Lo normal

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texto originalmente publicado en la columna “lotería de palabras” de Nativa.cat

Llevo 15 años viviendo en el Raval de Barcelona. Muchos de los relatos que corren sobre lo que se cuece en el barrio, tanto los más oscurantistas como los más trendies, quedan lejos de su heterogeneidad. Son meras fabulaciones que no logran captar la complejidad de un contexto que durante los últimos 20 años ha padecido todo tipo de intervenciones quirúrgicas. Los diversos procesos de higienización, estigmatización, y los planes urbanísticos para fomentar la gentrificación, han sido edulcorados con inyecciones culturales y endorfinas creativas. Intentos por normalizar aquello que se considera un problema. Intentos para poder gobernar mejor lo otro. Intentos que, en parte, han sido frustrados.

Según algunos estudios realizados a principios de los dosmiles sobre el barrio, mi perfil coincidiría con el de un “gentrificador recién llegado”. Menudo planazo. Prometo que en aquel momento no tenía ni idea. Siempre se me tuerce la expresión al verme cerca de caracterizaciones que aparecen en textos como ‘Cultura y transformación social en la Barcelona central’ (2004):

«¿Cómo caracterizaríamos a estos recién llegados? Si tuviéramos que hacer un retrato sociológico podríamos decir que suelen tener estudios superiores (más de la rama de letras que de la de ciencias), no suelen ocupar posiciones dominantes o privilegiadas dentro de las profesiones intelectuales, no son empresarios y no ocupan puestos de decisión significativos. Son, pues, personas que parecen estar un poco al margen de las dinámicas económicas habituales. Se dividen entre estables (trabajan para la Administración o para alguna institución) y precarios (en situación de espera de oportunidades) y algunos alargan en cierto modo la vida de estudiante haciendo pequeños trabajos o llevando una doble vida (un trabajo práctico ligado a una competencia concreta) que les permite continuar un itinerario artístico o intelectual

Como en todos los barrios de vida intensa, existen muchos Ravales. Pero son continuas las intervenciones para homogeneizar la vida del barrio, para normalizar las desigualdades sociales, para fomentar la substitución social, para culturizar y modernizar sus zonas degradas. El Raval siempre ha sido zona de pruebas para una de las formas más perversas de ingeniería social, la que utiliza la cultura como pretexto para limpiar y modernizar los barrios populares. Desde que llegué, hasta 15 años después. Antes y durante la crisis anunciada.

Últimamente me resulta difícil no recordar “Sin noticias de Gurb”, un libro de Eduardo Mendoza que leí hace bastante tiempo. La novela empieza con un grupo de extraterrestres que aterriza accidentalmente en las cercanías de Barcelona. Puestos en esos moldes, aprovechan su capacidad alienígena para tomar la apariencia que quieren y deciden investigar un poco la ciudad. Se pasean con diferentes formas corpóreas e intentan relacionarse con el entorno. Gurb, uno de los visitantes, se pierde. “Sin noticias de Gurb” es la bitácora del coronel de la nave, encargado de buscar al extraviado. En ese diario, el coronel va anotando hora por hora, a veces minuto a minuto, las tribulaciones que vive durante la búsqueda. Gurb decide tomar la forma de la cantante Marta Sánchez y, en su búsqueda, el coronel se transforma en el Conde Duque de Olivares. Ocultando su extranjería bajo esos cuerpos, andan de arriba para abajo en la Barcelona preolímpica. El libro es una sátira de los modos de hacer de la sociedad contemporánea, llevando a la perplejidad situaciones que uno consideraría más o menos cotidianas. El esperpento surge de la acumulación de sorpresas que los extraterrestres van experimentando frente a situaciones que, a sus ojos, dejan de ser normales. En una Barcelona que se prepara para los juegos olímpicos del 92, el coronel descubre lo mal que funcionan los servicios públicos, la lógica absurda que conduce los comportamientos humanos o la dificultad para caminar por la calle en plena “puesta a punto” de la ciudad. Tal y como aparece en un fragmento del diario:

15.02h: Me caigo en una zanja abierta por la Compañía Hidroeléctrica de Cataluña.

15.03h: Me caigo en una zanja abierta por la Compañía de Aguas de Barcelona.

15.04h: Me caigo en una zanja abierta por la Compañía Telefónica Nacional.

Al final del libro, tanto Gurb como el coronel deciden quedarse en Barcelona. Lo que veían con extrañeza se ha convertido en exotismo. Lo que vivían como desencaje se ha convertido en algo a lo que no quieren renunciar. Ambos extraterrestres, acaban normalizando su incomodidad hasta que la perplejidad desaparece.

Decía que recuerdo este libro mientras voy de arriba para abajo por el Raval. No porque aquella ciudad sea la misma que ahora ni porque me sienta como un extraterrestre perplejo, sino más bien porque debería. En una experiencia epidérmica del vivir urbano (como caminar de casa al trabajo sin atender a lo que te rodea) o en vivencias que pueden dejarte huella permanente (como el conjunto de problemas para seguir pagando el alquiler de una familia vecina al borde del desahucio) la normalidad espera paciente su vuelta. Puede ser una sensación de normalidad ingeniada para asegurar cierto orden social y moral en un barrio. Puede ser una normalidad que camufla lo injusto a ojos de quien la padece y quien no la padece. Puede ser una normalidad pasajera, a la que nos agarramos momentáneamente para persistir. Una normalidad siempre incómoda, violenta, sospechosa, mugrienta.

Lo normal no es idéntico a la norma, pero se le parece. Como norma que ordena, segmenta y clasifica aquello que debe ser asimilado o excluido. Lo normal como norma, no por justo o deseable, sino por cotidiano, por estar incrustado en la naturaleza misma de un proceso que uno experimenta sin sorpresa. Lo normal se presenta fuera de todo accidente o desarreglo pese a que vivamos en la anomalía misma. Hay cosas que nunca deberían ser normales, hay experiencias diarias que uno no debería interiorizar como normales, pero a veces cuesta darles ese estatuto de por vida.

Un momento. Ahora que lo pienso, estoy hablando como un “gentrificador recién llegado” al Raval. Lo normal.

2 comentarios sobre “Lo normal”

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