intentó responder en el «understanding knowledge as a commons», que bien seguro conoces. En cualquier caso, lo de definir venía más por una incomodidad: un concepto como procomún pierde su potencia política en su uso cacofónico. Y hay otros conceptos que personalmente puedo dejar de lado (control, consumo, paquidermo) pero otros que estaría bien conservar en su justa medida y debatir con todo frente posible (procomún, libertad, autonomía). Me cuesta encontrar experiencias constitutivas de algo sin saber qué es ese algo. Pero sí, vamos, no hay que obsesionarse por las palabras –pese a que, bien visto, son las que dominan el mundo :)–
Rubén.
Hay mucho procomún que surge de la confluencia de intereses, de la conveniencia, más que desde los cuidados afectivos.
Y creo, que más que de propiedad, podríamos pensar en el derecho de uso. de ahí lo de no ser de nadie.
Sobre el desbordamiento, me refiero a que podemos tratar de hablar sólo de procomún o desparramarnos aprovechando que los tiempos son inciertos para lo bueno y para lo malo.
Por suerte, cuando hablamos de procomún hoy en día, enseguida empieza a mezclarse con código abierto, economía feminista, democracia inclusiva, decrecimiento, la idea de recuperar lo comunitario y otro montón de cosas suculentas… Bajo mi punto de vista, es un término difícil de ser apropiado, porque no va sólo (en sus compañer*s de viaje está parte de su potencia sociopolíticamente transformadora).
De esa mezcla, puede salir un engendro endemoniado, pero quizá, si ponemos cuidado y afecto, también pueda salir algo bien interesante. Yo apuesto por ello.
En definitiva, es cierto que podemos jugar con LEGO, pero ¿Qué pasa si juntas el LEGO, el DUPLO, la plasti, gomillas, el tangram, una arquitectura de madera, blandiblu, un mecano, y unas cuantas cosas de esas que has ido guardando en el cajón?… Si, si, ya se que soy un marranete. Pero que le voy a hacer. Esa es mi naturaleza.
Buena discusión!!! siento ser, casi de forma involuntaria, el inicio del debate (lo siento porque mi opinión me parece bastante irrelevante, no por el debate en si mismo que me alegro mucho de que exista).
Cuando comento que me parece interesante la incapacidad que creo tenemos para definir el procomún no me refiero a que esa incapacidad sea una propiedad esencial del procomún. Sin embargo creo que el interés que suscita se debe en parte a que es un concepto (¿unas prácticas, unos valores, unos modelos?) sobre el que existen opiniones enfrentadas, que se está explorando para poder entender la realidad contemporánea. Esa es la indefinición que a mi me interesa. Y cuando asisto a debates como el grupo de Medialab o de los talleres de Empresas del Procomún es evidente que, entre los interesados en el procomún, existen visiones diversas y muchas veces contradictorias entre si. A mi ese «conflicto» me parece una gran oportunidad si somos capaces de dialogar y experimentar sin restricciones.
Sobre la propiedad, el procomún es una nueva forma de ¿propiedad? (espero no convertir esta discusión en una cuestión terminológica), pero no creo que sea una forma excluyente sino que solo puede vivir y desarrollarse en diálogo y relación con las otras formas de propiedad.
Sobre la comunidad, efectivamente la diferencia entre bienes tangibles y intangibles es esencial y en particular por las posibilidades de exclusión y de agotamiento por explotación. Pero no olvidemos que hoy en día vivimos en comunidades de elección y no excluyentes entre si (y en el pasado más en comunidades de obligación y excluyentes … y también podían ser formas de gestión del procomún). Podemos pretender que esas comunidades sean excluyentes, pero entonces más que observar una realidad estamos expresando un deseo. Por cierto, en mi experiencia con comunidades que gestionan recursos naturales me he encontrado muchas veces con situaciones en las que los miembros desean abandonar la comunidad porque las reglas de juego ya obsoletas convierten la pertenencia en una experiencia axfisiante (propia de una comunidad de obligación y excluyente). La incapacidad para evolucionar de la propia comunidad es la mayor amenaza a su sostenibilidad. En otros casos, comunidades «modernas» (pensemos en los fans de un equipo de fútbol, por no poner ejemplos más dramáticos) hacen de la exclusión y la confrontación su seña de identidad (y de algún modo me temo que también gobiernan un procomún).
