


Comparto una nota breve sobre una de las ideas que van surgiendo en la elaboración de mi tesis doctoral sobre «políticas de fomento de la innovación social: Entre cambios en las relaciones de poder y procesos de
sobreexplotación en la gestión comunitaria» Sé que el título es largo y farragoso, pido disculpas por mi falta de creatividad divulgativa. Se trata de algo en lo que estoy trabajando y más que una conclusión, es un elemento que va marcando bastante el camino de la investigación. Dicho en breve, tiene que ver con la preeminencia del comunitarismo liberal en las prácticas de innovación social. Tomando la película «El Manantial» de King Vidor como pretexto, en un texto anterior intentaba situar qué es el comunitarismo liberal. En ese caso el objetivo era otro, así que explico la idea con más detalle esperando que esa definición vaya tomando su propia forma.
Para esta investigación, estoy entrevistando tanto a espacios de coworking de emprendedores sociales, espacios urbanos autogestionados, colectivos y empresas que centran su actividad en responder los principales problemas de la agenda social, departamentos de políticas públicas, plataformas de defensa de derechos y organizaciones privadas que fomentan la emprendeduría social. En conjunto, formas de responder demandas sociales donde, así se expresa, lo público-estatal o el mercado hegemónico no parecen actuar con eficacia. Esa es una de las maneras con las que se suele definir la innovación social. Es a partir de un primer análisis de las 50 entrevistas que llevo realizadas en Barcelona y Madrid donde va emergiendo con fuerza una «nueva» institucionalidad: el comunitarismo liberal.
Por comunitarismo liberal me refiero a un conjunto de normas colectivas y modos de relación concretas entre organizaciones sociales, agentes privados y públicos que determinan cómo se entiende y pone en práctica el gobierno de lo común. Es decir, el conjunto de formas más o menos distribuidas de organización de los recursos comunes, formas de entender la garantía de derechos sociales en dichas prácticas de innovación social, vías de acceso y reparto de rentas económicas, formas de exclusión/inclusión de personas que participan en esas prácticas, formas de sanción ejercidas sobre quienes actúan al margen de las normas convenidas comunitariamente pero se benefician del trabajo comunitario, etc. En esas formas de institucionalidad comunitarista liberal hay una negación o un enfrentamiento con lo público-estatal y se otorga un nuevo papel al mercado. Sus características principales serían tres.
Por un lado, se reconoce un espacio de gestión y deliberación común para las demandas sociales. Por otro, se actúa en un espacio de mercado que –así se expresa– contiene «valor social». Por último, las instituciones públicas existentes se perciben como limitadoras de la acción colectiva o, en algunos casos, puede tomar un papel como mediadoras del conflicto. Por tanto, la relación entre lo público-privado-común se tiende a resolver privilegiando los espacios de decisión colectivos al margen del Estado sumando la acción colectiva o individual sobre el mercado. Habría muchos matices que añadir en cada caso, pero sin pensar que eso parte de una espacio homogéneo, esa es la tendencia general que se va expresando en las prácticas y en los discursos.
En otro momento comentaba la posibilidad que aquellas esferas donde las instituciones públicas ya no operan como garantes de los derechos sociales podían estar diseñándose como un nicho de mercado para los emprendedores sociales. En ese breve texto concluía que parece que «no se trata de pensar cómo recuperar el Estado de bienestar, sino de diseñar y defender instituciones de lo común«. Esto es algo bastante más compejo, ya que en estas formas de producir respuestas a demandas sociales, esa institucionalidad de lo común también se articula con el comunitarismo liberal. En esa mezcla variada, aparecen diversos temas clave.
- En primer lugar, la existencia o no de protocolos, normas y compromisos adquiridos por esas comunidades antes de operar en el mercado. Es decir, si existen esas normas de forma explícita, si se aplican de manera táctica o si simplemente no existen y las formas de actuar en el mercado son un «sálvese quien pueda». Dicho de otra manera: si las comunidades construyen formas de control sobre las prácticas de emprendeduría social para que las lógicas del mercado preexistentes no sobreexploten los recursos comunitarios o, de hecho, disuelvan los vínculos comunitarios.
- En segundo lugar, los códigos de relación con lo público-estatal. Aquí, como en las formas de relación con el mercado, hay diferentes rumbos institucionales históricos. No son los mismos protocolos y códigos éticos los que operan en el cooperativismo social, en prácticas que provienen de movimientos vecinales o en movimientos ciudadanos con menos trayectoria, en los espacios de coworking de emprendeduría social, en consultorías de innovación social nacidas en otros contextos o en los programas de grandes corporaciones que fomentan la innovación social. Hay saberes y estrategias muy diferentes a la hora de entender a la institución como un cliente, como un agente de cambio o como un actor con el que hay que negociar bajo equilibrios, beligerancia o con la que hay que tener un efrentamiento constante. En ese sentido, es importante situar cuál es el objetivo último de esta relación con las instituciones públicas, ya que basculan entre la posibilidad de proveer servicios a dichas instituciones, la reclamación de la tutela pública de derechos o la puesta en práctica de la auto-tutela a partir de la acción coordinada de comunidades sociales desposeídas.
