


texto originalmente publicado en la columna «lotería de palabras» de Nativa.cat
Innovar desobedeciendo. No puedo dejar de imaginar lo contento que estaría el economista austríaco Schumpeter si levantara la cabeza y leyera eso. Puede sonar delirante, pero creedme que pienso en su gesto socarrón mientras grita: “Exacto, hace casi un siglo ya dije que el emprendedor introduce novedades disruptivas en el mercado para innovar!” o cosas que oímos a diario pero que también son de cosecha schumpeteriana: “Veo que por fin has entendido la teoría de los ciclos económicos; solo se sale de una crisis con una mentalidad empresarial innovadora!”. Llegados a este punto en el que Schumpeter se pondría un poco pesado, habría que matizar. Pues al decir “innovar desobedeciendo” no me refiero a infringir las normas de planificación o a saltarse los manuales que aseguran contener la fórmula del maná empresarial. Al decir desobedecer, querido Schumpeter, me refiero a desobediencia civil, a acciones no violentas que se enfrentan a la ley. Al decir “innovar desobedeciendo” me refiero a provocar o conducir innovaciones sociales y políticas a través de estrategias que desobedecen o se enfrentan a las normas de un sistema económico y político incapaz de repensarse. Una vez dicho esto, cuesta imaginar la cara que pondría Schumpeter.
Pero insinuar que en la desobediencia civil hay un camino para la innovación social no es del todo innovador, ni siquiera novedad. Tenemos múltiples ejemplos históricos de procesos de desobediencia civil que han servido para conquistar derechos sociales, para reescribir leyes que eran excluyentes y para reformular pactos sociales. Decía Hannah Arendt en su libro “La crisis de la república” (1972) que la desobediencia civil surge cuando un significativo número de ciudadanos y ciudadanas ha llegado a convencerse de que, o bien ya no funcionan los canales normales de cambio y de que sus quejas no será oídas, o bien porque el Gobierno persiste en modos de acción cuya legalidad y constitucionalidad quedan abiertas a graves dudas.
A su vez, añadía Arendt, que «no nos manifestamos contra el proceso judicial sino contra el simple hecho de que los actos delictivos carecen normalmente de consecuencia legal alguna; no son seguidos de procesos judiciales» Desde luego Arendt no conocía procesos como #15Mparato o como el #25S pero bien seguro hubiera escrito lo mismo de haber sido así. Pero, ¿Es esto lo que se entiende por innovación social? ¿Son estos procesos políticamente disruptivos que expresan un malestar social los que se cree van a innovar socialmente?. Me temo que más bien no. Me temo que los organismos públicos entienden por innovación social procesos que simplemente prometen cambios para que todo siga igual. Procesos que, poco a poco –nos aseguran– acabarán por transformar las cosas. Permitidme que lo explique con mayor detalle.
En paralelo a la machacona insistencia sobre la figura del emprendedor como agente económico que innova y empuja nuevos ciclo de bonanza económica, han ido apareciendo otras voces que hablan de otro tipo de innovación de marcado carácter social. Esta “otra” manera de emprender y esas “otras” maneras de innovar se basan en algo obvio: las demandas sociales no siempre son mercantiles y los deseos de transformar nuestras formas de vida no se limitan a consumir nuevos productos o servicios. Desde luego, en los tiempos que vivimos, las demandas colectivas expresadas con mayor viveza, en absoluto esperamos que sean asistidas por el mercado hegemónico. Es ahí, en la capacidad de respuesta a otro tipo de demandas sociales donde diferentes organismos públicos, privados y ciudadanos hablan de innovación social.
La concepción más establecida sobre la innovación social hace referencia a procesos sociales y prácticas cooperativas con marcado carácter de servicio público que mejoran o hacen más eficientes anteriores soluciones a problemas o demandas sociales. De esta manera lo expresa el Open Book of Social Innovation manual que ha tenido un notable impacto en algunos programas públicos de organismos como el Gobierno británico o la Unión Europea. Entre otros, se señalan ejemplos de innovación social como microcréditos y cooperativas de consumo, movimiento para el comercio justo, grupos online de autoayuda para problemas de salud, redes sociales de vecinos que ayudan a personas mayores que viven solas, etc. Pero ¿A qué viene este interés repentino por la innovación social por parte de organismos públicos? ¿Por qué la cooperación social, los microcréditos, los bancos de tiempo, etc. toman ahora un lugar destacado?. Es aquí donde se habla de transformar poco a poco el sistema, de ir introduciendo “otras formas de funcionar” pero, eso sí, siempre bajo el mismo suelo institucional. Veamos algunos ejemplos.