Por lo anterior me parece peligroso exigir del procomún más de lo que realmente es, por ejemplo asociar con el procomún toda una serie de prácticas y/o valores que consideramos positivos. A veces me parece que nos pretendemos apropiar del concepto de procomún como un nuevo (!!) argumento para defender «viejas» posiciones. Y es verdad que, en mi opinión, la recuperación del procomún puede ayudar a explicar otras ideas pero a veces también me parece que se tensa demasiado la cuerda y se pretende hacer una definición a la carta que nos valga para otras batallas.
Y si queremos una definición que nos sirva de punto de partida me quedo con la de Ostrom, que más que una definición es una guía de condiciones y restricciones. Y esa definición es más restrictiva de lo que a veces queremos ver .. para lo bueno y para lo malo. A mi la definición de Ostrom me sirve como hipótesis iniciales para experimentar que factores son o no son aún esenciales para que exista una comunidad que gestiona un procomún.
El otro día, tirando de un hilo a una interesante entrevista a Reinaldo Laddaga, llegue a un blog que se llamaba ‘Estéticas de la dispersión:materiales para pensar la producción de regímenes de sensibilidad en las sociedades de mercado contemporáneas’. Sin recrearme o verme seducido, por la condición de lo disperso (del mismo modo que no lo hago por la precariedad o lo inmaterial, por ejemplo), creo que entender la práctica política situada desde tal condición (con el anhelo o no de cambiarla), es una buena estrategia para afrontar el reto sin querer encontrarnos-centrarnos a cada caso y morir en el intento.
Juan, voy a repasarme la definición de Elionor.
Se me olvidaba, el link al blog:
http://esteticasdeladispersion.blogspot.com/
Hola a todos, se ha generado con este post un debate muy interesante, tanto que no he podido dejar de darle vueltas a algunas ideas. Pero a pesar de los buenos argumentos aquí expuestos, sigo teniendo muchas dudas. Parece que habéis considerado importante centrar el debate en torno al concepto de «propiedad» pero lo que yo no termino de ver nada claro es cuando se habla de «comunidad»; que además refiriéndonos al tema del procomún tienen una estrecha y determinante relación. Me pasa igual que a Rubén con la palabra procomún con la palabra «comunidad», creo que se utiliza indistintamente para referirse a formas de relación muy diferentes. Es más creo que en muchas ocasiones la palabra comunidad es la coartada para conseguir ciertos fines y disfrazar otros modelos. Y no me refiero a los casos más evidentes de grandes empresas que se aprovechan de este «cambio de época», sino a lo que muchas terminamos haciendo en mayor o menor grado (conviviendo muy de cerca con el Leviatán). Creo que no se puede pasar tan a la ligera por este punto y que muchas veces se habla de comunidad (se coloca esa interfaz) cuando en realidad se trata de proveedores de servicios o productos y «clientes», aunque ahora los clientes sean muy participativos y tengan mayor capacidad de afectar el funcionamiento de la empresa.
Dices en el texto, Rubén, que «por eso Google no es procomún», sin embargo otras empresas con una mucho más marcada responsabilidad social corporativa sí lo son. Pero no estoy muy segura de que aunque exista esa diferencia, indudablemente positiva, pueda eso dar pie a que se hable de estas empresas y sus clientes como comunidades. La explotación del recurso es muy desigual, aunque los clientes estén muy satisfechos y exista una identidad a la que se quieren ligar. Incluso en ocasiones Facebook (auténtico ejemplo de leviatán) ha modificado sus normas por las protestas de sus clientes, pero ¿podríamos hablar aquí de «comunidad» y de una gestión procomunal?. Esto último lo cito porque en alguna charla se ha dado a entender que este feeback es la manera en que «la comunidad vigila o regula a la empresa» como si ambas entidades actuaran en igualdad.
