El mercado de intercambio de cromos del Mercat de Sant Antoni y el capitalismo

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Texto originalmente publicado en Nativa

Nada podría ser más fácil. El cromo que tú tienes es el que yo quiero. El cromo que yo tengo es el que tú quieres. Pues los intercambiamos. Nuestro objetivo individual, pero a la vez común, es completar el álbum de cromos. Cada uno su álbum, pero en el camino, las preferencias individuales encuentran respuesta en el cromo que otro aficionado tiene.

Esa necesidad mutua de conseguir lo que tiene el otro es lo que genera la sociabilidad. Hablamos, negociamos, compartimos nuestra afición y finalmente conseguimos el cromo que queríamos y lo tachamos en nuestra lista de “faltis”.

Muy cerca de mi casa, cada domingo por la mañana, se reúnen grupos de padres e hijos a intercambiar cromos frente al Mercat de Sant Antoni de Barcelona. Un mercado de trueque que ya existía antes de que en el Mercat empezaran las obras de restauración, que al parecer pronto terminarán. El número de gente que intercambia cromos puede variar. Más o menos una media de 60, aunque a veces puede llegar a unas 100 personas, depende de la época. En principio, la norma no escrita es que el dinero no sea el valor de intercambio dominante, sino que el valor de intercambio son los propios cromos. Dependiendo del chance, mi cromo puede valer lo mismo que el tuyo, pero cuatro cromos del montón bien pueden valer ese que tú tienes repe y que tanto cuesta conseguir. A veces el dinero intermedia, pero es una medida de valor secundaria, supeditada al valor de usoDurante un periodo corto, una mercancía producida dentro de un circuito capitalista (los cromos) circulan en un mercado donde nadie tiene como objetivo ganar más dinero. La actividad económica de estos mercados no está mediada por un valor de cambio, sino por el deseo de un valor de uso: completar el álbum. Del circuito dinero-mercancía-dinero, los cromos pasan a un circuito mercancía-mercancía. La actividad económica del mercado de trueque sigue siendo el intercambio, y si bien quienes participan no son los productores directos de los cromos –no creo que monten talleres clandestinos donde imprimen los cromos ni que los produzcan artesanalmente– sí que son suministradores directos y a la vez consumidores.

Pero hay algunos “aficionados” que sí tienen como norma vender sus cromos por dinero. Hay cromos muy preciados, puesto que son difíciles de encontrar. Por demasiada pasión por lo suyo o por ansia, quienes tienen como objetivo completar el álbum se acaban rindiendo y los compran por más dinero del que suelen usar en algunos intercambios habituales. Hablando con uno de los padres, me explicó que esos que solo vienen a vender cromos difíciles de encontrar «¡tienen montado un chiringuito redondo!». Su estrategia para conseguir esos cromos es bastante sencilla. Hacen una inversión muy grande en cromos, de series seguidas, y así consiguen los cromos más raros, los que menos salen. Aprovechan estos mercados de intercambio para ir por diferentes ciudades de las cercanías, donde hay esta tradición, y venden (a veces por precios bastante gordos) esos cromos. Es la viva definición del “emprendedor comunitario”, que ve un nicho de negocio en espacios de sociabilidad no monetarizados. El objetivo de este emprendedor no es completar el álbum, sino conseguir más dinero del invertido inicialmente. Seguramente, si todo le sale bien y optimiza su modelo, podrá conseguir un extra de 100 o 200€ para pasar el fin de semana.

Imaginemos que ese emprendedor que, por lo pronto, solo quiere sacarse un pequeño extra, engrasara bien su máquina para conseguir más dinero todavía. Podría pensar en contratar a alguien a bajo sueldo. Una contratación “por proyectos” pagada previa factura, donde 4 o 5 personas trabajan en diferentes mercados de intercambio, consiguen a un precio razonable más cromos de los complicados y los revenden en otra ciudad a mayor precio. El modelo de “venta de cromos difíciles” podría empezar a funcionar a costa de que nuestro emprendedor se quede con una fracción del valor producido por el trabajo de esas 4 o 5 personas. Con esas ganancias extraídas del trabajo ajeno, nuestro emprendedor amasaría más dinero para reinvertirlo en futuras mercancías (más cromos y más fuerza de trabajo) para así conseguir más dinero. Y así volvemos al circuito donde se usa el dinero para comprar más mercancías con el objetivo de acumular más dinero que, por cierto, tiene más valor que el inicial gracias a las plusvalías extraídas del trabajo ajeno. Justo eso es el capital.