En 2010, el primer ministro británico David Cameron puso en marcha la denominada Big Society, programa de fomento de la innovación social. Bajo la Big Society, se entiende que los procesos de cooperación social y ayuda mutua deben resolver los desajustes de lo público-estatal. Al contrario de lo que pensaba Margaret Thatcher, resulta que ahora la sociedad no solo existe sino que es muy grande. Curiosamente cuando el sistema se deshace, se convoca al potencial innovador de la ciudadanía para que arregle el desaguisado con su trabajo voluntario. Paralelamente, la Unión Europea ha puesto en marcha el programa Innovation Union, donde se destaca el fomento de la innovación social como una de las medidas prioritarias que ayudarán a afrontar las restricciones en los presupuestos públicos y mejorar la competitividad de la economía europea. ¿Mejorar la competitividad? ¿Afrontar las restricciones en los presupuestos públicos? ¿Justificar la retirada de los servicios de asistencia pública en nombre de “la gran sociedad”? ¿Para eso sirve la innovación social?. Es evidente que no, pero así, no sin cierto disimulo, intentan expresarlo estos grandes programas públicos que apelan al potencia innovador de la sociedad.
Afortunadamente, las reivindicaciones y los procesos sociales entienden otra cosa por innovación social. Hoy vemos claramente que, si bien se puede estar con el Estado de derecho y con los principios de justicia que presuntamente lo rellenan eso no es sinónimo de mantenerse al margen de la impunidad con la que se actúa frente al estado de cosas actual: crisis sin responsables pero con deuda ciudadana, crisis sin culpables pero con disolución de derechos conquistados, crisis política sin cambios en el modelo. Es aquí, donde la capacidad cooperativa e inventiva, la potencia social para imaginar e implementar procesos de innovación social se pone en marcha. Las demandas sociales son claras y la ineficacia para responderlas por parte del estado y del mercado también. La innovación social que hoy toma la voz no trata de arreglar con parches el suelo, sino de reconstruir nuestro subsuelo. Y si para ello hay que desobedecer, no será esa una línea roja.
A lo mejor hay que dejar a un lado eso de «innovación social» y huir hacia un lenguaje que utilice otros términos. Son ya varios años en que el término dice mucho y no dice nada. Acaba afectado de afasia de Wernicke, frases incoherentes que revuelven la mierda. Eso sí, con apoyo público… cuando había dinero.
Buenas Julen, veo que le tienes especial manía al término!. En el fondo me interesa el concepto (o, más bien, el discurso y la voluntad política que lo mueve) por su capacidad para capturar y «poner a trabajar» la potencia cooperativa y productiva del cuerpo social. Creo que es una forma de gobierno que, más o menos pactada, logra cambiar lo que entendíamos como «lo público» para transformalo en otra cosa que mezcla interesadamente lo que está fuera y dentro del Estado. Dicho de otra forma, es un discurso que creo puede ser útil para entender qué pasa y a dónde se dirige lo público-estatal en este cambio de época.
Yo creo que la denominación Big Society tiene más que ver con la oposición a una descripción típica anglosajona del poder del estado: «Big Government». Así «big Society» es devolverle el poder a las personas y las comunidades y esta idea es más bien cercana al pensamiento de Thatcher («sólo hay individuos y familias») que a la visión de una sociedad homogénea repleta o ansiosa por soluciones universalistas típicas del «gran gobierno» que vendría a ser la tradición socialdemócrata (y democristiana, por cierto). La cooperación social es voluntaria para los individuos y no forzosa desde este ángulo y cuadraría con parte de las aspiraciones de los liberal demócratas – socios de Cameron – y la tradición individualista británica.
