


Artículo originalmente publicado en Nativa.cat
No a todos los jóvenes les gusta el 15M. Algunos dudan sobre si el 15M «ha servido para algo». Algunos creen que no ha sido un proceso exitoso por su «falta de resultados». Otros creen que las movilizaciones actuales «han servido para concienciar un poco pero todo sigue igual».
Estas citas están extraídas de opiniones reales lanzadas durante unos grupos de discusión con jóvenes de entre 16 y 25 años. En total, cinco grupos de diez personas realizados apenas hace unos meses en Madrid y Barcelona [1]. En todos los grupos había paridad de género, estaban formados por jóvenes que habían cursado la ESO pero que no habían finalizado estudios de grado y, en todos los casos, tenían conexión a internet en casa. El tipo de selección permitió recoger voces plurales, con visiones diferentes de su entorno social. Grupos en los que hablábamos durante dos horas sobre formas de comunicación y acción colectiva, sus preferencias y valores personales o comunitarios y sus usos más o menos intensivos de Internet. Conversaciones en las que algunos tópicos parecían asomarse, algunos se escurrían y otros invertían su sentido.
De entrada, podrían chocar las visiones escépticas frente al 15M si las comparamos con las encuestas que han ido apareciendo y señalando una alta aceptación social. Pero a pesar de esas opiniones, a pesar de encontrar algunas expresiones que ponían en duda la utilidad del nuevo ciclo de movilización social, eran jóvenes 15mayistas. No, no es una contradicción. El tema clave es que en todos los grupos era palpable un imaginario crítico fruto de la ola de acción social. Una serie de recursos de análisis críticos producidos socialmente que genera agarraderas conceptuales y una mirada destituyente frente al poder político y mediático pero que, a su vez, parece que no logra borrar la incertidumbre con la que viven el día a día.
Durante los grupos de discusión, era sorprendente ver cómo, si bien podían tener gustos diferentes, preferencias electorales variadas y aficiones diversas, expresaban con contundencia que «esta democracia no funciona» o «el bipartidismo no funciona». En las conversaciones se usaban proclamas como «los de arriba contra los de abajo», «no nos representan», «el problema es el bipartidismo y la falta de democracia». Cuando preguntábamos cuál sería el mejor sistema para ponernos de acuerdo en una fase de crisis institucional como la actual, no parecía haber demasiadas dudas. Más allá de señalar otros sistemas, pedían más democracia: «queremos democracia, pero una buena»; «una democracia sin corrupción, sería un buen sistema». La democracia es «oír a todos, decidir todos», «una democracia verdadera en la que todo el mundo vota; una plataforma como Facebook, pero que se vote: no que se haga click y nada cambie». Con dudas y expresiones contradictorias parecían oscilar entre modelos de participación y democracia directa o modelos de meritocracia y conducidos por saberes expertos; en general, procesos que permitan una mayor control, responsabilidad política y mecanismos para la rendición de cuentas.
En las conversaciones se palpaba que estamos frente a una generación de intensa politización. Señalaban una profunda crisis de legitimidad y credibilidad respecto al sistema político, la televisión o la prensa. Lanzaban críticas rotundas y una falta de confianza hacia políticos y medios informativos convencionales. En su dibujo sobre las fuentes de producción de opinión pública, el statu quo mediático y político navega en una balsa de aceite. Esto se expresaba en opiniones como «te da la sensación que antes llevaban al pueblo por donde querían y ahora es el pueblo el que tiene, no el poder, pero sí la información». Si un político o un medio de información, miente u omite ciertos datos, «es más fácil desenmascararle y hacerse una opinión propia». Y no es que rechazaran tener representantes o que vieran las jerarquías como una posibilidad inútil, más bien criticaban la falta de proximidad, competencia y vocación en los representantes políticos actuales. Como se señalaba en una de las sesiones:
«La gente que hace política por vocación son los buenos, esta gente hace política por dinero, y ya está. Igual que los profesores, los profesores que lo hacen por vocación hacen lo que tienen que hacer para enseñar. Luego están los profesores que se cansan y ya no te enseñan»
Los problemas que más parecían preocuparles son los considerados como “más cercanos”, es decir, con los que ya lidian en su día a día o con los que van a encontrarse en un futuro inmediato. Cuando preguntábamos por sus principales preocupaciones, se repetían temas sobre educación y paro, sumando la corrupción política y la falta de elementos institucionales para participar de manera más directa en política. Más que una tendencia a la inacción, se señalaban las barreras que limitan cuando no impiden la posibilidad de intervenir sobre aquellos asuntos que les preocupan. Más allá de posturas radicales, ideologizadas o idealizadas, centraban las posibles soluciones en cambios concretos, pragmáticos y efectivos.
