Post (algo denso) originalmente publicado en Zemos98.org del que he recuperado la cita que encabeza este blog.
«Lo normal no es idéntico a la norma pero puede adoptar su función. La normalidad nunca es algo externo, porque somos nosotros y nosotras quienes la garantizamos y la reproducimos con alteraciones. De acuerdo con esto, nos gobernamos en el dispositivo que conforman la gubernamentalidad, la biopolítica y el capitalismo, en la misma medida en que nos normalizamos» (Isabell Lorey)
Muchas veces hemos comentado, discutido y nos hemos llegado a enrabietar entre colegas y allegados cuando hablamos sobre la capacidad de transformación que pueden o no tener nuestros proyectos e investigaciones culturales, así como el impacto social y político que pueden o no producir nuestras tareas. Pues sí…ya ves, de estas cosas llega a hablar uno entre copas y amigos.
Quienes trabajamos produciendo en la extraña y poco delimitable esfera cultural -si es que acaso no es todo el grueso social quien produce en dicho contexto, tema que hemos intentado abordar en alguna ocasión (PDF) – nos encontramos en una situación donde la autonomía, libertad y el poder tranformador que a veces le otorgamos a nuestro trabajo merece especial atención. Tal vez por las características de los contextos donde realizamos productos, servicios o ideas, tenemos la sensación de estar constituyendo cierta forma de antagonismo, resistencia o como mínimo de debate continuo sobre un status quo que parece imperecedero. La pregunta, entre otras muchas posibles, sería si nos hallamos en un proceso de normalización, como esa Máquina de Guerra entre las dos cabezas del Estado de la que hablaban Deleuze y Guattari, o tal vez nuestro quehacer es un proceso en el que vamos instituyendo una forma de percibir, producir y comprender la cultura generando estructuras diferentes. La incapacidad por conectar una red colectiva mayor, una arquitectura sólida conceptual e ideológicamente que cuestione y reconfigure todos los aspectos e instituciones que vertebran las tácticas de gobierno, es un déficit de suma importancia. Esperamos que alguien esté trabajando en llenar ese vacío o por lo menos se apueste por alguna herramienta que lo potencie (como por ejemplo el http://www.n-1.cc/ del cual algún día hablaremos en profundidad) pero…
¿cómo si quiera imaginar un sistema colectivo que responda a otro marco de formación /relación /producción / cooperación/ difusión /consumo al propuesto por el actual marco del capitalismo cognitivo?
En el plano individual (¿existe tal cosa?) la situación es igual de truculenta y contradictoria. La incapacidad por llevar a cabo un trabajo de investigación continuo con ritmos que podamos gestionar adecuadamente es ya casi un tópico de la producción cultural. Esto se suma al profundo desquicie cuando vemos aumentar el trabajo logístico, administrativo y de pura gestión que parece no tener excesivo peso en los manuales que describen a la supuesta “clase creativa”. Tal vez todo esto ocurra en cualquier otro tipo de trabajo, pero aquí es donde toca introducir el matiz sórdido de la producción cultural: aún siendo conscientes de estas dificultades que incluso son motivo de nuestro estudio, en ocasiones estamos seguros de que no hacemos un trabajo normal, de que el compromiso con cierta forma crítica de entender la producción cultural así como la militancia con algunos discursos, herramientas o formas de cooperar, hacen de nuestra tarea algo especial e incluso trascendente. Es lo que tal vez nos empuja a una ilusión de trabajo = vida = política donde el cruce entre una actitud post-68 y una versión de la figura del emprendedor neoliberal reproduce códigos como la auto-explotación o la identificación vital con el trabajo, que irónicamente ilustra el slogan geek del “90 hours a week…and enjoying it!” (ese que llevaban las camisetas que Steve Jobs regalaba a sus empleados)
La cita que encabeza este post está extraída del texto de Isabel Lorey “Gubernamentalidad y precarización de sí. Sobre la normalización de los productores y las productoras culturales” del libro editado por Traficantes de Sueños “Producción cultural y prácticas instituyentes”, una compilación de textos del proyecto Transform.
