Imagina que escuchas una voz. No sabes muy bien dónde estás, pero la escuchas perfectamente. Es una voz rotunda, con buena vocalización, probablemente una voz femenina. Habla francés. Su articulación es perfecta, también su dicción: una voz sin barbarismos ni vulgarismos. Su ronroneo es hipnótico, o eso te parece al comparar el nivel de atención que te ha despertado frente a otras voces que habías escuchado en ese mismo espacio abstracto. No es la primera vez. Nunca sabes muy bien dónde estás cuando oyes esas voces.
Imagina que oír voces que no sabes de dónde vienen no te preocupa. Más bien te parece una virtud. Te gusta tanto que te vuelves una persona experta en analizar voces. Su musicalidad, su cadencia, la forma más o menos virtuosa de imponer un ritmo, los trucos naturalizados para evitar redundancias. Las voces que no sé de dónde vienen, ¡qué mundo! –piensas–. Tan experta eres, tanto rato llevas en ese lugar etéreo, que ya sabes diferenciar qué voces van a tener más éxito. Te interesan esas voces que son tremendamente peculiares, disruptivas, que desafían las estrategias de las voces anteriores para intervenir en este espacio vaporoso
Un buen día, por fin lo ves claro: estás en un espacio donde las voces compiten por hacerse un lugar. Construyes una métrica. Mides el timbre, la frecuencia, el ronroneo y atribuyes gran parte de sus cualidades a la capacidad de esas voces por hacerse un sitio en el mundo. A ese espacio abstracto en el que oyes voces lo llamas «sociedad». A tu métrica la denominas «canvas de la musicalidad emprendedora». A las voces con éxito las llamas «innovadoras». El territorio concreto del que provienen, de vez en cuando te interesa, porque es una variable que logra explicar mejor tus «índices de musicalidad». La voz que ahora estás escuchando parece más bien del centro de París, desde luego no proviene de les Banlieues. Concluyes que es de una mujer, algo raro en tu listado de «casos de éxito», que está plagado de voces masculinas. Suele pasar que te interesan más las voces de hombres de los centros urbanos, las que provienen de las periferias siempre carecen de las cualidades más valoradas según tu métrica. Vas apuntando todo esto en la sección «curiosidades» de tu libreta.
Registras tu canvas (en código abierto) vendes tus índices (a entidades públicas y privadas) y vives de analizar voces que tienen éxito («La innovación de las voces musicométricas: la respuesta a los grandes retos del planeta» se llama tu libro).
No deja de ser curioso que si escuchas una voz no te preocupe mucho de dónde viene. Una voz proviene de la laringe, depende del roce de las cuerdas vocales y de la capacidad de la caja torácica. Pero, ante todo, una voz habita en un contexto sociocultural y económico y proviene de un lugar. Una voz es el producto de influencias culturales, de un habitus arraigado al territorio, de trayectorias institucionales como la educación familiar, la educación pública o la privada . El territorio, los factores institucionales, sociales y económicos, son elementos constitutivos de la voz. Una voz no “se explica mejor” por tener en cuenta el territorio, sino que es producto directo de las condiciones materiales, las trayectorias culturales y los procesos institucionales donde se ha construido el cuerpo que la emite. Esa materialización concreta del poder ofrece condiciones favorables a algunos cuerpos y obliga a otros cuerpos a vivir en las periferias geográficas o simbólicas del mundo real. Son elementos determinantes para entender qué constituye el «poder hacer» o el «poder ser».
Hay bastante gente que oye voces y no sabe de dónde vienen y que ha hecho de eso su ámbito de trabajo. Son gurús de lo social. No lo llaman voces, lo llaman “productos, servicios o modelos”.
No hace mucho escuchaba a un experto en social innovation management, miembro del Drucker Institute. Hablaba de emprendedores que hacen innovación social. Nos explicaba servicios, productos o modelos conducidos por gente que consigue responder demandas que «ni Estado ni mercado están resolviendo» y que crean «valor social» en un espacio «con desigualdades» que son «una oportunidad para emprender socialmente». Señalaba «casos de éxito» con «índices de impacto» más o menos altos, que a veces vienen de un lugar u otro del planeta. Cada nueva diapositiva de su presentación era un salto loco entre diferentes puntos de indistintos hemisferios. Nos ponía ejemplos «muy disruptivos» que «sin duda van a marcar el futuro de la innovación social, la innovación pública y la innovación corporativa». Eso nos decía este experto del management con una voz que había aprendido a hablar con convicción sobre lo que otras voces han dicho. Había hecho de eso una «ciencia inexacta» porque la vida social «es muy compleja para querer entenderla solo observándola, sin practicarla». Todavía me pregunto quiénes deben ser esos seres fantasmagóricos que quieren entender la vida social sin practicarla, una definición que excluye a todos los humanos.
Temo que nuestro experto de la innovación social no está solo mientras flota en ese espacio abstracto, donde oye voces sin importarle sus factores constitutivos, sin prestar atención a la materialidad de la que son producto, ignorando las relaciones de poder que las constituyen. En ese viaje sin materia, le acompañan Ayuntamientos, Estados y un largo número de instituciones privadas y públicas muy interesadas en las “nuevas formas de innovación social y la acción colectiva”. La OECD y la UE también viven en ese mundo. Allí se vive muy bien. No es necesario tomar muy en serio el territorio, el género, la clase o el origen étnico ni los conflictos y desigualdades que se derivan. Hay servicios, productos y modelos. Que tienen éxito o que no lo tienen. Que provienen de un sitio o de otro. Hechos por hombres y por algunas mujeres muy emprendedoras. Donde las periferias te sorprenden y, a veces, «hacen cosas». En ese mundo, el análisis de la realidad empírica se limita a observar y a «experimentar» lo mejor que se ha hecho y dicho, según ciertas métricas de la musicalidad. Y una vez empaquetado, los managers de lo social intentan replicarlo en otros lugares (previo pago) para que la gente emprenda.
Estos gurús de lo social viven en un mundo sin materia. En un sueño de locos. En una pesadilla sociofóbica.
Me ha encantado Rubén, te voy a robar la parábola muchas veces, desgraciadamente sirva para muchas cosas.