Cuando se trata de capital cognitivo es aún más peligrosa esta indefinición con respecto a lo que es comunidad ya que la explotación del recurso no es tan evidente. En el marco de una economía de mercado, las personas o empresas que consiguen hacer de la producción de conocimiento su modo de ganarse la vida se ven obligadas a crear ciertos «cercamientos» para adquirir valor (competitivo: me pagas a mi y no a otra). Esto dentro de una comunidad que regula un recurso «común» no es precisamente compatible, aunque las maneras sean mucho más suaves. Sí quizá se puede hablar de una manera de hacer las cosas más abierta, capitalizar un recurso pero sin cerrarlo porque existen unos principios que te impiden hacerlo. Porque se entiende que debes algo a ese recurso y quienes colectivamente lo han producido. Y porque además necesitas que siga fluyendo para que no se agote. Aquí me refiero a recursos que crecen con su uso, algo que no es aplicable a otros recursos materiales que necesitan ser pensados en su gestión atendiendo a otras características.
Lo que quiero decir, mi duda, va más en relación a la investigación en torno a «empresas del procomún». Pienso que tal vez es demasiado optimista unir empresa y procomún, aunque sin duda es interesante de investigar. Pero como en algún momento se habló de cierta dicotomía entre procomún vs código abierto, me preguntaba si en este campo de investigación en concreto no fuera el código abierto a lo máximo a lo que se puede aspirar.
quisiera destacar en este debate lo siguiente: el procomún como negatividad; de todo lo dicho. Negatividad de una comunidad, de unos recursos, de un modelo de gobernanza. No quiero decir que no existan, de alguna manera; pero desde luego no creo que existan en el procomún o «para el procomún» de una manera positiva sin más; y eso tiene que ver con la noción de ontología que manejemos al respecto.
así; no podemos hablar de una comunidad del procomún como de personas identificadas y determinadas, es decir, territorializadas, a las que pertenezca un procomún. Al contrario, al procomún más bien pertenecemos, o deberiamos pertenecer. Entiendo que en las comunidades tradicionales, en la gestión de cofradías de pescadores, comunidades de montes, etc. pueda haber censos, personas inscritas; pero esto no implica que se gobierne «para las personas»; ni que las personas no estén ahí de un modo «transferible», substituíble, digamos que de una forma nómada. Esto es lo que cambia un modelo de gobernanza territorial a un «modelo» nómada del procomún.
pero tampoco creo que se pueda hablar como tal de «modelo»; si algo cambia el procomún y su gobernanza con respecto a «la ley», es que precisamente la ley MARCA un dentro/fuera, inscribe (sobre un cuerpo, sea el de la tierra, el del soberano, etc.) un régimen de lo permitido y lo no permitido. La palabra «modelo» de hecho no sé muy bien cómo la aplicáis aquí, pero creo que lo importante es pasar justamente de una noción de «aplicación» de un código (es decir, unas normas que preexisten y se superponen a los casos particulares) a una noción de protocolo. Lo que quiere decir protocolo, también es algo, me temo, cacofónico (como decía ayer en «comunes» Rubén ;-D) de nuestros días. Protocolo debería indicar que un asesoramiento de decisión para cada caso en la gestión. Pero no hay una forma determinante de actuar, decidir, resolver, cada caso. Sino que decidimos en cada caso, mediante el protocolo, con su ayuda, pero también con una limitación o negatividad de nuevo insalvable, que implica por eso mismo que al final aparezca un NOSOTROS tras la gestión; pero de nuevo, de modo indirecto.
Lo mismo pasará con los bienes, los recursos. Tienen también un «alto índice» de negatividad. No son, no están; o mejor, no se sabe muy bien cuáles son ni dónde están. Lo que en principio era un bien, se transforma en un medio y viceversa. Lo que en principio era productivo se vuelve improductivo, o se pone al servicio de otra cosa, dun nuevo ámbito o espacio de producción muchas veces inesperado y emergente. Esto lo entendemos muy bien en «el nuevo capitalismo», no? Lo que estamos viviendo acerca de la transversalidad y la hibridación de nuestra productividad: estudiamos algo y después resulta que se nos hace «rentable» otra cosa. Hay mucho qué pensar, qué decir (y que callar seguramente también) sobre la relación, el par productivo/improductivo, y su umbral de contínua imbricación. Pero pensemos cómo en un bosque, por ejemplo, o hasta en una huerta (y más con las técnicas de permacultura) los «materiales», las zonas y los «productos» intercambian continuamente su productividad. Usamos los desechos de una cosas como compost (abono) para otras; por eso, lo que es un producto final, se convierte en un medio, muy e menudo, en esta lógica. Que por cierto, es la lógica, podríamos decir, de lo que Deleuze, tras de Artaud, llama Cuerpo sin Órganos (es decir, un cuerpo que carezca de funcionalidad, es decir, de cosas que sirvan «para» algo, pues los órganos parece que están diseñados solamente para cumplir la función de producir una cosa (el hígado, el pancreas, etc.) pero como si a su vez, no fuesen utilizados por…. otra cosa).
