Hegemonía cultural

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texto originalmente publicado en la columna «lotería de palabras» de Nativa.cat

 

No hace mucho llegaba a mis manos el libro del antropólogo norteamericano David Graeber titulado “En deuda: Una historia alternativa de la economía”. En este libro, Graeber explica la construcción de uno de los imperativos que parecen estructurar nuestras sociedades y que, de hecho, se relata como máxima para que nuestras bases de convivencia y desarrollo no se desplomen: pagar las deudas. Para contrastar el poder que la deuda ha tomado a día de hoy, Graeber explica otras tradiciones y momentos históricos donde ésta no se pensaba como punto de no retorno. Entre otros, Graeber señala la celebración del Jubileo. El Jubileo hebreo era un año de celebraciones religiosas que tenía lugar cada medio siglo, momento en el que las deudas quedaban saldadas. Esta tradición encuentra sus raíces en el Antiguo Testamento, en concreto en el libro Levítico donde se resaltaba: «Declararéis santo el año cincuenta, y proclamaréis en la tierra liberación para todos sus habitantes. Será para vosotros un jubileo; cada uno recobrará su propiedad, y cada cual regresará a su familia» (Levítico, 25:10).

En la actualidad parece que la Carta Magna que busca determinar nuestra moral no es ningún libro sagrado ni ninguna Constitución pactada socialmente. Más bien, el sistema de valores que se consideran convenientes vienen formulados por una particular Santa Trinidad: La Troika Europea. La Troika, formada por la Comisión Europea, el Banco Central Europeo (BCE) y el Fondo Monetario Internacional (FMI), ha ido construyendo un nuevo salmo que, si bien promete estar fundado en estrictos términos económicos, se apoya en un conjunto de valores de carácter moral. Estos valores dominantes quedan reflejados en un axioma que al parecer hemos interiorizado sin demasiados complejos: “uno debe pagar sus deudas”. Como bien señala Graeber: «La razón por la que la frase “uno debe pagar sus deudas” es tan poderosa es que no se trata de una declaración económica sino de una declaración moral» (David Graeber)

La teología económica parece haber ganado la partida dando por natural un sistema de valores éticos que son claras construcciones políticas que benefician a las élites. No en vano, que “la deuda debe ser pagada” suele llevar adjunto otro mantra: “hemos vivido por encima de nuestras posibilidades”. No existe dispositivo de poder que se precie que no venga acompañado de un proceso de producción de culpabilidad. Alguien ha gastado demasiado, hemos ido acumulando una deuda que ahora debemos devolver, y, ah, por cierto… ese alguien eres tú. Parece que cuando se despliegan estas afirmaciones el debate queda suspendido ya que, sobra decir, todas se acogen al “sentido común”. ¿El sentido común? menuda broma de mal gusto, debería estallar una carcajada global cada vez que alguien lo toma como argumento de peso.

Hasta aquí vemos claramente la intención de construir un imaginario dominante, una serie de elementos de fuerte carácter normativo que van generando un nuevo proceso de hegemonía cultural. Pero durante la semana de acción global contra la deuda, se han difundido muchos textos que reflexionan sobre esta condición “natural” de la deuda. En una lógica de corte inverso, encontramos el derecho a la bancarrota o a la insolvencia, un relato que no solo se erige en contra del primero sino que produce por sí mismo un modelo de vida y de sociedad fundada en otros valores. Un lenguaje que toma como “naturales” otros principios éticos y que desvela la deuda como mecanismo que produce relaciones de poder fundadas en la violencia y el chantaje. Claro está, la lógica de la deuda pierde su legitimidad social tan pronto se entiende como un proceso de largo recorrido histórico basado en la desposesión y la dominación más que en el préstamo y el consenso. Este contra-imaginario también precisa de sus propios axiomas, proclamas sencillas con las que poder insinuar lo que solo muestra la punta del iceberg: “No es una crisis, es una estafa”.

¿Valores dominantes? ¿Sentido común? ¿Hegemonía cultural?, a Gramsci le deben estar pitando los oídos. Parece evidente que el poder no solo se define bajo una serie de dispositivos de coerción que intentan regular a los sujetos (policía, ejército) sino bajo la normalización de un sistema de valores que aseguran y reproducen los intereses de las clases dominantes. El sometimiento, decía Gramsci, también viene determinado por elementos de carácter cultural; un conjunto de valores diseminados por el sistema educativo, la religión (léase La Troika) y los medios de comunicación. Una hegemonía cultural que nos quiere hacer creer cosas tan variopintas como que las deudas nos constituyen como sociedad, que las mujeres son seres naturalmente dóciles y serviles, que el modelo familiar es único, atávico e incuestionable o que la libertad es el Estado o el Mercado y no el conjunto de derechos sociales que hemos ido conquistando y que hoy vemos deshacerse con todo tipo de pretextos.

Antes que el mercado de valores, existen los valores que nos constituyen como seres sociales aunque, de manera recurrente, nos quieran hacer creer que lo uno y lo otro son la misma cosa.

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