No tiene mucho sentido –ni político ni científico– decir que el emprendedor que se gana un dinerillo invirtiendo su propio trabajo y vendiendo cromos en los mercados de trueque es un capitalista. Pero este cruce entre circuitos de intercambio que se forman respondiendo a un valor de uso y circuitos de intercambio determinados por el valor de cambio, es algo continuo en los centros urbanos. Espacios de sociabilidad, de interacción social sin mediación del dinero, espacios que bajo suelo capitalista pueden ser parasitados por circuitos o por sujetos económicos que se mueven con otros objetivos y otras reglas diferentes a las que emanan de la comunidad.

Seguramente, una institución comunitaria más robusta, tendría mecanismos para sancionar a ese tipo de sujetos económicos. Un mercado agroecológico local no permitiría que un distribuidor de lechugas, igualmente ecológicas pero conseguidas a bajo precio en otro mercado, se dedicara a venderlas a los miembros de la cooperativa de consumo. Los principios sociales de mercado de proximidad y de contacto directo con productores y productoras, evitan esas incursiones emprendedoras. Pero, a veces, el emprendedor que maximiza sus beneficios gracias a la actividad comunitaria, puede ser entendido como alguien que hace una actividad funcional. Así ocurre en el mercado de cromos de Sant Antoni y en algunos vacíos urbanos con actividad social que están gestionados por vecinos y vecinas. Al fin y al cabo, quienes van al mercado de intercambio de cromos que está lado del Mercat de Sant Antoni lo que quieren es completar su álbum, no acabar con el capitalismo.

La cosa se vuelve más opaca cuando el circuito que absorbe el valor producido por esa sociabilidad ya no es un circuito primario –el capital industrial de la empresa Panini, produciendo mercancías a través de fuerza de trabajo ajena y otras fuerzas productivas para que sean vendidas en un mercado– sino uno más complicado. En breve, el Mercat de Sant Antoni estará reformado y se convertirá en un espacio de compra/venta de todo tipo de productos y albergará núcleos de sociabilidad y de interacción social no mediados por el dinero. Mercados de trueque, jardines urbanos, asambleas de vecinos y vecinas, espacios de participación ciudadana. Enredado con todo eso, hay un activo financiero cuyos titulares especularán con su futuro valor gracias a todo ese flujo social donde no media el dinero. Quienes detentan en exclusiva los derechos de uso y usufructo del suelo, no tardarán en incrementar el precio de venta o alquiler de sus propiedades inmobiliarias. De nuevo, actividades urbanas basadas en la interacción ciudadana o en el intercambio directo de mercancía-mercancía, se mezclarán con circuitos de mercados incrustados sobre el territorio basados en la valorización continua del valor dinero. Justo eso es el capitalismo urbano.

Es posible que una comunidad pueda controlar o incluso beneficiarse de los devaneos de un emprendedor pero difícilmente va a poder controlar ese tipo de economías rentistas que se benefician astronómicamente de las mejoras y la sociabilidad de los barrios. Gobernar colectivamente esas formas de especulación es esencial para que nuestra capacidad latente para cooperar no sea pasto de futuras mercancías. La buena noticia es que no hay espacios urbanos que sean completamente capitalistas. La mala noticia es que el capitalismo urbano funciona bajo mecanismos que pueden absorver el valor de nuestra potencia cooperativa. Pero el problema, una vez más, no es la sociabilidad. El problema es la propiedad. El control democrático de esa riqueza se hace muy complicado sin una apuesta firme por la desmercantilización del suelo. El suelo, como las lechugas, mejor fuera del mercado capitalista.

5 comentarios sobre “El mercado de intercambio de cromos del Mercat de Sant Antoni y el capitalismo”

  1. Ya veo que en su mundo, por ejemplo, no existen compradores de cromos que pierden su dinero por haber evaluado mal el mercado o por tener que vérselas con otros compradores de cromos que también querían ganar dinero pero no había para todos. Habla de los padres que se quejan del chiringuito pero no de los que no pueden completar la colección porque le faltan dos o tres cromos y encontrarse con alguien que se los pueda vender les solucionaría el problema. La lista de cosas que, interesadamente o no, deja fuera y no menciona es demasiado larga como para que lo que dice pueda ser tomado en serio. En lo que cuenta hay ideas válidas (por ejemplo, gobernar la especulación) pero lo mezcla todo con una serie de mitos y fantasmas y estos echan por tierra todo su argumento.

