Hoy he estado dando una clase en el «Máster en Investigación y Experimentación en Diseño» de la BAU (gracias a Jaron Rowan por la invitación). Espero que para los alumnos haya sido interesante, para mi ha sido muy útil y un gusto pensar juntos. Era un grupo joven de estudiantes, iniciados en algunos temas, con ganas y con muy buenas intuiciones. Y lo más importante: con buena actitud para problematizar sus posiciones. Ojo, que esto no pasa siempre. Ya no digo en las aulas, me refiero a la vida, en general. El caso es que ha sido una buena sesión en la que he intentado situarles el debate político que esconde la innovación social. El marco crítico del que parte el Máster era perfecto para eso.
Su perfil profesional no es sencillo. Supongo que, intentando dedicarse al diseño, les han surgido preocupaciones sociales que quieren articular con su trabajo. Y que intentarán que no sean una serie de valores «añadidos» o «supeditados» a su perfil profesional o parte de un nuevo espíritu de empresa «más social». Querrán que su trabajo sea una práctica «socialmente transformadora» que perdure y que no esté subordinada a un mercado injusto. Les llamarán diseñadores sociales. Les llamarán emprendedoras sociales. Y eso les produce un montón de contradicciones.
Ya existen mercados del diseño social ahí fuera esperando a expertos, consultores y cazatendencias que sepan cómo funcionan «las prácticas sociales emancipadoras». Y que las repliquen en otros contextos, y que acompañen a las «comunidades de afectados» y que sean los nuevos colonos. Más mercancías ficticias para un ciclo nuevo de bonanza económica. Ese mercado del diseño social les produce cortocircuitos. Les produce incertidumbre porque lo que quieren es crear «una alternativa a lo que tenemos». Sospechan que igual se están amoldando a ese ciclo nuevo que se muestra hacia fuera como un mercado más social y más innovador pero que por dentro está relleno del mismo tipo de acumulación por desposesión que ya han conocido.A simple vista, parece un mercado que busca a esos mismos perfiles sociales que emergen de las (antiguas) clases medias cualificadas y que ahora quieren producir innovación social.
La conclusión que pueden llegar a sacar esos estudiantes es similar a un eslogan que no hace tanto usaba una federación de ONGs catalana: «si estás en crisis, busca tu comunidad«. Como la Big Society del Reino Unido: son las comunidades las que nos van a sacar de la crisis que ha producido el capitalismo financiero. Comunidades sociales que contienen capital y recursos. Necesidades sociales que son nichos de mercado. Espacios de resistencia que se convierten en espacios laborales. No parece el mejor de los cambios de paradigma, la verdad.
En la mayoría de ocasiones, el discurso de la «innovación social» sirve para poner parches a los fallos del mercado y del Estado. Y perfiles laborales que pre-crisis parecían tener garantizados sus mercados «creativos» (arquitectos, urbanistas, diseñadores) ahora se acercan a lo social. Se acercan por motivación, por convicción, por necesidad, porque las condiciones materiales determinan al sujeto, a saber. Pero no está todo dado. Hay un universo de diferencia entre dos escenarios que están sobre la mesa. El primero, usar las demandas de las comunidades de afectados como nicho de mercado o como parche público para la crisis. El segundo, producir alianzas y procesos de sindicación entre segmentos sociales diferentes, que construyan espacios económicos democráticos y que cambien las relaciones de poder. Y pueden haber viajes de gente que se siente a gusto en el primer escenario pero que descubre la potencia política del segundo. Ese viaje, creo, depende de producir continuamente infraestructuras incluyentes, normas comunitarias y saberes críticos. Y de ser seductores.
Más que ignorarlo o simplemente cuestionarlo, hay que politizar el discurso de la innovación social. Abrir lo que esconde ese melón que amenaza con ser una nueva «tercera vía» rellena de un progresismo cínico en lo social y un liberalismo puro en lo económico.