Quizá está todo escrito un poco a lo loco, y necesio, ciertamente, definir mejor cada parte. Pero es que justamente veo cómo se relaciona todo esto, incluso con la cuestión inicial: la de la falta de definición del procomún o cierta negatividad que le ronda. Para mí, no es tampoco una virtud, que sea indefinido; ni tampoco es lo mismo «indefinición» que negatividad; pues el primero es mucho más amplio y vago, mientras que el segundo (incluso pensado como aquello que «el procomún no es») puede ser absolutamente determinante.
gracias y saludos!!
permitidme detallar algún punto:
» Se suele entender el procomún como el recurso (el software, el agua, el conocimiento) pero, como decíamos, esta definición que ahora manejamos pone énfasis en la comunidad. Sin comunidad, no hay procomún. Sin modelo de gobernanza no hay procomún. Tal vez esa tríada (recurso, comunidad, modelo de gobernanza) es la que constituye el procomún. Esa articulación es la que genera beneficio colectivo y evita (o intenta limitar) los procesos de cercamiento y de privatización. Esos tres elementos son los que fundan una propiedad distinta, con derechos de uso, acceso y explotación del recurso»;
para mí el problema aquí es el último silogismo. Porque no es lo mismo que no haya procomún sin comunidad; a que sea la comunidad la que funde el procomún. Creo que podemos decir que el procomún sí que presupone, atañe, implica, incluye, etc. una comunidad; pero como un «resto» casi, como un derivado, en el que hay que preguntarse precisamente qué queremos decir con ese «hay»: existe esa comunidad? en qué medida decimos que hacemos una «ontología» del procomún con estos tres elementos? He visto que el autor, en el algún otro lugar, hace referencia a una «ontología en el sentido informático»; me parece una respuesta/salida pausible, quizá razonable.
pero no podemos decir que la comunidad (como tampoco el recurso, ni el modelo de gobernanza) fundan el procomún. Porque es más bien al contrario; es el procomún el que origina, indirectamente, una comunidad, unos recursos, un gobierno; que no existen ni tienen sentido, al margen del procomún. Incluso, el típico silogismo clásico, lo reconoce: comunidad+recursos+gobierno -> procomún; quiere decir que si hay procomún, hay lo anterior, pero no viceversa….
una alternativa, es por ejemplo, decir que «comunidad, recursos y gobernance» insisten en el procomún.
man2hauser, sería de ayuda saber-entender mejor a qué te refieres con el procomún como negatividad ¿Tiene que ver con lo que dices al final de ‘el procomún no es’?
También muy interesante lo de pasar de la aplicación de un código a una noción de protocolo. Entiendo que a lo que te refieres es a que el código es impositivo y se superpone a la realidad (no es contextual -el código abierto es más adaptativo-), cuando el protocolo debería servirnos como pauta para actuar en cada caso.
Y por último, estos días me he releido el cuerdo sin órganos, estoy de acuerdo en que ahí se esconden muchas ideas útiles para pensar en como actuar con autonomía, pero en interdependencia, en un mundo incierto, donde como no sabemos a qué agarrarnos, nos cogemos como un clavo ardiendo a la ilusión de lo común… Pero si lo común puede ser más que una ilusión ¿puede serlo en las claves que lo ha sido hasta ahora o es necesario redefinirlo continuamente en su aplicación tanto teórica como práctica?
Susana, está claro que si el punto de partida en las relaciones es asimétrico, no puede darse de forma natural, ni reciprocidad ni confianza. Para mi la cuestión en mi día a día, es saber si debo trabajar sólo con aquellos de quienes me fio. O si tengo que arriesgarme un poco más, y hasta donde.