    Durante la burbuja inmobiliaria muchos empresarios especuladores se enriquecieron al encarecerse artificialmente el precio de las casas pero también lo hicieron profesionales y trabajadores que invirtieron sus ahorros en comprar uno o dos pisos. La riqueza neta de las familias a día de hoy es 1,32 billones de euros, le duela a quien le duela, y eso da para mucho. Luego todo reventó pero tal y como usted muy bien recuerda en su artículo «Quienes detentan en exclusiva los derechos de uso y usufructo del suelo, no tardarán en incrementar el precio de venta o alquiler de sus propiedades inmobiliarias» y diez años después la economía en España volvió a su punto de partida de modo que las rentabilidades del diez o el quince por ciento anual por una casa en Barcelona o Madrid volvieron a estar al alcance del que quiera arriesgar su dinero en esto. Comparándolo con el 0,01% que da un banco es fácil de entender por qué ocurren cosas así.

    Si según usted el problema es la propiedad y los derechos de uso y usufructo del suelo pasan a ser colectivos nadie pondrá su dinero en ese sector porque ya no habrá dinero que ganar y por tanto habremos acabado con algo tan dañino como la especulación de un bien tan básico pero, al mismo tiempo, habremos acabado con el sector inmobiliario privado. Solo nos quedaría el estado para que venga a apagar ese fuego pero eso implicaría sustituir al empresario especulador por el funcionario corrupto. Si los empresarios tienen chiringuitos, es de ilusos esperar algo mejor de los funcionarios que pasan a controlar tal cantidad de dinero. Las experiencias de colectivización del siglo XX apuntan todas en esa dirección y decirse a sí mismo ahora «esos lo hicieron mal pero ahora nosotros lo haremos bien» es no haber aprendido la lección y empeñarse en repetir los mismos errores. Algo así se paga siempre muy caro y, al menos hasta ahora, la sociedad ha demostrado ser más sabia que sus presuntos salvadores. Esperemos que dure.

    1. Sí, hay gente que gana y pierde en esa inversión inicial en espacios no-monetarios, pero mi objetivo no era explicar las estrategias de éxito y fracaso, sino cómo un mercado de intercambio centrado en el valor de uso se cruza con intercambios basados en el valor de cambio. Y que ese tipo de cruces y de hibridaciones son continuas. Son la regla, no la excepción. El problema, desde mi punto de vista, es en qué medida se pueden mantener espacio no-monetarios en los centros urbanos. Es decir, hasta qué punto es posible que interacciones sociales y económicas que no pasan por el valor dinero, no tengan que verse absorbidas por procesos de valorización capitalista (sea capital industrial, capital inmobiliario, etc).

      Por otro lado, no es un problema de más Estado o más mercado, es un problema de gobierno de esa complejidad de interacción social: ¿cómo articular esas tres formas de interacción (reciprocidad, redistribución, intercambio) sin que el intercambio capitalista sea el dominante?. Ahí faltan ideas. Creo que faltan formas intermedias de gobierno de esos procesos –a nivel de distrito o de barrio, ya que cada zona tiene sus particularidades– donde sujetos propietarios y no propietarios, asociaciones comerciales y de vecinos, sujetos colectivos y particulares, etc. puedan también deliberar más allá del Estado o de las dinámicas capitalistas. Eso es «la sociedad».

      Por último, hay que tener en cuenta que el Estado puede intervenir sobre el suelo para favorecer su valor de uso –pone infraestructuras de todo tipo que ninguna empresa privada haría puesto que su ciclo de amortización es enorme– y eso incrementa el valor de cambio. Eso es un problema, ya que lo que mejora el barrio, también puede excluir a gente que no puede pagar las subidas del precio del alquiler. Eso exactamente está pasando hoy en el barrio de Sant Antoni. Muchas de esas propiedades inmobiliarias provienen de ahorros de rentas de trabajo y no de fondos de capital global (sería fantástico tener datos precisos sobre esto) pero eso no deja de señalar el mismo problema: el equilibrio entre extraer renta de tu propiedad y la necesidad de acceder a una vivienda. No he dicho que los derechos de uso y susfructo pasen a ser colectivos –que, en parte, ya ocurre en algunas zonas de la ciudad, no es algo para nada extravagante– sino que el mercado de intercambio a través del valor dinero no puede ser el único que intermedie la relación de la ciudadanía con el acceso a la vivienda. O, dicho de otra manera: el control democrático del suelo se hace muy complicado sin una apuesta firme por la desmercantilización. Hay muchas países donde el Estado no dispone su suelo como un mercado de extracción de rentas para propietarios ni como un espacio de activos financieros. Y tampoco les va tan mal.