- En tercer lugar, un tema de fondo que incluye a los anteriores: hay maneras muy diferentes de entender la ecología social que hace posible que exista una proceso de innovación social. La relación con las comunidades donde nacen las demandas es muy diferente en espacios con diferentes trayectorias institucionales y políticas. Esa ecología social depende tanto de la centralidad que se le otorga al servicio último que se comercializa o la importancia del proceso y los protocolos que se implementan para equilibrar las relaciones de poder existentes en el mercado. También, de la importancia de las carreras y decisiones individuales de los emprendedores sociales y de la participación efectiva en espacios de decisión del conjunto de comunidades que empujan las innovaciones sociales. La expresión de cambio social que hay detrás de cada práctica depende del conjunto de actores que participan, las relaciones y normas que se establecen entre ellos así como de los objetivos que vehiculan la actividad .
- En cuarto y último lugar, esa relación con el mercado, con las instituciones público-estatales y esa manera de entender la innovación social opera en todos los casos sobre condiciones estructuales. En muchos casos esas prácticas (sean del origen que sean) avanzan bajo liderazgos de antiguas clases medias cualificadas. Hay mucha gente que no pueden tener presencia en espacios de decisión ni lanzarse al mercado de los emprendedores sociales. La autoorganización por parte de las clases más vulnerables para responder a demandas que no reciben asistencia pública depende de un proceso de tutorización o acompañamiento de clases cualificadas. Estructuralmente, el capitalismo deja a su suerte a gente que no amasa capital cultural ni relacional y, además, sus condiciones materiales no les permiten elegir otra opción de vida que buscar sustento en cualquier tipo de espacio laboral. En esos casos, ser “emprendedor social” se expresa como una salida de urgencia, no como una elección de vida deseable.
Algunos de estos puntos están muy relacionados con los principios fundamentales del gobierno de recursos comunes que Elinor Ostrom había analizado en diferentes prácticas de acción colectiva. Esos principios están muy presentes en prácticas de economía social y solidaria, en plataformas de reclamación de derechos o en algunos espacios urbanos autogestionados. En empresas de fomento de la emprendeduría social, espacios de coworking y en grandes corporaciones privadas, estos principios tienen, sin duda, menos presencia en el gobierno de lo común.
Pero más allá de estas diferencias, y aquí está la idea clave sobre la que debo continuar trabajando, en el conjunto de modos de hacer y de relación entre lo público-privado-común el comunitarismo liberal parece ganar terreno. Una especie de nueva «tercera vía» que va tomando forma en base a prácticas y decisiones que no responden a una estrategia de planificación unificada. Un tipo de institucionalidad donde si bien las comunidades y sus vínculos sociales son la base del tablero, su capacidad para definir y empujar el valor y el cambio social puede quedar a la merced de la elección individual de quienes sí pueden emprender socialmente.
Un par de apuntes, Rubén:
– Creo que sería interesante conocer cual es la experiencia de estado de la gente implicada en los proyectos que investigas. Supongo que ellos, más que escoger su perfil ideológico, en parte reaccionan a la realidad que conocen. Por otro lado creo que estaremos de acuerdo en que no hay una única realidad posible detrás de la palabra estado y que es más probable que la gente reaccione a una experiencia concreta que a un modelo ideal de estado.
– Por otro lado, y referente al punto cuarto, creo que estaría bien distinguir entre el liderazgo de estas experiencias y los beneficiarios de las mismas. Quizás ya lo haces pero no me queda claro. Creo que hay bastantes de estas experiencias cuyo efecto va más allá del auto-consumo y tienen potencia para sobrepasar su ámbito social. En el transfondo de la opción binaria que creo distinguir detrás de lo que dices (o estado o experiencias de estas) cabría prevenir si el estado que imaginamos no va a ser igualmente liderado por personas provenientes de lo que llamas antiguas clases medias cualificadas, en detrimento de otros ámbitos sociales con mayores dificultades para acceder al poder. Si fuera así, me parece que estariamos en las mismas.
Gracias Jordi,
– sobre lo primero, las instituciones público-estatales remiten en las entrevistas a cosas muy concretas: técnicos municipales de participación, medioambiente, de emprendeduría, de servicios sociales, etc. Es una escala muy local que, solo a veces, media con escalas de carácter estatal (ministerios diversos). Lo interesante no es tanto la ideología –término que nadie usa en las entrevistas y que tampoco uso yo, ya que es poco útil– sino las formas de relación concretas con lo público-estatal en su dimensión local. Hay poco idealismos, y bastantes pragmatismos. De hecho, creo que el comunitarismo liberal tiene una carga de pragmatismo muy alto. Es decir, no es que se quiera cambiar algo a través de las ideas, sino a través de prácticas y decisiones contingentes. Probablemente, porque el día a día marca ese tipo de elecciones menos «disidentes» con el estado de cosas.