Eskerrik asko
vale AMASTE! el tema de la «negatividad»…. me refiero más que nada a esa noción de interdependencia, al hecho de que efectivamente nunca podemos obtener ninguno de los elementos 100% sin aludir a alguno de los otros, de alguna manera, e incluso suponerlos en nuestro discurso. Así vemos cómo salen unos de otros: si pensamos en el recurso, vemos que depende de su gestión: para saber qué es consumible, apropiable y qué no (es decir, es la gestión también la que «crea» el producto…); si pensamos en la gestión… vemos que estamos suponiendo una comunidad, de modo indirecto, está implícita en la noción de creative commons, p.e. por el hecho del legado; pero también en la decisión del protocolo, que se indicaba antes. Pero ahora bien, si vamos a decir cuál es la comunidad, cuál es el recurso, el consumible, etc… pues va a ser más complicado; y seguramente no podríamos decir con rotundidad «este es un miembro de la comunidad»; o «este es un recurso de la cultura libre que nunca va a poder ser explotado, que siempre va a preservar sus licencias, etc.». No lo podremos decir porque eso depende de otras cosas, de cómo nos lo montemos y gestionemos en el futuro; no puede un recurso, que hoy en día es libre, llegar en algún momento a ser agenciado y explotado para otros medios? Quiero decir, lo garantiza de por sí el modelo? o incluso, estamos seguros de que hay ya un modelo de cultura y licencias libres? que no podrá mejorar? o al contrario, estamos seguros de que no se puede venir abajo? corromper? etc. etc. A esto me refiero con la negatividad como carga, que es a su vez lo que garantiza siempre, la potencialidad de sus elementos.
Buenas man2hauser, solo un detalle: lo que comentaba es que el conjunto de esos elementos (recurso+comunidad+modelo de gobernanza) es lo que constituye el procomún. Es decir, no es una suma que dan como resultado una unidad, es la articulación misma entre esos tres elementos. Un marco de análisis ya definido que nos sirve para observar, definir y comprender mejor las singularidades de cada práctica..
man2hauser, a ver si te interpreto bien.
lo que dices creo que se relaciona con el cuerpo sin órganos, como dice Amaste, pero prefiero otro término de Deleuze y Guattari, «la materia-flujo», eso que una vez segmentado (dicotómicamente) será: por un lado el bien o recurso, por otro la comunidad humana; un paso más y en cada uno de esos dos polos o estratos se producen otras segmentaciones de segundo orden que dan lugar a las propiedades y en el otro estrato humano a los propietarios, y es a cierta correspondencia entre unas y otros a lo que llamamos relación de propiedad, la que define quién es un sujeto-propietario y qué un objeto-propiedad.
cuando no hay segmentaciones de 2º orden tenemos algo parecido al procomún, y cuando se segmentan nacen las propiedades restringidas: públicas o privadas; de hecho todo esto producirá, través de la operación llamada «imputación separada», las mercancías.
concretando un poco para no quedarme en este rollo un poco indigesto diré que esa materia-flujo son las múltiples totalidades abiertas que podemos entender como eco-sistemas o comunidades no-humanas, localizadas espacial y temporalmente (los recursos), con sus regulaciones o devenires propios (incluso en el nivel mineral), junto con las comunidades humanas (a sus regulaciones les llamamos «normas» o «gobernanza»).
pero por supuesto que hay un condicionamiento cruzado de todo con todo, interacciones que definen conductas, funciones, tendencias, etc. (estoy con Rubén, el procomún es el conjunto de esos 3 elementos).
lo interesante de este enfoque es que es el más apropiado a lo que en el momento histórico que parece abrirse: relaciones cambiantes, fluidez de roles, ineficacia de los vínculos fuertes tipo propiedad particular, con sus corazas jurídicas, dinamismo no dirigido por propietarios o gobernantes, etc.
vuelvo a reescribir este texto, por hacer experimentos me salió bastante difícil de leer, pido disculpas por ello y como no sé mejor manera de repararlo, lo transcribo más legible
man2hauser, a ver si te interpreto bien.
lo que dices creo que se relaciona con el cuerpo sin órganos, como dice Amaste, pero prefiero otro término de Deleuze y Guattari, “la materia-flujo”, eso que una vez segmentado (dicotómicamente) será: 1) por un lado el bien o recurso; 2) por otro la comunidad humana
Un paso más y en cada uno de esos dos polos o estratos se producen otras segmentaciones de segundo orden que dan lugar a las propiedades y en el otro estrato humano a los propietarios, y es a cierta correspondencia entre unas y otros a lo que llamamos relación de propiedad, la que define quién es un sujeto-propietario y qué un objeto-propiedad.