  2. Si usted quiere capitalistas sin chiringuitos (o si lo prefiere «interacciones sociales y económicas que no tengan que verse absorvidas por procesos de valorización capitalista» pero hablando así no nos entenderemos mejor necesariamente), el vendedor de cromos (solo en España hay varios millones de autónomos y pequeños empresarios) querrá siempre ganar dinero sin arriesgarse a perderlo. Es imposible que no haya problemas en esa articulación de interacciones si las cosas están planteadas así desde la base pero no veo qué ganamos todos si excluímos del grupo al que sólo busca enriquecerse vendiendo cromos: estaríamos echando a un posible compañero de viaje dispuesto a poner su dinero y su tiempo en un asunto que en principio no le va ni le viene pero a nosotros sí.

    Hay operadores internacionales de materias primas que, por ejemplo, compran las cosechas con un año de antelación para así tener asegurado el producto al año siguiente. Compran y venden café, algodón o maíz como podrían hacerlo con su madre si fuese ético y legal porque solo quieren un rendimiento económico pero su presencia hace que la vida de los agricultores sea más estable y menos dependiente de las circunstancias. Los granos de café que en Nueva York cuestan cuatro dólares en Etiopía cuestan unos pocos céntimos. Eso me parece cualquier cosa menos justo pero sin los comerciantes dispuestos a comprar al por mayor, tan necesarios dentro de la cadena como los que lo tuestan o lo envasan, tendríamos unos agricultores que estarían en condiciones todavía peores y ellos sentirían que el mundo es todavía más injusto si cabe. Si el café se sigue cultivando en Etiopía es porque es más rentable que otros a pesar de que reciban una mínima parte y cuando los movimientos del mercado hicieron que no fuese así, los agricultores se pasaron al kath porque les daba más dinero. Que usted y yo nos podamos tomar un café todas las mañanas gracias a que cientos de personas en diferentes países buscaron su propio beneficio económico es el contexto que usted siempre pasa por alto a la hora de evaluar los «procesos de valoración capitalistas» y por donde su razonamiento cojea, cuando no, se cae por completo.

    Usted añade también que «faltan formas intermedias de gobierno… donde sujetos, asociaciones comerciales y de vecinos, sujetos colectivos y particulares puedan también deliberar más allá del Estado…» pero donde yo vivo el ayuntamiento del PP se reune regularmente con asociaciones vecinales, tiene subvenciones para todo tipo de iniciativas sociales, desde guarderías hasta material escolar… Es decir, lo colectivo reina y, lo que es más importante, está amparado por la ley no teniendo ningún impedimento en expandirse aún más si la gente así lo quisiese. Como las discusiones medio-llena / medio-vacía me resultan muy aburridas dejo esto aquí pero independientemente de cómo veamos las cosas, los dos vivimos en el mismo país.

    La mejora de los barrios de una ciudad no puede ser nunca un problema social y si lo es, la propia dinámica económica se encarga de resolverlo. La gente de Sant Antoni que ya no puede pagar el alquiler podrá encontrar casa en barrios que no interesen a los inversores y, mientras tanto, toda la ciudad será más rica en conjunto. Esa mayor riqueza, si se emplea bien, hará que las políticas tendentes a compensar a todos aquellos que salieron perdiendo en el proceso sean más eficaces. A escala global, llevamos doscientos años inmersos en un proceso de mejora y enriquecimiento lleno de peleas e injusticias que, aunque no termine bien y nunca, siempre lo hace desde una posición mejor que la anterior. A escala local ocurre algo parecido. Mientras unos pierden su barrio, otros pudieron vender la casa y ganaron decenas o cientos de miles de euros. Aunque no lo inviertan y lo metan en el banco, estos viven de mover el dinero y se encuentran con más volumen para prestar o invertir. En esas circunstancias, no es difícil imaginar a una persona arriesgándose a montar un restaurante porque el banco se lo puso más fácil, creando así puestos de trabajo para quienes se quedaron sin casa y permitiendo al ayuntamiento recaudar unos impuestos con los que no contaba en principio. Sé que el proceso, en el mundo real, no es tan fluído ni tan bonito como yo lo cuento pero, en conjunto, los hechos demuestran que esto es lo que ocurre a lo largo de los años.