– sobre lo segundo, no hay opción binaria. Más bien, una mezcla de diferentes institucionalidades: gobierno del común, cooperativismo, activismo clásico, movimientos vecinales, empresarialidad, sistema capitalista. En todas ellas hay Estado (en sus diferentes escalas), acción colectiva (con diferentes formas de gobierno interno) y mercado (con «valor social» y con relaciones más o menos determinadas por el mercado existente). No existen prácticas sin relación con este triángulo. Era de esperar, pero el trabajo empírico todavía lo deja más claro. No hay «éxodo» de esta realidad institucional ni hay «pureza» en ninguno de estos elementos. La verdad que no imagino ningún Estado ni hay ninguno que me parezca deseable, esos son elementos normativos que prefiero mantener al margen del trabajo analítico. De lo contrarios, las conclusiones que sacaría nacerían sesgadas y responderían a lo que ya sé o como reacción a lo que creo que no sé.
Parece que no me explico bien. Lo que digo es que me parece lógico que haya gente que esté en contra de el estado tal como lo conocemos aquí. Incluso tal como lo conocemos aquí a nivel local, por supuesto. Y que este estar en contra de este estado concreto como lo conocemos aquí no me parece interpretable como una actitud general contra cualquier tipo de estado.
Sobre lo segundo. Digo que si rechazas los liderazgos desde las antiguas clases medias cualificadas en la innovación social, no entiendo por qué no extender el mismo reparo a la toma del poder por estas mismas clases.
Entiendo Jordi, pues creo que hay una posible respuesta que refleja un poco lo que apuntas: Ganemos Madrid. Eso conectaría con «otro Estado es posible» y, en algunos casos, hay cercanías con ese nuevo escenario. Pero sí, toda la razón: no es contra cualquier Estado, es contra el Estado tal y como se ha construido históricamente y tal y como opera territorialmente. Aunque también hay tradiciones libertarias donde ni uno ni otro, pero eso ya lo hace todo más complejo y poco puedo decir por ahora.
Sobre lo segundo, podríamos resumirlo así: las futuras clases dirigentes van a ser antiguas clases medias cualificadas. Es probable. No tengo ningún reparo ni en una cosa ni en la otra, el problema que expongo es que eso «quede a la merced de la elección individual». Es decir, que no existan formas de gobierno del común (de sanción, de control, de limitación, de evaluación, etc.) para esos «emprendedores sociales» o para esas «futuras clases dirigentes». No lo había pensado así, pero la verdad es que el problema de fondo es el mismo en uno y otro caso. Por lo menos, desde una perspectiva institucional…que es la que más me interesa y la que estoy mirando.
Gracias por las aclaraciones, me han sido muy útiles.
Pues gracias también a ti, Rubén. Llegados aquí me siento más en consonancia con la reflexión, y me es útil lo leido y conversado. Yo también pienso, por ejemplo, que las iniciativas sociales que inciden en lo común tienen más sentido y fuerza si van más allá de esta elección individual a la que te refieres. Y seguimiento y control, sobretodo cuando reciben soporte público.
dale, Rubén, dale!
Me parece importante la apropiación de la innovación, o en su contra la noción de código abierto respecto a esta, como indicador que nos permite distingir entre perspectivas ideológicas más o menos liberales, o maneras de entender más o menos colaborativas. De qué modo la consultoría puede buscar vivir de la mercantilización de la innovación es un tema a explorar también en esta línea. La otra cosa es que la idea del comunitarismo liberal des de la perspectiva de las administraciones va mucho en relación a una reacción correctora a las ineficiencias de la ola de la nueva gestión pública. Por otro lado me gustaría saber o leer un post de cómo tenemos en tu búsqueda el despiece de la noción de tercer sector…
Muchos ánimos y saludos. Este blog está lindíssimo.
Me gusta hablar del individuo y de cómo en este blog se prescinde de él para que así los modelos encajen pero hoy toca llevarme la contraria. En este excelente artículo http://goo.gl/vaoCyG del New York Times se recuerda, para los que nos gusta olvidarnos de ello, la importancia de las instituciones sociales y hasta qué punto marcan y dirigen nuestras vidas. Toda una lección que personas tan ideologizadas como tú, Rubén todavia tardará bastantes años en aprender (esto nos ocurre o ocurrió a todos, va con la edad y no pretendo acusarte de nada) pero, quien sabe, quizás algún día nos sorprendas llevándote la contraria a ti mismo también.
Gracias, qué sería de mi vida sin tutores morales.