Sienten tal desencaje y desconexión de la toma de decisiones que la situación actual les lleva a pensarse de manera natural como contrapoder
Si bien fueron grupos de medio centenar de jóvenes y que científicamente pueden quedar lejos de representar una opinión mayoritaria, algunas ideas son muy reveladoras. Los tópicos sobre la falta de participación de los jóvenes en política, su desconocimiento de las condiciones reales bajo las que viven o una supuesta distancia frívola sobre aquello que rige sus vidas, estallan en pedazos. Su interés por la política parece salir más de la necesidad que de una pasión vocacional o de posiciones ideológicas. Sienten tal desencaje y desconexión de la toma de decisiones que la situación actual les lleva a pensarse de manera natural como contrapoder.
Este imaginario crítico, de preocupación por el momento que viven, de buscar vías y herramientas para solucionar su falta de futuro, emerge con fuerza como un nuevo “sentido común”. Un sentir común donde no existe indiferencia hacia la política entendida como búsqueda de soluciones a problemas colectivos sino que más bien ensalza sentimientos intensos, a menudo de rabia y desconfianza respecto a irregularidades del sistema político actual.
Pero si bien los cambios culturales que se han venido produciendo durante y tras el 15 de mayo del 2011 han sido interiorizados por esta generación, su frustración parece mayor que la vivida en las plazas. Un tono de absoluta preocupación acompaña a este imaginario pues sienten que «como generación, estamos jodidos». Viven una situación de bloqueo, que nutre una beligerancia que es a su vez silenciosa y cauta, que se vive de manera privada y con cierta impotencia, con expresiones de frustración, tensión y sin ver una salida clara. Una generación revolucionada por dentro, que más allá de ser el preludio de un estallido o una confrontación masiva directa, ya hace posible lo que no hace tanto parecía impensable.
[1] Los datos e ideas de este textos provienen de un trabajo realizado colectivamente en el grupo de investigación http://igopnet.cc bajo el título “Jóvenes, Internet y política” centrado en analizar nuevas formas de politización de los jóvenes. Los grupos de discusión y el informe resultante los realicé junto a Marco Berlinguer (IGOPnet) y a Anna Sanmartín e Ignacio Megías, ambos parte del equipo del Centro Reina Sofía por la Adolescencia y la Juventud, entidad que financia la investigación y que en breve publicará los primeros resultados.
O sea que los jóvenes dicen que «queremos democracia, pero una buena…una democracia verdadera … no que se [vote] y nada cambie» y por tanto hay que deducir que, según ellos, los mayores viven o al menos se conforman con tener una democracia mala, falsa y en la que, encima, nada cambia. Ingenuidades de ese calibre definen bien a este grupo de personas.
Decir que «…eran jóvenes 15mayistas» me recordó al «La mayoría de los jóvenes españoles es del Partido Popular aunque aún no lo sepan» del presidente de Nuevas Generaciones del PP de Madrid. Parece que cada cual arrima el ascua a su sardina y ve solo lo que quiere ver. Decir que «estamos frente a una generación de intensa politización» cuando, década tras década, el porcentaje de voto de los jóvenes es diez o doce puntos menos que el de otros grupos de edad vendría a corroborar esto.
