


Dejo aquí el texto publicado en el Cultura/s de La Vanguàrdia en el especial «El siglo de la fraternidad«. Una breve compilación donde comparto espacio y motivación junto a Ingrid Guardiola, Marina Garcés y Antoni Marí. El resto de las aportaciones, se pueden leer aquí (con versión en català de mi aportación).
Los bienes comunes, ¿una nueva ‘Gran Transformación’?
En el libro ‘La Gran Transformación: los orígenes políticos y económicos de nuestro tiempo’ (1944) Karl Polanyi realizó una dura crítica al liberalismo de mercado, una de las que más han perdurado. Polanyi nos recuerda que antes del siglo XIX, la sociedad no operaba como un accesorio del mercado. El mercado era un elemento secundario de la vida económica; el sistema económico estaba integrado en el sistema social.
El actual sistema de mercado como regulador social no surgió de manera natural ni tampoco vino provocado por una retirada de la acción estatal. Para producir una sociedad de mercado, o dicho de otra manera, para subordinar todos los propósitos humanos a la lógica de un impersonal mecanismo de mercado, fue necesaria una acción consciente y a menudo violenta del Estado. Como señalaba Polanyi «para que este proceso se organice a través de un mecanismo autoregulado de intercambio, el hombre y la naturaleza tendrán que ser atraídos a su órbita; tendrán que quedar sujetos a la oferta y la demanda, es decir, tendrán que ser tratados como mercancía, como bienes producidos para la venta». Vivencias y recursos que constituían un espacio de potencia social fueron convertidos en «mercancías ficticias»; el ser humano pasó a ser fuerza de trabajo para ser vendido al precio del salario, la naturaleza pasó a ser tierra para poder negociarse al precio de las rentas que produjera. Así se convirtió en producto de mercado lo que constituía la base de la vida comunitaria. La sustancia misma de la sociedad fue subordinada bajo la dirección de los precios del mercado. Esto es lo que Polanyi denomina, irónicamente, ‘La Gran Transformación’.
Esta doctrina resurge en los 80s y 90s con Ronald Reagan y Margaret Thatcher bajo la etiqueta de ‘neoliberalismo’, insistiendo una vez más en que las sociedades pueden organizarse con mercados autorregulados. De la imposición del patrón oro del liberalismo económico, pasamos a la imposición del crédito y el mercado financiero como regulador del neoliberalismo. Los teóricos y seguidores del liberalismo económico entienden que este sistema de mercados otorgará igualdad de oportunidades, redistribuirá beneficios e impartirá justicia social. Es decir, que la dinámica económica pensada como sistema de mercados entrelazados que de manera automática ajustan la oferta y la demanda mediante el mecanismo de los precios, es por sí misma una institución democrática. Tanto liberalismo como neoliberalismo comparten este ideal: si se da a los individuos y empresas total libertad para perseguir sus intereses económicos, el mercado global hará rico a todo el mundo.
Hoy estamos viviendo la farsa de esta utopía liberal. El neoliberalismo ha incrementado las desigualdades sociales, la usura y la corrupción institucional así como los conflictos geopolíticos y la inestabilidad mundial. Vemos cómo nuestros deseos y proyectos de vida han sido convertidos en deuda y cómo los derechos conquistados se reducen a mero valor de cambio para una élite que parasita este proceso de desposesión social.
Frente a la mercantilización del todo social, Polanyi situaba un histórico movimiento de resistencia donde la expansión del mercado se veía frenada por un ejercicio de autoprotección del cuerpo social. Este ‘doble movimiento’ ha seguido su pugna. La crisis ha hecho visible de manera más clara las fricciones y movimientos alternativos que son parte constitutiva de una pulsión social milenaria. Una pulsión que hoy reclama bienes que no son públicos ni privados, sino comunes: la reapropiación de aquella sustancia social que fue convertida en mercancía. Esta cultura de los bienes comunes se expresa en movimientos urbanos de gestión comunitaria de infraestructuras y recursos que sufrieron la especulación inmobiliaria; en la recuperación de relatos de ciudad considerados improductivos y que fueron omitidos en beneficio de marcas urbanas adaptadas a mercados competitivos; en movimientos por la cultura libre y herramientas que desbordan los indicadores de excelencia de instituciones educativas y culturales; en movimientos sociales que reclaman derechos fundamentales como la vivienda, o que exigen la gestión comunitaria de recursos tan fundamentales para la vida como el agua o el medio ambiente.
El paso clave para Polanyi era eliminar la creencia que la vida social tiene que subordinarse al mecanismo de mercado. Esta noción fundamental hoy parece más viva que nunca en la ciudadanía global. El gran reto es culminar esta nueva ‘Gran Transformación’ llevando a cabo instituciones de base social, instituciones para que los bienes comunes no respondan a la lógica de los precios y las finanzas, sino que aseguren aquellas condiciones que hacen la vida posible.
Esto admite dos puntos de vista, de vaso medio lleno o medio vacío. Porque en el lado chungo lo mismo el procomún acaba reinterpretado como materia de estudio en las escuelas de negocio para mayor gloria del economicismo global. Tiempo al tiempo. Pero por la parte positiva, cabe pensar que ese economicismo está jodiéndonos tanto que sí, que hay un hueco para recuperar otro punto de vista. En cierto modo, la batalla ya está sucediendo. Ah, creo que vamos perdiendo.
Lo siento, será que hoy no he empezado el día con ánimo 😉
Muy interesante tu reflexión a partir de Polanyi.
Ruben, llego a tu articulo por las pistas que me dio Julen comentando un post que acabo de publicar hoy sobre «el economista atrapado en su paradigma» (http://bit.ly/1baZwyu). No hablo en mi entrada del Procomun, pero coincido en tu visión de que el mantra de ver al mercado como un ente justo y democrático (casi sagrado) no es, ni mucho menos, una lectura que se ajuste a la realidad. Aunque siempre podrán anteponer a tu argumento el latigillo-comodin del pensamiento liberal: «Los males de hoy no son porque se han liberalizado los mercados, sino porque no han dejado que eso se haga hasta las ultimas consecuencias». O sea, que los fallos del mercado se deben a que no se ha dejado al mercado actuar con libertad. El asunto del Procomun, al ser un hibrido que se mueve en un espacio ambiguo, resulta muy complicado de explicar. Tenemos ese problema…