Cuando no hay segmentaciones de 2º orden tenemos algo parecido al procomún, y cuando se segmentan nacen las propiedades restringidas: públicas o privadas; de hecho todo esto producirá, través de la operación llamada “imputación separada”, las mercancías.
Concretando un poco para no quedarme en este rollo un poco indigesto diré que esa materia-flujo [1] son las múltiples totalidades abiertas que podemos entender como eco-sistemas o comunidades no-humanas, localizadas espacial y temporalmente (los recursos), con sus regulaciones o devenires propios (incluso en el nivel mineral), junto con las comunidades humanas [2] (a sus regulaciones les llamamos “normas” o “gobernanza”).
Pero por supuesto que hay un condicionamiento cruzado de todo con todo, interacciones que definen conductas, funciones, tendencias, etc. (estoy con Rubén, el procomún es el conjunto de esos 3 elementos).
Lo interesante de este enfoque es que es el más apropiado a lo que en el momento histórico que parece abrirse: relaciones cambiantes, fluidez de roles, ineficacia de los vínculos fuertes tipo propiedad particular, con sus corazas jurídicas, dinamismo no dirigido por propietarios o gobernantes, surgimiento de nuevas singularidades, etc.
Paso un enlace al vídeo de la última sesión en Medialab Prado muy cercana a lo que estamos comentando. Si bien toda la sesión es interesante, a partir del minuto 13:27 Isidro López del Obsevatorio Metropolitano define y contextualiza el procomún mil veces mejor que yo en esta entrada. Os invito a que le echéis un ojo http://medialab-prado.es/article/reunion_general_laboratorio_procomun_marzo_2012__
bueno, muy interesante y genial desarrollo, Eduardo!! Las diferentes «capas» o «estratos» según aparezca independencia de los elementos/componentes del procomún (una vez que vamos aceptando comunidad + modelo gobernanza + recursos). Sin embargo, fíjate, que justo por ahí, puede venir también el tema de la «negatividad»; y que también tiene que ver con el hecho de pensar el procomún siempre como «abierto», flexible, dinámico, etc. El procomún no es un buenismo, debe ser una estrategia, una programática si quieres, que abre, pero que también protege, ampara, conspira incluso, cierra. Por eso hay que tener cuidado con el «todo vale»; lo mismo que con el «todo dependiente». «Cerrar el afuera» es la fórmula de Foucault. Paso a ver la sesión de Media-Lab. saludos 😉
Esto se está poniendo muy filosófico.
La semana pasada estuve en Periferies en Valencia y sobrevolaban muchas de estas cuestiones. Yo facilitaba un openspace alrededor de la cuestión ¿Puede de la práctica colectiva emerger una experiencia común? y creo que muchos de los temas que sobrevolaron tienen mucho que ver con lo que plantea Eduardo. Linko un breve resumen que he hecho para ColaBoraBora:
http://www.colaborabora.org/2012/04/03/de-lo-colectivo-a-lo-comun/
Quedo pendiente de tirar del hilo de la materia-flujo como ‘enfoque apropiado al momento histórico: relaciones cambiantes, fluidez de roles, ineficacia de los vínculos fuertes tipo propiedad particular, con sus corazas jurídicas, dinamismo no dirigido por propietarios o gobernantes, surgimiento de nuevas singularidades, etc’.
Y me sumo a como dice Man2hauser ‘El procomún no es un buenismo, debe ser una estrategia, una programática, que abre, pero que también protege, ampara, conspira, incluso cierra’.
Todo no vale, pero ¿Qué es lo que nos vale y para qué?