Según cuenta los jóvenes dicen también que «como generación, estamos jodidos». Se entiende entonces que la generación de sus padres, viviendo bajo una dictadura, sin algunos de los adelantos tecnológicos que ahora disfrutan, con peores indicadores socioeconómicos a todos los niveles… fue la que vivió bien y disfrutó de la vida ¿no?. Como ese estudio (al menos lo que dejan ver hasta ahora aquí) tiende a edulcorar y perdonar (o peor todavía, reproducir las opiniones de sus autores), no habla sobre la cantidad de prejuicios que hay tras las opiniones recogidas pero si lo hiciesen añadirían bastante más jugo a esa investigación (su estudio por cierto, a veces saca conclusiones diametralmente opuestas a las realizadas por otros investi… allá se entiendan ustedes)
Cuando los jóvenes salieron a la calle el 15M con pancartas como «nosotros no somos antisistema, el sistema es antinosotros» y criticando las corruptelas al uso, dejaron bien claro que lo que quieren de verdad es entrar a formar parte del sistema y así sostenerlo con su esfuerzo, por muy malo, falso y conservador que ahora les resulte. Da la impresión que usted todavía no ha aceptado esto y quizás tenga que esperar quince o veinte años para hacerlo, una vez que estos jóvenes ya tengan casa (probablemente dos porque será una buena inversión), coche… y un sociólogo de la época se encuentre, ¡Oh sorpresa!, con que sus hijos son los que se sienten ahora a disgusto en el mundo creado por la generación anterior y fruto de este desagrado levanten acta de sus defectos, por ejemplo, en la correspondiente investigación sociológica.
Necesitar al menos quince o veinte años para poder así apreciar lo que siempre tuvo delante (o no hacerlo nunca), Rubén, es un buen indicador de sus muchas limitaciones como pensador. Le deseo entonces mejor suerte en su quehacer político pero me temo que, teniendo en cuenta sus ideas y el país en el que estamos, tampoco le irá mucho mejor.
Qué interpretaciones más curiosas. Bueno, aquí se puede descargar el libro, ya está publicado. Así que, segunda oportunidad 😉 http://adolescenciayjuventud.org/es/publicaciones/monografias-y-estudios/item/jovenes-internet-y-politica?category_id=2
Ahora soy algo «curioso» cuando hace no mucho simplemente me ignorabas y no existía. Veo que he ascendido de categoría. Ten cuidado Rubén porque si sigues por este camino al final terminarás por darme la razón en algo y entonces quien sabe lo que te puede ocurrir.
Lo que te cuento es símplemente de sentido común pero si Gramsci lo denunciaba por ser de derechas, tú no pareces estar muy lejos. En un artículo de La Marea cuentan que él no lo hacía «como lamento fatalista sino como diagnóstico para saber que hay que hacer cosas para construir una hegemonía antagónica… Y eso mancha, claro que sí… Quien no quiera mancharse que se haga monje de clausura o pitufo gruñón». Tú no puedes hacerte cargo del sentido común, estás dispuesto a mancharte como el que más y lo haces cada día, yo soy un monje… Cuando leí ese artículo sentí que nos hablaba a los dos
Leo en tu twitter la frase «Lo construido históricamente, puede ser destruido políticamente». Sería mucho más acertado decir que «…será destruido…» porque esto es lo que le ocurrirá al actual sistema y a cualquier otro que lo sustituya pero entiendo que en tu caso no se trataba de estar en lo cierto o no. En lo político os habéis puesto a vosotros mismos una tarea tan descomunal que necesitáis ánimos, necesitáis un primer resquicio… y de ahí te salió ese «puede ser», como primer paso antes del ineludible «será».
Suerte con la tarea pues. Aunque fracaséis – y lo haréis – será lo más hermoso de toda vuestra vida.