Buenas Gonzalo, esa oposición (Big Goverment VS Big Society) fue el bien logrado discurso de Cameron para defender los principios que se suponían sustantivos del proyecto. Pero, por lo que he podido ver del tema, hay poco de «devolución» de poder a las comunidades. Si mientras reduces el Estado (principalmente sus servicios de asistencia pública: educación, sanidad, vivienda) «das poder a las comunidades», el arreglo hace pensar que el objetivo no es otro que camuflar ese recorte cuando no responsabilizar a la propia ciudadanía de tu incapacidad de defender los derechos adquiridos durante siglos de lucha obrera (y, el caso británico, es especialmente relevante para visualizar ese relato). De hecho, Cameron llegó incluso a prometer que extraería dinero de fondos bancarios inmovilizados para que las propias comunidades pudieran gestionarlo, una especie de peterpanismo que nunca llevó a cabo (The Big Society Bank, lo llamó). Por el contrario, las comunidades han tenido que trabajar de manera voluntaria en una escala mucho mayor de la que ya lo hacían para poder equilibrar la falta de asistencia pública. Es un caso complejo, que dejó pasmados a izquierdas y derechas y que usa el discurso de la gestión comunitaria (de los commons, al fin y al cabo) de una manera bastante interesada. En este trabajo que hice http://leyseca.net/innovacion-social/ dedico todo un capítulo para analizar este caso del que, como decía, a día de hoy lo veo como un discurso que tiene mucho de polity pero poco de policy.
Recomiendo la lectura del libro de Igor Sádaba «Propiedad Intelectual – ¿bienes públicos o marecancías privadas?».
¿Por qué?
Pues porque creo que su lectura vacunaría a la gente contra todos los fenotipos del determinismo tecnológico, siendo la (acrítica) fe en la innovación una de sus formas más sofisticadas, y por tanto más nocivas.
La innovación puede ir por la senda del «hacktivismo» y por la de las nuevas formas de control social (Facebook hace palidecer lo que se pensaba que era Echelon). El problema no es la innovación ni el jolgorio en que se ha convertido la degradación de la desobediencia civil: el problema es el «yoísmo» pandémico que tan bien caracteriza Beavouis http://info.nodo50.org/Libertad-poder-y-asilo-de-la.html
Rubén cae de lleno en este texto en lo que ya gente como David Harvey nos lleva tiempo alertando: el fetichismo de lo horizontal http://blog.p2pfoundation.net/david-harvey-on-the-fetishism-of-the-local-and-horizontal/2012/07/12
Es tristísimo que nadie recuerde lo que decía Marx sobre cooperación en El Capital… por favor, releedlo, y luego hablamos de innovación, de Wikipedia y de su puta madre.
Saludos.
mmmmm…David, ¿qué texto has leído?. No sé dónde ves el determinismo tecnológico ni el fetichismo de la horizontalidad.
En otro orden de cosas: la referencia que haces a Harvey la había leído, está realmente bien. Aparece en el libro «Rebel Cities: From the Right to the City to the Urban Revolution» (David Harvey, 2012) que es una recopilación de algunos de sus últimos textos. En ese libro, por cierto, dice cosas muy similares a las que pongo aquí –aunque su objetivo es situar los «urban commons» y no tanto cuestionar el rumbo institucional de la «social innovation»–. De hecho, no hace tanto que leí el Rebel Cities y, bueno, Harvey es mucho Harvey y a uno se le queda en la retina casi todo lo que escribe.
determinismo tecnológico
«Desde luego Arendt no conocía procesos como #15Mparato o como el #25S pero bien seguro hubiera escrito lo mismo de haber sido así» (esta parte me provoca hasta sonrojo, lo siento)
fetichismo de la horizontalidad
«Es aquí, donde la capacidad cooperativa e inventiva, la potencia social para imaginar e implementar procesos de innovación social se pone en marcha»
Un proceso de querella (aceptada por la Audiencia Nacional) y un conjunto de manifestaciones en la calle se pueden entender como fenómenos tecnológicos, pero es un poco raro. En cualquier caso, esa lectura la añades tú. ¿Si hablo de cualquier fenómeno social que sea o tienda a la desobediencia y para ello alguien se envía un SMS también hago apología del determinismo tecnológico?. Qué curioso.
Respecto a lo de fetichismo de la horizontalidad, un poco lo mismo: creer que cuando digo cooperación abogo por la horizontalidad es algo que también añades tú. Por eso decía que creo que has leído otro texto, estás sobreinterpretando lo que digo añadiendo lo que no digo.
No, lo que digo es que todo el envoltorio del #15MpaRato y shows análogos (via Twitter) es lo que aludo como fenómeno tecnológico. La política ahora en Spain es el cuarto capítulo de Black Mirror. Quítale a @dry y a @acampadasol el Twitter y hablamos.
Y si, puede que haya sobreinterpretado tu texto, pero por lecturas previas.
El manierismo fetichista de las sobrelecturas prejuiciosas es uno de los principales frenos para la innovación y para activar la desobediencia. Demasiada obediencia a los credos de cada cual y poca capacidad de interpretar, infiltrarse, asimilar, adaptarse, mezclarse, jugar a los matices para abrir y no para cerrar y juzgar.