    En cuanto a su párrafo final, Singapur es un buen ejemplo de país no comunista que ha tenido éxito económico y social con políticas públicas que recuerdan o en parte coinciden con las de ese tipo de gobiernos pero cuando ni los propios economistas son capaces de explicar el éxito de ese modelo, malamente podremos reproducirlo en otros lugares. Por cada ejemplo de país al que le fue bien con tales o cuales políticas públicas, siempre habrá un contraejemplo de país al que le fue bien en conjunto fomentando el sector privado y los intercambios financieros. El debate es de nuevo irresoluble y, por tanto, abierto a la victoria para todos. Le dejo también a solas con él.

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    P.D.
    Sé que usted no está pidiendo que nos gobiernen los soviets pero al hablar de la necesidad de políticas al margen del capital, eliminar de la ecuación el dinero… su apuesta política es clara. Fernando Savater cuenta hoy en El Pais que «lo que podríamos llamar “izquierda” (radical contra la monarquía, la iglesia católica, los estamentos regionales, el gremialismo burgués, etc…) parte del “liberalismo”, es decir de la aspiración a libertades individuales conseguidas gracias al nuevo Estado basado en los derechos del hombre y el ciudadano.» Leyendole da la impresión que la izquierda o al menos una parte de ella, ha perdido sus orígenes, el individuo y sus libertades, y espera que, actuando a través del grupo, sus aspiraciones queden colmadas. Me temo que se equivocan por completo de dirección.

    1. No me refería a Singapur, hay territorios europeos donde gran parte de la vivienda (del 40 al 60%, dependiendo del país) está fuera del mercado capitalista (existen, además, otros mercados). El punto del artículo era que el intercambio a través del dinero no sea el dominante. No hablo de excluir a nadie ni negar el mercado. Existen otros mercados no capitalistas, por ahora, eso sí, minoritarios, donde también se vende café.

      En mi barrio no veo que la dinámica del mercado resuelva nada, desde los 70 en adelante –por poner un ciclo temporal y una ciudad concreta– no ha sido así. Hay varias investigaciones sobre esto, sobre la falta de vivienda, la falta de equipamientos, la falta de infraestructuras básicas, y la capacidad de organización a escala barrio por parte de vecinos y vecinas que hizo posible que hoy exista esa infraestructura. Pero la capa física de la ciudad sigue sin solución democrática, sin control ciudadano, más allá de intervenciones públicas que compensan los efectos de la conversión del suelo en activo financiero. El relato de «mientras unos pierden otros ganan y dejemos que el ciclo natural lo vaya compensando», es muy diferente a lo que ocurre en los entornos urbanos. Los usos del suelo, hoy y siempre, son un espacio de conflicto. Es la historia de intereses sociales contrapuestos a la hora de dar uno u otro uso. Con mayor correlación de fuerzas (como ocurrió durante los 80s y parte de los 90s en Barcelona, cuando se crearon empresas de capital mixto para gestionar el suelo y los procesos de desarrollo urbanístico) o con momentos en los que no hay un consenso claro sobre cómo gestionar el suelo, que es donde estamos hoy.

  3. Singapur es, entre otras cosas, un paraíso fiscal y tampoco me parece realmente un lugar ejemplar pero el gobierno acumula un buen pedazo del país. En cualquier caso y siempre con todos los respetos, se contradice usted mismo si afirma por un lado que «no es un problema de más Estado o más mercado, es un problema de gobierno» pero luego reclama más cosas al margen del mercado y menos controladas por el capital o dice «el problema es la propiedad». ¿Gobernar es tan solo eleminar el dinero o las dinámicas capitalistas de la ecuación o bien algo más complejo, no reducible a términos tan sencillos y que obliga a hilar muy fino si no se quiere hacer daño al conjunto de la sociedad? Ya puestos y sin pretender frivolizar, ¿no sería lo mejor reclamar casas buenas bonitas y baratas para todos, sin machacar el medio ambiente, independientemente de quien nos las facilite?