En este sintético y magnífico texto, Lorey usa conceptos de Foucault para intentar comprender el actual espíritu de trabajo de los productores y productoras culturales y las contradicciones con las que nos encontramos al intentar analizar la libertad, autonomía y, me atrevo a añadir, el poder de transformación y cambio respecto de un régimen dado. Lorey elabora cuestiones que resulta interesante sumar a las que introducen Chiapello y Boltansky en su “nuevo espíritu del capitalismo”quienes argumentan que aquellas proclamas de la sociedad civil, movimientos estudiantiles y obreros en las que se exigía mayor flexibilidad, autonomía y creatividad han acabado siendo un recetario para las transformaciones que se han dado en el nuevo paradigma laboral, ese donde no existe ya el límite que separa tiempo de ocio/ trabajo y donde los saberes, conocimientos y creatividad del trabajador son algunos de los principales activos de la empresa. Los enfrentamientos que se dieron durante los 70s reaccionaban a un orden institucional dominante estructurado por “aparatos ideológicos” como escuelas, hospitales, prisiones, etc. que reglamentaban los modos de comportamiento así como las formas de percepción y relación. El cambio sustancial sería pensar que los regímenes dominantes y las tácticas de reglamentación insertadas en la vida de los obreros para optimizar su tarea en la máquina de producción capitalista, no sólo se basan en maniobras estáticas y verticales, sino que puedan simular un diálogo con la sociedad civil a la vez que se descentralizan deviniendo más efectivas y poderosas. Pero antes de surfear sin rumbo, empecemos por el principio, es decir, por Foucault.
Una de las líneas fuerza de las investigaciones de Michel Foucault se centraba en analizar a fondo la noción de poder entendiéndolo más allá de su carácter represivo. Foucault buscaba revisar la idea descrita en ese poder vertical que prohíbe, castiga o sanciona delimitando las libertades de los sujetos. En diversos libros como en“El Nacimiento de la bipolítica”, Foucault analizó las formas y preceptos que el sujeto asume interiorizando así el poder, elaborando una noción de poder que ya no lo describe como un agente externo sino que éste forma parte del sujeto y es él mismo quien lo reproduce. Estas técnicas de gobierno son las que Foucault denominó gubernamentalidad. El giro propuesto sugiere un cambio de estatuto del poder, que ya no actúa sólo de forma coercitiva para condicionar el comportamiento de los individuos, sino que se instala y desarrolla en el seno de los mismos. Tal y como resume Lorey:
“En las sociedades modernas, por lo tanto, las «artes de gobierno» —que es otro nombre que Foucault daba a la gubernamentalidad— no consisten principalmente en aplicar medidas represivas sino en extender una disciplina y un control de sí «interiorizados»”
Así pues, el poder se encuentra descentralizado, no viene impuesto unívocamente de arriba abajo ni corresponde con esa imagen mental de una identidad en la sombra que vigila y castiga a los sujetos, sino que el propio sujeto se autoinstituye dentro de un sistema de normas dado que, además, no es estable, sino que tiene la capacidad de mutar, adaptarse y reglamentar nuevos estadios (sociales, tecnológicos, culturales, etc.).Lorey, parte de este paradigma para analizar “las formas en que los conceptos de autonomía y libertad están constitutivamente conectados con los modos hegemónicosde subjetivación en las sociedades capitalistas occidentales”. Esa misma libertad y autonomía que en mayor o menor medida encontramos en nuestro trabajo y que entendemos va produciéndose bajo nuestro propio mando, sin un jefe o ente superior que nos limite o intente adoctrinar. Bajo el concepto “productores y productoras culturales” Lorey identifica una serie de agentes y colectivos que en su nivel de precariedad pueden hallar una forma de resistencia, una forma de ser “libre” y caminar a través de decisiones que uno/a misma toma. Una especie de ensayo que encuentra en la discontinuidad y en la precariedad laboral una herramienta para encontrar su fin que, en ocasiones, pasa por tener el poder de transformar el contexto político y social en el que está inserto. Esta situación encierra una paradoja donde la auto-empresa como gobierno de sí que a su vez forma parte de un proceso de subjetivación coexiste con el anhelo de libertad y automía. Según nos comenta Lorey:
“Gobernarse, controlarse, disciplinarse y regularse significa, al mismo tiempo, fabricarse, formarse y empoderarse, lo que, en este sentido, significa ser libre.”