    Es un hecho cierto que las políticas públicas en ciertos países han facilitado el acceso a la vivienda y, si las cosas se hacen bien, se pueden distribuir todo tipo de bienes y servicios con este tipo de medidas. También lo es que una de las razones del crack del 2007 en Estados Unidos fue el apoyo implícito del gobierno a Freddie Mac y Fannie Mae. Que conseguir casa sea una preocupación del estado le parece a cualquiera una buena idea o algo deseable pero hacerlo sin tener en cuenta los incentivos que se van a generar en la sociedad obliga a correr el riesgo de que todo termine muy mal, tal y como se demostró en este caso. No parece que la solución esté en lo público o lo privado sino en cómo se haga, un asunto en el que usted no suele entrar porque prefiere no mojarse o, para ser justos, lo hace pero luego no explica cómo implementar esa actuación colectiva que busque el bien común sin terminar todos peor. Decir tal o cual cosa es fácil pero el diablo, ya se sabe, está en los detalles.

    Es verdad que actualmente se vende café al margen del mercado, por ejemplo en las tiendas de comercio justo. Cabe preguntarse entonces por qué estas ocupan un lugar marginal en el conjunto. ¿A la gente le parece normal que el café en Nueva York valga cien veces más que en Etiopía? No lo creo pero «votan» por esa opción cada vez que compran en Carrefour, Aldi… Como alquilar un local en España no sale tan caro como en Manhatan, entre otras razones, la diferencia de precio al por mayor y por menor de los productos agrícolas en España no es tan brutal pero sigue siendo bastante alta. ¿Por qué la gente no se moviliza? Yo vivo en un barrio de clase media y mi vecino, ya jubilado, trabajó como mayorista de fruta toda su vida. En teoría y si hacemos caso a los agricultores, es el intermediario que se forró a su costa. La realidad es que aunque nunca vivió mal y tiene una vida muy acomodada, tampoco es rico. Tener dos o tres camiones y mover miles de toneladas de fruta al año puede hacer pensar a la gente que tienes un gran negocio montado pero ahí, como en cualquier otro sector, hay mucha competencia. En sus análisis tiende a obviar todo este tipo de incentivos económicos que operan constantemente y hacen que la gente se decante por una u otra opción. Bajar a tierra nunca puede hacer daño a nadie, mucho menos todavía a sus ideas. Soy consciente de que esa misma dinámica capitalista es la que lleva a que, por ejemplo, las casas, a pesar de la crisis, sigan costando dos o tres veces su valor real. Los desequilibrios económicos en la sociedad son enormes y están en todos los sectores pero nadie ha encontrado la varita mágica para eliminarlos. Me temo que usted y su reclamación de menos mercadeo tampoco lo conseguirá.

    No discuto, como no puede ser menos, que la movilización política de la gente en ciertos barrios y no tal o cual política (mucho menos tal o cual político) sea el que haya conseguido los cambios a mejor. Nadie puede oponerse a que alguien reclame este tipo de cosas pero me parece igualmente un hecho que «desde los 70 en adelante», las cosas han mejorado mucho para todos prácticamente sin excepción. Sé que esperar que operen o hagan su efecto en todos con el tiempo las mejoras que trae la permanente destrucción creativa en la que vivimos obliga a ser cruel con aquellos que salieron perdiendo en el cambio pero creo que también está todo el mundo de acuerdo en que no cambiar es lo peor para todos. El suelo, como tantas otras cosas (no conozco sociedades modernas donde no haya intereses contrapuestos), es sin duda fuente de conflicto pero quitárselo al mercado no es la panacea. Unas veces puede funcionar y otras muchas no.

    Lo que me interesó de su artículo fue que puso como ejemplo un hecho que puede ser visto legítimamente de dos maneras distintas. Por cada padre quejándose por el chiringuito habrá un comerciante que verá todo eso como un riesgo asumible para su dinero. El conflicto entonces es irremediable. Estoy sin duda de su parte cuando dice «abajo con el chiringuito». Tener que vérmelas con el dinero es obligarme a ser consciente de mi debilidad y mi necesidad de hacer transacciones con otros seres humanos con intereses diferentes a los míos pero al darme cuenta que afirmar eso es lo mismo que decir «si no puedes terminar tu colección te fastidias» porque usted no ofrece ninguna alternativa válida, me temo que tengo que abandonarle y ponerme de parte del vendedor de cromos.

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