El deslizamiento de las acepciones más libertarias de autonomía hacia un imaginario más propio del neoliberalismo económico es probablemente una de las incomodidades que, de forma consciente o no, toman partido en las idas, venidas y bajones de los productores y productoras culturales. Efectivamente, me refiero a esa sensación que nos asalta de forma mensual, semanal y, en los casos más dramáticos, casi diaria, de estar operando en dirección contraria a las ideas y posicionamientos que nos animaron a acometer nuestra comprometida labor. Por otro lado, en una interesantísima crítica que Maurizio Lazzaratto realiza al “Nuevo espíritu” de Boltanski y Chiapello, en un texto titulado “Las desdichas de la “crítica artista” y del empleo cultural” , el autor nos recuerda que “El neoliberalismo no busca su modelo de subjetivación en la crítica artista (tal y como la denominan Boltanski y Chiapello) porque tiene el suyo: el emprendedor, un modelo que se quiere generalizar a todo el mundo, artistas incluidos, como en el caso de los intermitentes franceses ”. No debe sorprender entonces que el discurso del emprendedor esté ganando fuerza en el que se suponía era un contexto de cuestionamiento y puesta en duda de ciertos preceptos ideológicos insertados en la lógica neoliberal. Cabe establecer un vínculo entre esa creencia en la precariedad como un lugar de resistencia con la configuración y apogeo del discurso del “emprendedor cultural”. Podríamos hacer ese ejercicio de proximidad y mutua consecuencia entre uno y otro escenario cambiando (mentalmente) en esta cita de Lorey el concepto “precarización” por el de “emprendizaje cultural”:
“En apariencia, la creencia en la precarización como oposición a la gubernamentalidad liberal se puede argumentar con la ayuda de un tipo de subjetivación contradictoria, entre la soberanía y la fragmentación. De esta manera, sin embargo, las continuas relaciones de poder y dominación se hacen invisibles y los mecanismos de normalización se naturalizan como decisiones autónomas y autoevidentes de los sujetos”
Este último es un tema de suma complejidad que merece un trabajo de investigación a fondo, una tarea que muy pronto, según me han chivado gente próxima al autor, va a publicar Jaron Rowan en este mismo blog (vale, de acuerdo, ha sido jaron quien me lo ha dicho..). En esta investigación se analizan a fondo todas las cuestiones que rodean al discurso del emprendizaje en cultura en un interesantísimo recorrido que combina el análisis crítico de un contexto de trabajo y auto-realización ideologizado con una etnográfica de quienes lo viven o más bien padecen. Espero que muy pronto la cuelgue y podamos comentarla.
Para finalizar con un poco de alegría en el cuerpo, echaré mano de un extraño organismo que a menudo corretea por nuestro estudio y del que sin duda aprendemos mucho. Este ente hiperactivo, últimamente nos susurra a la oreja un optimista “sed propositivos, sed propositivos…todo esto está muy bien, pero sed propositivos”. Pensamos sinceramente que, si bien sabemos que YP no es la alegría de la huerta, intentamos situar nuestra mirada en el horizonte de lo posible y entender críticamente nuestro entorno para provocar cambios. Cuánta candidez en una sola frase. Hace poco comentaba en un post de abrelatas la necesidad de, no sólo compartir ideas, comentarnos proyectos o tomar copas, sino poner en continuo debate conjunto aquellos formas de trabajar, modelos organizativos, estructuras de investigación colectiva posibles, una red de intercambio continuo de reflexiones que ejerza posibles cambios en nuestra economía colectiva.
Tal vez un delirio, un nuevo paso en falso o un deseo imposible. Como buen productor cultural, al final siempre brota la ilusión de que estamos cambiando algo. Es normal.
Un comentario sobre “¿Y quién maneja mi barca, quién?”